​La claridad en la presentación demanda que empiece con fijar la concepción del calvinismo históricamente. Para prevenir malentendidos, tenemos que saber primeramente qué no debemos, y qué sí debemos entender con ello. Empezando entonces con el uso corriente del término, encuentro que de ninguna manera es el mismo en diferentes países y en diferentes esferas de la vida.

​ El nombre de calvinista se usa en nuestros tiempos como un nombre sectario. Este no es el caso en países protestantes, pero sí en países católico romanos, especialmente en Hungría y en Francia. En Hungría, las iglesias reformadas tienen una membresía de unos dos millones y medio, y en la prensa tanto católica como judía de aquel país, sus miembros son constantemente estigmatizados por el nombre no oficial de «calvinistas», el cual se aplica incluso a aquellos que se han despojado de toda simpatía hacia la fe de sus padres. El mismo fenómeno se presenta en Francia, especialmente en el sur, donde «calvinista» es más enfáticamente todavía un estigma sectario, el cual no se refiere a la fe o a la confesión de la persona estigmatizada, sino que se pone simplemente sobre todo miembro de las iglesias reformadas, aunque sea un ateo. Jorge Thiebaud, conocido por su propaganda antisemita, hizo revivir al mismo tiempo el espíritu anti-calvinista en Francia, y aun en el caso Dreyfus, «judíos y calvinistas» fueron acusados por él como las dos fuerzas antinacionales.

Directamente opuesto a esto es el segundo uso de la palabra calvinismo, y a este le llamo el uso confesional. En este sentido, un calvinista es representado exclusivamente como el que suscribe a voz alta la doctrina de la predestinación. Aquellos que desaprueban esta fuerte adhesión a la doctrina de la predestinación, cooperan con los polémicos romanistas, en que al llamarte «calvinista», te representan como una víctima de estrechez dogmática; y lo que es aun peor, como un peligro para la seriedad de la vida moral. Este es un estigma tan ofensivo que teólogos como Hodge, que de plena convicción eran defensores de la predestinación, y consideraron una honra el ser calvinistas, preferían hablar de agustinianismo en vez de calvinismo.

El título denominacional de algunos bautistas y metodistas indica un tercer uso del nombre de calvinista. Nada menos que Spurgeon pertenecía a una clase de bautistas en Inglaterra que se llaman «Bautistas calvinistas», y los metodistas de Whitefield en Gales llevan hasta hoy el nombre de «Metodistas calvinistas». Entonces aquí también la palabra indica una diferencia confesional, pero se aplica como un nombre para unas denominaciones especiales de la iglesia. Sin duda, Calvino mismo hubiera criticado muy severamente esta práctica. Durante su vida, ninguna iglesia reformada jamás soñó con nombrar la iglesia de Cristo según algún hombre. Los luteranos hicieron esto, pero las iglesias reformadas nunca.

Pero más allá de este uso sectario, confesional, y denominacional, del nombre de «calvinista», sirve además, en cuarto lugar, como un nombre científico, sea en un sentido histórico, filosófico, o político. Históricamente, el nombre de calvinismo indica el canal en el cual se movía la reforma, en cuanto no era ni luterana, ni anabaptista, ni sociniana. En el sentido filosófico, entendemos con calvinismo aquel sistema de conceptos que se levantó a dominar las diferentes esferas de la vida, bajo la influencia de la mente maestra de Calvino. Y como nombre político, el calvinismo indica aquel movimiento político que garantizó la libertad de las naciones en política constitucional; primero en Holanda, después en Inglaterra, y desde el fin del último siglo en Estados Unidos. En este sentido científico, el nombre de calvinismo es especialmente corriente entre los eruditos alemanes. Y esta no es solamente la opinión de aquellos que tienen simpatías calvinistas, sino también los eruditos que han abandonado todo estándar confesional del cristianismo, sin embargo atribuyen este significado profundo al calvinismo. Esto aparece en el testimonio de tres de nuestros mejores científicos. El primero de ellos, el Dr.Robert Fruin, declara que: «El calvinismo llegó a los Países Bajos consistiendo en un sistema lógico acerca de la divinidad, un orden eclesiástico democrático particular, empujado por un sentido severamente moral, y tan entusiasta por la moral como por la reforma religiosa de la humanidad.» – Otro historiador, que manifestaba aun más abiertamente sus simpatías racionalistas, escribe: «El calvinismo es la forma más elevada de desarrollo que alcanzó el principio religioso y político en el siglo XVI.» Y una tercera autoridad admite que el calvinismo ha liberado a Suiza, los Países Bajos, e Inglaterra; y que en los Padres Peregrinos proveyó el impulso para la prosperidad de los Estados Unidos. De manera parecida, Bancroft, entre ustedes, admitió que el calvinismo «tiene una teoría de ontología, de ética, de felicidad social, y de libertad humana, todo derivado de Dios.»
Solo en este último sentido, estrictamente científico, deseo hablarles sobre el calvinismo como una tendencia general independiente, que desde un principio madre particular desarrolló una forma independiente tanto para nuestra vida como para nuestro pensamiento entre las naciones de Europa Occidental y Norteamérica.

El dominio del calvinismo es de hecho mucho más amplio de lo que nos haría suponer la interpretación confesional estrecha. La aversión contra llamar la iglesia según un hombre, dio lugar a que en Francia los protestantes fueron llamados «hugonotes», en los Países Bajos «mendigos», en Gran Bretaña «puritanos» y «presbiterianos», y en Norteamérica «padres peregrinos»; pero todos estos productos de la Reforma en vuestro continente y el nuestro, eran de origen calvinista.

Pero la extensión del dominio calvinista no debe limitarse a estas manifestaciones más puras. Nadie aplica una regla tan exclusiva al cristianismo. Dentro de sus fronteras no incluimos solamente a Europa Occidental, sino también a Rusia, los países de los Balcanes, Armenia, e incluso el imperio de Menelic en Abisinia. Por tanto es justo que incluyamos en el ámbito calvinista también a aquellas iglesias que han divergido más o menos de sus formas más puras. En sus 39 artículos, la Iglesia de Inglaterra es estrictamente calvinista, aunque en su jerarquía y liturgia ha abandonado los caminos rectos, y se encontró con los resultados serios de este desvío en el puseyismo y el ritualismo. La confesión de los Independientes era igualmente calvinista, aunque en su concepción de la Iglesia la estructura orgánica fue quebrantada por el individualismo. Y si bajo el liderazgo de Wesley la mayoría de los metodistas se opusieron a la interpretación teológica del calvinismo, sin embargo es el mismo espíritu calvinista que creó esta reacción espiritual contra la vida eclesiástica petrificante de aquellos tiempos. En cierto sentido, por tanto, podemos decir que el campo entero que fue cubierto por la Reforma, en cuanto no era luterana ni sociniana, fue dominado en principio por Calvino. Incluso los bautistas pidieron abrigo bajo las tiendas de los calvinistas. Es el carácter libre del calvinismo que permitió estos diferentes matices, y las reacciones contra sus excesos. Por su jerarquía, el romanismo es y permanece uniforme. El luteranismo debe su unidad y uniformidad similar al ascenso del príncipe, cuya relación con la iglesia es la de «summus episcopus» y su «ecclesia docens». El calvinismo, por otro lado, que no establece ninguna jerarquía eclesiástica, y ninguna interferencia magisterial, pudo desarrollarse en muchas y variadas formas, por supuesto corriendo el peligro de la degeneración, y provocando todo tipo de reacciones parciales. Con el libre desarrollo de la vida, como fue la intención del calvinismo, tuvo que aparecer la distinción entre un centro, con su plenitud y pureza de vitalidad y fuerza, y una ancha circunferencia con sus declinaciones amenazantes. Pero en este mismo conflicto entre un centro más puro y una circunferencia menos pura, el calvinismo garantizó la obra constante de su espíritu.

Estas exposiciones fueron presentadas en la Universidad
de Princeton en el año 1898 por  Abraham Kuyper (1837-1920) quien fue
Teólogo, Primer Ministro de Holanda, y fundador de la Universidad Libre
de Ámsterdam.

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