A algunos cristianos que han abrazado el evangelio les puede faltar aún el reposo de la conciencia. Mientras en su espíritu tal vez estén afligidos por un tiempo, todo verdadero creyente goza sin embargo de paz de conciencia en tres formas: como precio, promesa y semilla.
1. Como precio. El evangelio nos pone en la mano el precio de la paz: la sangre de Jesús. Se dice que “todo lo que vale oro, es oro”; esto es, lo que por oro se puede cambiar. Así sucede con la sangre de Cristo: es paz para la conciencia, porque el alma que la tiene puede canjearla por esa paz. Dios nunca podrá rechazar la siguiente oración: “Señor, dame paz de conciencia; aquí está la sangre de Cristo que la paga”. Lo que pague la deuda seguramente garantizará el recibo.
La paz de conciencia es simplemente el sello con el que la mano de Dios certifica que la deuda con la justicia divina se ha pagado plenamente. Puesto que la sangre de Jesús ha comprado el don mayor de todos, que es la salvación, también podrá comprar la paz. Si hubiera una medicina que produjera infaliblemente la salud, diríamos que el enfermo tiene salud en cuanto la tomase, aunque no sintiera necesariamente sus efectos de inmediato. Estos llegarían en su momento.
2. Como promesa. Un bono del Estado vale tanto como el dinero en el banco. Si Dios está decidido a dar la paz a sus hijos, ¿quién lo evitará? “Jehová bendecirá a su pueblo con paz” (Sal. 29:11). Este Salmo demuestra las grandes cosas que Dios puede hacer; no le cuesta más crear la paz que hablar la palabra: “Voz de Jehová con potencia; voz de Jehová con gloria” (v. 4).
Dios promete bendecir a su pueblo con paz interior y exterior. Sería una triste paz la que nos proporcionara calles tranquilas, pero con asesinatos en las casas. Pero aún es peor tener paz en calles y casas con guerra en la conciencia culpable. Por tanto, Cristo compró la paz del perdón para otorgar la paz de conciencia a los perdonados; y luego nos legó dicha paz en la promesa: “La paz os dejo, mi paz os doy” (Jn. 14:27). En ella escribe y ejecuta su propio testamento; y entrega con mano propia su legado de amor a los creyentes. Por tanto, no hay temor: su voluntad se cumplirá plenamente, ya que él vive para hacerlo por el poder de su Espíritu.
3. Como semilla: “Luz está sembrada para el justo, y alegría para los rectos de corazón” (Sal. 97:11). Se planta en el creyente cuando el Espíritu de Dios siembra los principios de la gracia y la santidad. Por eso se le llama “fruto apacible de justicia” (He. 12:11). Brota tan naturalmente de la santidad como cualquier fruto de su simiente. Es verdad que esta semilla madura antes en unos que en otros: la cosecha espiritual no ocurre a la vez en todos. Una cosa es segura: el que tenga una siembra de gracia en su corazón, también cosechará con gozo.
Dios no habría cumplido su promesa si un solo cristiano careciera de cosecha: “Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas” (Sal. 126:6). Si crees que el evangelio es defectuoso porque la paz de cierto cristiano no ha madurado, debes saber que va en camino de hacerlo, y que cuando llegue será eterna.
No te fijes en los comienzos de un creyente, sino en cómo termina:
Sal 37:37 Considera al íntegro, y mira al justo; Porque hay un final dichoso para el hombre de paz.
Algunos buscan la paz fuera del evangelio
Uno se engaña si intenta sanar la conciencia con otra cosa que el óleo refrescante del evangelio. En ese caso se aparta de las aguas del consuelo vivo que fluyen de esta fuente abierta por Cristo, e intenta sacar paz y consuelo de pozos que ha excavado por su cuenta; ya sea de una cisterna carnal o una legal.
a) La cisterna carnal
Los pecadores reúnen gran cantidad de remedios engañosos para evitar el temor de la ira de Dios en la conciencia culpable. Si llegan a despertar, aunque sea livianamente, por medio de la Palabra, sus corazones se enfrían con un poco de seria meditación acerca de su condición perdida, y echan mano de la misma alternativa que Félix. En cuanto el sermón de Pablo hastió a su conciencia, Félix se apresuró a deshacerse del predicador y los ruidos molestos que hacía: “Félix se espantó y dijo: Ahora, vete; pero cuando tenga oportunidad, te llamaré” (Hch. 24:25).
Así que muchos dan la espalda a Dios y huyen de aquellos que irritan su conciencia ya inflamada y les recuerdan su triste condición. Un pobre hombre se negaba a asistir a los funerales, y hasta se teñía las canas porque no soportaba pensar en la muerte. Pero esta cobarde estrategia era todo lo que tenía entre él y un infierno en la tierra, dentro de su conciencia.
Otros tienen la conciencia tan fuerte que su luz los ciega día y noche, aunque evitan adrede todo contacto con la Biblia, los cristianos y los sermones. Están tan afligidos por su propia culpa que no solo “[salen] de delante de Jehová”, como Caín, sino que invierten sus fuerzas en construir “una ciudad” y eludir la conciencia en sus muchos negocios mundanos (Gn 4:16,17).
Las ocupaciones son como un monstruo que engulle todo pensamiento de Cielo e Infierno. La gente ocupada se entretiene con proyectos tan complicados y horarios tan apretados que la conciencia no tiene oportunidad para hablar. Además, esta resulta tan ofensiva entre los pecadores como el sueño de José para sus hermanos. El mensaje de la verdad hace que sobornen a su conciencia con promesas mundanas de ganancia.
Aun la treta más sofisticada para evitar la luz del evangelio es demasiado débil como para funcionar sin falla; los pecadores a menudo recurren al arpa de Saúl y al banquete de Nabal para ahogar sus cuitas y adormecer su frenética conciencia. Así hay muchos que empapan su percepción espiritual con los cruentos placeres del pecado; y mientras aquella duerme entontecida, pueden pecar sin límite. Pero esa es toda la ayuda que una receta carnal puede prestarle al pecador: un somnífero que embrutezca por un breve momento los sentidos de la conciencia, dándole un corto tiempo para olvidar; porque el horror de su condición pronto vuelve para asfixiar su paz con más persistencia que nunca.
¡Dios evite que utilices tal cura para la aflicción de la conciencia! Es mil veces peor que la enfermedad. Sin duda es mejor tener un perro que ladra sin cesar para delatar al ladrón, que uno que se queda quieto y deja que nos roben antes de que nos enteremos del peligro.
b) La cisterna legal
Otros, sedientos de paz, no tienen alivio excepto en su propia moralidad; se bendicen con una buena obra cada vez que sienten inquietud. El elixir que toman para reavivarse no proviene de la expiación por la muerte de Cristo, sino de la justicia de sus actividades cuidadosamente disciplinadas. Ese vino no se exprimió de la preciosa intercesión de Cristo en el Cielo, sino de sus propias oraciones terrenales. En resumen, aunque las chispas de la agitación prendan en su conciencia (lo cual es inevitable, habiendo tanta leña para una hoguera) no es la sangre de Cristo lo que utilizan para apagarla, sino sus propias lágrimas.
No importa quien seas: si edificas la paz de tu conciencia con madera, heno y hojarasca, te acuso de ser enemigo de Jesucristo y de su evangelio. Si en tu propia huerta creciera una hierba capaz de sanar tu conciencia herida, ¿por qué habría recetado Dios un ungüento tan singular como la sangre de su Hijo Unigénito? ¿Por qué llama a los pecadores a apartarse de todo lo que no sea Él? Puedes estar seguro de esto: o Cristo era un impostor y el evangelio una fábula —y espero que no seas tan impío, peor aún que Satanás, para pensar tal cosa—, o no empleas el remedio adecuado para sanar tu conciencia y obtener la paz.
En cuanto a poner un buen cimiento para tener una paz sólida en el corazón, eso no se puede completar sin oraciones y lágrimas; esto es, sin arrepentimiento. Pero por sí solos estos remedios nunca crearán la paz con Dios. La paz de conciencia no es más que el eco de la misericordia perdonadora que lleva el alma al dulce descanso, mientras hace sonar su suave música en la conciencia. Este eco es la misma voz repetida; si las oraciones, lágrimas y buenas obras no pueden comprar la paz del perdón, tampoco pueden dar la paz del consuelo. Recuerda lo que digo: no puedes tener paz interior sin estas cosas; pero tampoco únicamente por medio de ellas.
Una herida normal no se sana si no se venda y se mantiene limpia; pero estas medidas no la sanarán, solo la medicina. No quiero que dejes de orar y de servir, sino que no esperes que la paz brote de esa única raíz. Si dependes de ella, te aíslas de cualquier provecho de la verdadera paz ofrecida por el evangelio. Lo uno resiste a lo otro como dos ríos famosos de Alemania, cuyas aguas no se mezclan allí donde se unen.
La paz del evangelio no se mezcla con ninguna otra: hay que bebería pura y sin diluir, o no bebería. Hablando para sí mismo y para los demás creyentes sinceros, Pablo testificó: Porque nosotros somos la circuncisión, los que en espíritu servimos a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne” (Fil. 3:3).
Estaba diciendo algo así: “No nos quedamos atrás en ningún deber ni servicio santo. Vamos más allá, porque adoramos a Dios en espíritu; pero ni siquiera esto es la fuente de nuestro gozo y consuelo. Nos gozamos en Cristo Jesús, y no en la carne”. Pablo llama “carne” a cualquier cosa que se oponga a Cristo y a nuestro gozo en Él.
Hay muchos que utilizan el ungüento de la misericordia del evangelio para sanar la conciencia herida, pero no siguen la receta bíblica al aplicarlo. En su lugar, se aferran presuntuosamente a una promesa, y la raptan en vez de esperar el consentimiento de Cristo. Frecuentemente son como Saúl, que tenía tanta prisa que no podía esperar a que Samuel llegara para hacer los sacrificios; sino que se adelantó, desobedeciendo a Dios en cada minuto de su servicio.
Los impulsivos no esperan la llegada del Espíritu Santo para rociar su conciencia con la sangre de Cristo según el evangelio; lo hacen ellos mismos, aplicando el consuelo de promesas que no les pertenecen aún. ¿Qué opinas del que no esperara la receta del médico, sino que corriera a la farmacia y empezara a componer su propia medicina? Esto es lo que hace todo aquel que no se rocía solo con la sangre de Cristo, y se bendice en la misericordia perdonadora de Dios antes de alejarse del pecado.
Sepan esto todos los profanos: Igual que la sangre del cordero pascual no se aplicaba a las puertas de los egipcios, sino a las de los israelitas, tampoco se rociará la sangre de Cristo sobre el pecador obstinado, sino sobre el penitente sincero. Esa sangre no se ponía en el umbral de las puertas de los israelitas, donde la fueran a pisar, sino en el marco, donde su huella se hizo sagrada. Tampoco se reserva la sangre de Cristo para el que sigue practicando el pecado: esto sería pisotear el sacrificio sacrosanto. Recuerda que David tuvo que confesar su pecado con vergüenza antes de que Natán pudiera consolarlo con noticias de perdón.
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Extracto del libro: “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall