​En el programa de Ginebra de 1538 Calvino estableció que la Palabra de Dios es el fundamento de toda enseñanza y por tanto de una educación cristiana. Siendo la Biblia la Palabra de Dios, de una forma total y exclusiva, absolutamente necesaria e indispensable para el hombre, es la suprema y final autoridad en el reino de la doctrina, la moral y la educación del ser humano.

Al tratar de formular los datos y principios de educación tenemos que intentar responder a siete cuestiones:
¿Cuál es su fundamento?, ¿Qué es el educando?, ¿Cual es el objetivo? ¿Qué es el sujeto y la materia?, ¿Cuál es el método?, ¿Cuál es la disciplina? y ¿Cual es la organización de la educación de la escuela?
Intentaremos responder a estas cuestiones lo más breve y acertadamente posible, utilizando las propias ideas de Calvino y sus propias palabras hasta donde es posible.

La Palabra de Dios ha llegado hasta nosotros en la Sagrada Escritura o la Biblia, revelada a Sus profetas por muchos siglos durante la existencia del hombre sobre la tierra. La Biblia es la Palabra de Dios. Ella, en consecuencia, es la portadora de Su autoridad. Calvino aceptó la autoridad fundamental de la Biblia en todas las esferas de la vida humana y, por consiguiente, en la esfera de la educación.

La Sagrada Escritura, pues, es la Palabra revelada de Dios. Pero el hombre no puede aceptarla como a tal a menos que reciba el testimonio del Espíritu Santo, que confirma la Escritura con objeto de completar el establecimiento de su autoridad. Cuando el hombre admite a través del testimonio interno del Espíritu Santo que la Escritura es una declaración de la Palabra de Dios, la Biblia obtiene el mismo completo crédito y autoridad a causa de su divino origen como si el hombre oyera las mismas palabras pronunciadas por el propio Dios.

Siendo la Biblia la Palabra de Dios, de una forma total y exclusiva, y siendo absolutamente necesaria e indispensable para el hombre, es la suprema y final autoridad en el reino de la doctrina, la moral y la educación del hombre.

Pero la Palabra de Dios, infalible e inerrable, es difícil de ser comprendida por el hombre pecador. Para captar el significado de la Palabra de Dios los seres humanos ordinarios necesitan ser iluminados por los hombres piadosos, entrenados y eruditos. Para este propósito Dios utiliza como instrumento de Su eterna gracia los llamados doctores teológicos  y los ministros. Son hombres elegidos para explicar a Su grey la divina Palabra de Dios.

Entre esos hombres elegidos hay que reservar una plaza especial para Juan Calvino. En su Institución a la religión Cristiana, en su Catecismos  y en sus Comentarios, Calvino ha dado al mundo cristiano una más confiable y autorizada interpretación para nuestra guía en la comprensión de las Escrituras y sus enseñanzas. En tanto que la enseñanza de Calvino sea fiel a la Palabra de Dios —y sus seguidores creen que es así—, aceptan su enseñanza como la guía real y el fundamento para su comprensión de los ‘fundamentales principios de la religión cristiana y la educación cristiana. La interpretación de Calvino despierta confianza en nosotros de que lo que está exponiéndonos es realmente lo que el propio Señor quiere decirnos.

La Biblia es, pues, el fundamento de toda educación cristiana. Es innecesario añadir que no nos da el contenido completo y el método de tal educación; porque además de la revelación especial de Dios en la Biblia o Sagradas Escrituras, hay también una revelación general de Dios en la propia naturaleza, en la historia de la creación de Dios sobre la tierra y en la conciencia del propio hombre.

De todas las criaturas de Dios, el hombre es la sola criatura que puede, en el verdadero sentido de la palabra, ser educada. De hecho el hombre permanece como educando (un ser educable, un aprendiz, un alumno) durante toda su vida.

En su «Institutio» Calvino dedica especial atención al problema del conocimiento de nosotros mismos. La educación es completamente imposible sin tal conocimiento de nosotros mismos. El educador —maestro, padres— tiene que conocer al hombre, a sí mismo y al educando.

El hombre comienza su vida, desde la creación del primer hombre y la primera mujer, como un ser ignorante. El crecimiento y el desarrollo son parte y porción de la naturaleza humana. Una parte de su crecimiento y desarrollo es físico y otra parte mental. La educación tiene que ver con ambos aspectos; pero su responsabilidad es el crecimiento y el desarrollo del alma humana.

¿Qué es lo que Calvino nos enseña respecto al hombre? ¿Qué tenemos que conocer respecto a él para educarle apropiadamente? La primera parte de nuestro conocimiento del hombre reside en el hecho de que es una criatura de Dios. Es la más noble de las realizaciones de Dios, el más admirable espécimen de Su justicia, sabiduría y bondad. La criatura humana, en su naturaleza, fue creada en perfecta integridad. El hombre fue creado del polvo de la tierra, un freno a su orgullo. Dios animó esta vasija de arcilla e hizo de ella la habitación de un alma inmortal, para que Adán (el hombre) pudiese gloriarse en la gran liberalidad de su Hacedor. El hombre consiste de un cuerpo y un alma; una esencia inmortal aunque creada, la parte más noble del hombre, es el alma, a veces llamada espíritu; una especie de esencia separada y claramente distinta del cuerpo. El alma consiste de dos partes: el intelecto y la voluntad. El oficio del intelecto es distinguir entre cosas aprobadas o desaprobadas, y el de la voluntad elegir y seguir lo que el intelecto declara que es bueno y rechazar y alejar lo que es malo. El intelecto es la guía y el gobierno del alma; la voluntad siempre sigue su indicación y pregunta y espera su decisión en materias de deseo. Dios dio al hombre una libertad de voluntad por la cual si lo hubiera elegido podía obtener la vida eterna. El hombre fue creado a la imagen de Dios, teniendo el alma la sede de esta imagen. La imagen de Dios se extiende a todas las cosas en que la naturaleza del hombre sobrepasa la de todas las especies de animales. La imagen o semejanza de Dios se refiere a la integridad con la cual Adán (el hombre) fue dotado cuando su intelecto era claro, sus afecciones subordinadas a la razón y sus sentidos debidamente regulados. Toda esta excelencia solamente debida a los admirables dones de su Hacedor.

La segunda parte de nuestro conocimiento del hombre es el hecho de que esta criatura de Dios cayó en el pecado, siendo desobediente en su propia y libre voluntad al mandamiento directo de su Hacedor. De aquí que perdiese toda su naturaleza original: la nobleza, la sabiduría, su admirable sentido de la justicia y la bondad, y la capacidad de su intelecto para distinguir entre el bien y el mal, de su voluntad de rechazar lo que es malo o luchar por lo que es bueno; se oscureció para él la imagen de Dios, su intelecto ya no fue más claro y lúcido, sus afecciones ya no estuvieron subordinadas a la razón y sus sentidos ya dejaron de estar debidamente regulados. El intelecto y la voluntad de la totalidad del hombre se corrompieron, el corazón queda también implicado en esta corrupción, de aquí que en ninguna parte del hombre pueda encontrarse la integridad o el conocimiento del temor de Dios. Aunque el hombre tiene todavía la facultad de la libre elección, no hay seguridad en ella y cae bajo las ataduras del pecado de un modo necesario y voluntario. Lo peor siguió todavía: la caída y defección de Adán es la causa de la maldición infligida al género humano y la total degeneración de su primitiva condición de la Creación. Esta es la lógica doctrina del pecado original: todos los hombres nacidos desde Adán están despojados de la libertad de la voluntad y sujetos a una miserable esclavitud. Todo lo que proceda de su corrompida naturaleza merece la condenación eterna.

Pero hay afortunadamente una tercera parte de nuestro conocimiento del hombre. El intelecto del hombre todavía alcanza a las cosas celestiales lo mismo que a las terrestres. Queda todavía una porción de la naturaleza humana tal como fue creada por Dios, lo que es debido solamente a la divina indulgencia. Hay todavía un conocimiento de Dios naturalmente implantado en la mente humana; existe todavía en su mente, y ciertamente por instinto natural, algún sentido de la Divinidad, puesto que el propio Dios ha dotado a los hombres con alguna idea de la Divinidad. Pero aunque la experiencia testifica que hay una semilla religiosa sembrada en todos, apenas si hay uno entre ciento que la ama en su corazón y ni uno en quien crezca hasta su madurez.

La parte final de nuestro conocimiento del hombre es concluyente, y éste es el hecho de la salvación del hombre desde su estado de pecado y condenación por la gracia salvadora de nuestro Señor Jesucristo que se entregó a sí mismo para salvar al hombre. El hombre sólo puede encontrar la redención en Jesucristo, no hay justicia en el propio hombre o en sus buenas obras; el hombre sólo puede ser justificado por fe y por la fe sola, mediante la acción del Espíritu Santo en nuestros corazones, el Consolador enviado por el Padre y el Hijo. Así es como existe esperanza para el hombre perdido. La redención es la respuesta final a la cuestión educacional de si es posible llevar al hombre pecador al conocimiento de Dios, el esencial prerrequisito de su educación y de su salvación.

El educando es educable porque Dios ha dejado alguna sombra de Su imagen incluso después de la caída. Todos los dones de cuerpo y alma que un niño posee son signos del eterno amor de Dios y de Su gracia.

Extracto del libro «Calvino profeta contemporáneo».  Aticulo de J. CHR. COETZÉE

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