​La regeneración es la obra soberana de Dios el Espíritu Santo. La iniciativa es suya, no de nosotros mismos. Notamos que Pablo pone el acento en la obra de Dios, no en el esfuerzo del hombre:  Pero Dios, que es rico en misericordia…
  Observamos que el Apóstol no escribe: Pero el hombre, por su bondad, se inclina hacia Dios y asciende por sí mismo a un nuevo nivel espiritual...


    LA INICIATIVA DIVINA

La regeneración es la obra soberana de Dios el Espíritu Santo. La iniciativa es suya, no de nosotros mismos. Notamos que Pablo pone el acento en la obra de Dios, no en el esfuerzo del hombre:

    Pero Dios, que es rico en misericordia…

    Observamos que el Apóstol no escribe:

    Pero el hombre, por su bondad, se inclina hacia Dios y asciende por sí mismo a un nuevo nivel espiritual.

    Uno de los momentos más dramáticos de mi vida para la formación de mi teología tuvo lugar en un aula del seminario. Uno de mis profesores se acercó al pizarrón y escribió con letras gruesas las siguientes palabras:

LA REGENERACIÓN PRECEDE A LA FE

    Estas palabras sacudieron mi sistema. Yo había entrado al seminario creyendo que la obra clave del hombre para efectuar el renacimiento era la fe. Pensaba que primero teníamos que creer en Cristo para nacer de nuevo. Uso la palabra para con una razón. Yo pensaba en términos de pasos que debían darse en una cierta secuencia para llegar a un destino. Yo había puesto la fe al principio de la secuencia. El orden era más o menos el siguiente:

Fe-renacimiento-justificación

    Según este esquema, la iniciativa recae sobre nosotros. Sin duda, Dios había enviado a Jesús a morir en la cruz antes de que yo siquiera oyera el evangelio. Sin embargo, yo pensaba que, una vez que Dios hubiera hecho estas cosas externas a mí, la iniciativa para apropiarme de la salvación era trabajo mío.

    Yo no había pensado muy cuidadosamente en el asunto. Tampoco había escuchado cuidadosamente las palabras que Jesús había pronunciado ante Nicodemo. Asumía que, aun cuando yo era pecador, nacido de la carne y viviendo en la carne, todavía tenía una pequeña isla de justicia, un diminuto depósito de poder espiritual guardado en mi alma que me capacitaría para responder al evangelio por mí mismo.

    Quizás había sido confundido por la enseñanza tradicional de la iglesia católica romana. Roma y muchas otras ramas de la cristiandad habían enseñado que la regeneración es concedida por gracia; no puede ocurrir sin la ayuda de Dios. Ningún hombre tiene el poder de levantarse a sí mismo de la muerte espiritual. Se necesita la ayuda divina y se necesita en forma absoluta. Esta gracia, de acuerdo a Roma, viene en la forma de lo que se llama gracia precedente. “Precedente” significa aquello que viene antes de algo más.
    Roma añade a esta gracia precedente el requisito de que debemos “cooperar con ella y asentir a ella” antes de que pueda tomar posesión de nuestros corazones.
    En el mejor de los casos, este concepto de cooperación es una media verdad. Es verdad en la medida en que la fe que ejercemos es nuestra. Dios no cree en Cristo por nosotros. Cuando yo respondo a Cristo, lo que se ha ejercido es mi respuesta, mi fe y mi confianza.
    La cuestión, sin embargo, es mucho más profunda. La pregunta sigue en pie: ¿Coopero yo con la gracia de Dios antes de nacer otra vez, o la cooperación ocurre después de que vuelvo a nacer?
 
    Otra forma de plantear esta cuestión es preguntar si la regeneración es monergista o sinergista. ¿Es operativa o cooperativa? ¿Es eficaz o dependiente? Algunas de estas palabras son términos teológicos que requieren una explicación más extensa.

MONERGISMO Y SINERGISMO

Una obra monergista es una obra producida individualmente, por una persona. El prefijo mono- significa uno. La palabra erg se refiere a una unidad de trabajo. Palabras como energía están construidas sobre esta raíz. Una obra sinergista es aquella que implica cooperación entre dos o más personas o cosas. El prefijo sin- quiere decir “junto con”.
    Insisto en esta distinción por una razón. Es justo decir que todo el debate entre Roma y Martín Lutero pendió de este solo punto. Lo que estaba en discusión era esto: ¿Es la regeneración una obra monergista de Dios, o es una obra sinergista que requiere una cooperación entre el hombre y Dios?

    Cuando mi profesor escribió “La regeneración precede a la fe” en el pizarrón, claramente estaba tomando partido por la respuesta monergista. Sin duda, después de que una persona es regenerada, dicha persona coopera ejerciendo fe y confianza. Pero el primer paso, el paso de la regeneración a través del cual una persona es avivada para la vida espiritual, es la obra de Dios y sólo de Dios. La iniciativa está en Dios, no en nosotros.

    La razón por la cual no cooperamos con la gracia regeneradora antes de que ésta actúe sobre nosotros y en nosotros es que no podemos. No podemos porque estamos espiritualmente muertos. No podemos ayudar al Espíritu Santo cuando éste aviva nuestras almas para la vida espiritual más de lo que Lázaro podía ayudar a Jesús a levantarse de entre los muertos.

    Probablemente es cierto que la mayoría de los cristianos profesantes del mundo actual creen que el orden de nuestra salvación es este: La fe precede a la regeneración. Somos exhortados a elegir nacer de nuevo. Sin embargo, decirle a un hombre que elija renacer es como exhortar a un cadáver a elegir resucitar. La exhortación cae en oídos sordos.

    Cuando empecé a luchar contra el argumento del profesor, me sorprendí al descubrir que su aparentemente extraña enseñanza no era una innovación teológica. Encontré la misma enseñanza en Agustín, Martín Lutero, Juan Calvino, Jonathan Edwards y George Whitefield. Me asombré al hallarla incluso en la enseñanza del gran teólogo católico medieval Tomás de Aquino.

    El hecho de que aquellos gigantes de la historia cristiana llegaran a la misma conclusión con respecto a este punto causó un impacto tremendo en mí. Yo estaba consciente de que ellos no eran individual ni colectivamente infalibles. Todos y cada uno de ellos podían estar equivocados. Sin embargo, yo estaba impresionado. Me había impresionado especialmente Tomás de Aquino.
    Tomás de Aquino es considerado el Doctor Angelicus de la iglesia católica romana. Durante siglos, su enseñanza teológica fue aceptada como dogma oficial por la mayoría de los católicos, de modo que él era la última persona que yo esperaba encontrar adherida a semejante enfoque de la regeneración. No obstante, Aquino insistió en que la gracia regeneradora es gracia operativa, no gracia cooperativa. Aquino habló de la gracia precedente, pero habló de una gracia que viene antes de la fe, que es la gracia de la regeneración.
    La frase clave en la Carta de Pablo a los Efesios con respecto a este asunto es esta:

    (…) aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia habéis sido salvados). (Efesios 2:5)

    Aquí, Pablo establece el momento en que la regeneración ocurre. Tiene lugar cuando estábamos muertos. Con un sólo impacto de revelación apostólica, todos los intentos de asignarle la iniciativa de la regeneración al hombre son aplastados total y completamente. De nuevo, los hombres muertos no cooperan con la gracia. Los espiritualmente muertos no toman iniciativa alguna. A menos que la regeneración ocurra primero, no hay posibilidad de fe.
    Esto no dice nada diferente a lo que Jesús le dijo a Nicodemo. A menos que un hombre nazca de nuevo en primer término, no puede ver ni entrar al reino de Dios. Si creemos que la fe precede a la regeneración, entonces establecemos nuestro pensamiento y consecuentemente a nosotros mismos en oposición directa no sólo a Agustín, Aquino, Lutero, Calvino, Edwards y otros, sino que nos oponemos a la enseñanza de Pablo y de nuestro Señor mismo.

LA REGENERACIÓN ES GRATUITA

En la exposición de Pablo acerca de la regeneración hay un fuerte acento sobre la gracia. Es necesario que los cristianos de todas las denominacinoes teológicas reconozcan voluntaria y alegremente que nuestra salvación descansa sobre el fundamento de la gracia.
    Durante la Reforma, los protestantes usaron dos frases latinas como gritos de guerra: sola scriptura (sólo la Escritura) y sola fide (sólo por fe). Insistieron en que la autoridad suprema en la iglesia bajo Cristo es la Biblia sola. Insistieron en que la justificación era sólo por fe. Ahora, Roma no negaba que la Biblia tiene autoridad; era la palabra sola aquello con lo cual se atragantaban. Roma no negaba que la justificación involucra fe; era la palabra sola lo que les provocó a condenar a Lutero.
 
    Hubo un tercer grito de guerra durante la Reforma. Fue escrito originalmente por Agustín más de mil años antes de Lutero. Era la frase sola gratia. Esta frase afirma que nuestra salvación descansa sólo en la gracia de Dios. El mérito humano no está mezclado con ella. La salvación no es un logro humano; es un don gratuito de Dios. Un enfoque sinergista de la regeneración pone esta fórmula en peligro.

    No es accidental que Pablo agregue a su enseñanza sobre la regeneración el hecho de que sea una obra gratuita de Dios. Démosle otra mirada:

    Efe 2:4  Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó,
Efe 2:5  aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo(A) (por gracia sois salvos),
Efe 2:6  y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús,
Efe 2:7  para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.
Efe 2:8  Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios;
Efe 2:9  no por obras, para que nadie se gloríe.
Efe 2:10  Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.

    Cuando se trata de la regeneración y la fe, me pregunto cómo podría Pablo haberlo expresado más claramente. Supongo que podría haber agregado a Efesios 2 la frase “La regeneración precede a la fe”.  Sin embargo, honestamente pienso que aun esa frase no cerraría el debate. No hay nada en esa frase que no haya sido ya claramente explicado por Pablo en este texto o por Jesús en Juan 3.
    ¿Por qué, entonces, todo este alboroto? Supongo que se debe a que, si concluimos que la regeneración es por iniciativa divina, que la regeneración es monergista, y que la salvación es sólo por gracia, no podemos escapar de la manifiesta inferencia que nos lleva rápida e irresistiblemente a la elección soberana.

    Tan pronto como la doctrina de la elección pasa al frente, se produce una frenética lucha por encontrar una manera de lograr que la fe aparezca antes de la regeneración. A pesar de todas estas dificultades, nos encontramos de frente con la enseñanza del Apóstol:

    Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. (Efesios 2:8-9)

    Aquí el Apóstol enseña que la fe a través de la cual somos salvos es una fe que viene a nosotros por gracia. Nuestra fe es algo que ejercemos por nosotros mismos y en nosotros mismos, pero no es de nosotros mismos. Es un don. No es un logro.
    
 Con la gratuidad del don de la fe como fruto de la regeneración, toda la jactancia queda excluida para siempre, excepto si está basada en las extraordinarias riquezas de la misericordia de Dios. Todos los enfoques de la salvación que se centran en el hombre son excluidos si retenemos la palabra sola en sola gratia. Por lo tanto, jamás debemos afligir al Espíritu Santo apropiándonos del crédito que le pertenece exclusivamente a Él.

LA REGENERACIÓN ES EFICAZ

Dentro de las formas tradicionales de la teología arminiana están aquellas que concuerdan en que la regeneración precede a la fe pero insisten en que no siempre ni necesariamente produce fe. Esta visión está de acuerdo en que la iniciativa es de Dios; es por gracia, y la regeneración es monergista. Dicho enfoque está habitualmente vinculado con algún tipo de visión de la regeneración universal.

    Esta idea está ligada a la cruz. Algunos arguyen que uno de los beneficios universales de la expiación de Cristo es que todas las personas son regeneradas al extremo de que la fe ahora es posible. La cruz rescata a todos los hombres de la muerte espiritual en el sentido de que ahora tenemos el poder de cooperar o no cooperar con el ofrecimiento de la gracia salvadora. Quienes cooperan ejerciendo fe son justificados. Quienes no ejercen fe, nacen de nuevo pero no son convertidos. Son espiritualmente estimulados y se hallan espiritualmente vivos pero permanecen en la incredulidad. Ahora son capaces de ver el reino y tienen el poder moral para entrar en él, pero eligen no hacerlo.
    Para mí, esta es una visión de gracia ineficaz o dependiente. Es cercana a lo que Tomás de Aquino rechazó como gracia cooperativa.
    Cuando sostengo que la regeneración es eficaz, quiero decir que alcanza su objetivo deseado. Es efectiva. Realiza su tarea. Se nos hace vivir a la fe. El don consiste en una fe verdaderamente dada y que echa raíces en nuestro corazón.
    A veces, la frase llamamiento eficaz se usa como sinónimo de regeneración. La palabra llamamiento se refiere a algo que ocurre dentro de nosotros y se distingue de lo que ocurre fuera de nosotros.
    Cuando el evangelio es predicado audiblemente, la boca del predicador emite sonidos. Hay un llamado externo a la fe y al arrepentimiento. Cualquiera que no sea sordo es capaz de oír las palabras con sus oídos. Las palabras estimulan los nervios auditivos de los regenerados y los no regenerados por igual.
    Los no regenerados experimentan el llamado externo del evangelio. Este llamado externo no efectuará la salvación a menos que el llamado sea oído y abrazado con fe. El llamamiento eficaz se refiere a la obra del Espíritu Santo en la regeneración. Aquí, el llamado se halla dentro. Los regenerados son llamados internamente. Todo aquel que recibe el llamado interno de la regeneración responde con fe. Pablo dice:

    Y a los que predestinó, a ésos también llamó; y a los que llamó, a ésos también justificó; y a los que justificó, a ésos también glorificó. (Romanos 8:30)

    Este pasaje de Romanos es elíptico. Es decir, requiere que veamos en él una palabra que es asumida por el texto pero no declarada explícitamente. La gran pregunta es: ¿Qué palabra debemos proveer, algunos o todos? Probemos con algunos:

    Y a algunos de los que predestinó, a ésos también llamó; y a algunos de los que llamó, a ésos también justificó; y a algunos de los que justificó, a ésos también glorificó.

    Añadir aquí la palabra algunos es distorsionar el texto. Significaría que algunos de los predestinados nunca oyen el llamado del evangelio. Algunos de los que son llamados nunca llegan a la fe ni a la justificación. Algunos de los justificados no alcanzan a ser glorificados. En este esquema, no sólo el llamamiento no sería eficaz, sino que tampoco lo sería la predestinación ni la justificación.
    La inferencia de este texto es que todos los que son predestinados son igualmente llamados. Todos los que son llamados son justificados, y todos los que son justificados son glorificados.

    Si ese es el caso, entonces debemos distinguir entre el llamado externo del evangelio, que puede ser o no atendido, y el llamado interno del Espíritu, que necesariamente es eficaz. ¿Por qué? Si todos los llamados son también justificados, entonces todos los llamados deben ejercer fe. Obviamente, no todo aquel que oye el llamado externo del evangelio viene a la fe y la justificación. Sin embargo, todos los que son eficazmente llamados vienen efectivamente a la fe y la justificación. Aquí, el llamado se refiere a la obra interna del Espíritu Santo que está ligada a la regeneración.
     Aquellos a los cuales el Espíritu Santo aviva, con toda certeza vienen a la vida. Ellos ven el reino; abrazan el reino; y entran al reino.
    Es al Espíritu Santo de Dios que somos deudores por la gracia de la regeneración y la fe. Él es el Dador del don, quien mientras estábamos muertos nos dio vida con Cristo, para Cristo, y en Cristo. Es debido al misericordioso acto de animación efectuado por el Espíritu Santo que cantamos sola gratia y soli Deo gloria:  sólo a Dios  la gloria.

Extracto del libro: «El misterio del Espíritu Santo» de R. C. Sproul

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