​En una infinidad de formas, el pecado tratará de desviar la mente de un entendimiento correcto de su culpa. Como el profeta nos dice: "Fornicación, y vino, y mosto quitan el juicio. " (Oseas 4: 11) En la misma manera en que estos deseos pecaminosos logran un pleno éxito quitando el juicio en los no creyentes, así también lograrán hasta cierto punto tener éxito en los creyentes.

​  Esfuérzate para llenar tu mente con una clara y constante conciencia de la culpa, el peligro y la maldad del deseo pecaminoso que te está afectando.

La culpa de tu deseo pecaminoso
El creyente debe rehusar ser atrapado por los razonamientos engañosos de su deseo pecaminoso. Este siempre tratará de excusarse y de minimizar su propia culpa. El deseo pecaminoso siempre razonará de la siguiente manera: «Quizás esto sea malo, pero ¡hay cosas que son peores! Otros creyentes no han pensado en estas cosas, sino que las han hecho, etc.»
En Proverbios encontramos una descripción triste de un joven que fue seducido por una prostituta. A este joven le faltó «entendimiento» (Prov. 7:7). ¿Cuál fue exactamente «el entendimiento» que le faltó? La respuesta es que, él no sabía que cediendo ante su concupiscencia, esto le costaría la vida (Prov.7:23). El no consideró la culpa del pecado en que se estaba involucrando.
Si nosotros queremos mortificar el pecado, debemos percatarnos plenamente de que el pecado tratará de minimizar la conciencia de nuestra culpa. Entonces, debemos tratar de  tener fijo en nuestra mente, un entendimiento correcto de la culpa de nuestro pecado. Hay dos cosas en que debemos pensar para ayudarnos en esto:

1.    Primero, el pecado de un creyente es mucho más grave que el de un incrédulo. La gracia de Dios que obra en el creyente debilitará el poder del pecado a fin de que ya no se enseñoree de él como lo hace en los inconversos. (Vea Rom.6: 14-16.) No obstante, al mismo tiempo, la culpa del pecado que permanece en el creyente es más grave por el hecho de que el creyente ¡peca contra la gracia! «¿Qué, pues, diremos? ¿Permaneceremos en el pecado para que abunde la gracia? ¡De ninguna manera! Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos todavía en él?» (Romanos 6: 1-2) En este texto el énfasis cae sobre la palabra «nosotros». ¿Cómo pecaremos «nosotros»? Sin lugar a dudas, somos más malvados que los demás si lo hacemos. Porque pecamos contra el amor de Dios y contra su misericordia. Pecamos a pesar de las promesas de ayuda para derrotar al pecado. Podría decirse mucho más, pero deje que esta consideración final sea impresa en su mente: Hay más maldad y culpa en los remanentes de pecado que permanecen en el corazón de los creyentes, de la que habría en la misma medida de pecado en un corazón sin la gracia de Dios.

2.    Segundo, piensa acerca de cómo Dios ve tu pecado. Dios ve en el anhelo hacia la santidad que la gracia ha producido en el corazón de cualquiera de sus siervos, más belleza y excelencia que la que ve en las obras más gloriosas realizadas por los hombres que están destituidos de la gracia de Dios. Sí, y aún Dios ve más belleza y excelencia en estos anhelos internos, que la observada en sus actos externos. Esto es debido a que casi siempre hay una mayor mezcla de pecado en los actos externos, que en los deseos y anhelos internos de un corazón que ha sido regenerado. Por otra parte, Dios ve una gran medida de maldad en los deseos pecaminosos de un creyente. Dios ve más maldad en el deseo pecaminoso de un creyente de la que ve en los actos abiertos y escandalosos de los hombres malvados. Aún ve más maldad en los deseos pecaminosos, que en los pecados externos en los cuales muchos de sus hijos caen. ¿Por qué es así? Esto es debido a que Dios ve que hay más oposición interna en los creyentes (del Espíritu Santo y la nueva naturaleza) en contra del pecado, y generalmente más humillación a causa del pecado. Esto es el por qué Cristo trata con la frialdad espiritual en sus hijos, yendo a la raíz del problema y sacando a la luz su verdadero estado. (Vea Apo.3:15)  Debes dejar que estas y otras consideraciones similares, te guíen a una clara conciencia de la culpa de tus deseos pecaminosos internos. No subestimes ni trates de excusar tu culpa en esto, o tus deseos pecaminosos se fortalecerán y prevalecerán sin que te percates de ello.

El peligro de tus deseos pecaminosos
Hay muchos peligros que deben ser considerados, pero solamente señalaremos cuatro de ellos:

1.    El peligro de ser endurecido. Considere la advertencia hecha en Hebreos 3:12-13, «Mirad, hermanos, que en ninguno de vosotros haya corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo: Antes exhortaos los unos á los otros cada día, entre tanto que se dice Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño de pecado». En estas palabras, el escritor exhorta solemnemente a sus lectores a que hagan todo lo posible para evitar ser ‘endurecidos con el engaño del pecado». El endurecimiento mencionado aquí, es la apostasía total, un endurecimiento que conduce a la persona a «apartarse del Dios vivo». En un grado mayor o menor, cualquier deseo pecaminoso no mortificado tiende a producir este endurecimiento. Los lectores de estas palabras pudieran haber sido en un tiempo, muy sensibles hacia Dios y frecuentemente afectados o movidos en sus corazones por su Palabra. Pero ahora, lamentablemente, las cosas habían cambiado y tu también puedes pasar por alto los deberes de la oración, la lectura y el escuchar la Palabra de Dios sin preocuparte mucho. Ten cuidado si esta es la verdad acerca de ti. Esta condición puede empeorar mucho. No es suficiente hacer que tu corazón tiemble ante la posibilidad de endurecerse y tomar el pecado a la ligera. No es suficiente temblar ante el peligro de considerar ligeramente la gracia y la misericordia divinas, la sangre preciosa de Cristo, la ley de Dios, el cielo y el infierno. Ten mucho cuidado, porque esto es exactamente lo que el pecado no mortificado hará en tu vida si no es refrenado.

2.    El peligro de sufrir un gran castigo temporal. Aunque Dios jamás abandonará completamente a uno de sus hijos por fallar en la mortificación de sus pecados, puede disciplinarlos o castigarlos ocasionándoles mucho dolor y tristeza. «Si dejaren sus hijos mi ley, Y no anduvieren en mis juicios; Si profanaren mis estatutos, Y no guardaren mis mandamientos; Entonces visitaré con vara su rebelión, Y con azotes sus iniquidades. » (Salmos 89:30-32) Piensa en David y en todas las aflicciones que experimentó porque falló en la mortificación de su deseo pecaminoso hacia Betsabé. ¿Acaso no le importa que su falta en mortificar todo pecado en su vida le pudiera traer dolorosos castigos, que podrían continuar contigo hasta la sepultura? Si no tienes ningún temor de sufrir algo así, entonces, tienes motivos para sospechar que tu corazón ya haya sido endurecido.

3. El peligro de perder la paz y la fortaleza de por vida. La paz con Dios y la fortaleza para andar con El son esenciales para tu vida espiritual. Sin un disfrute de estas cosas en cierta medida, vivir es morir. Cuando una persona (un creyente) persiste en dejar sus deseos pecaminosos como no mortificados, tarde o temprano, será privado de estas dos bendiciones mencionadas. ¿Qué paz o fortaleza puede disfrutar el alma cuando Dios dice, «Por la iniquidad de su codicia me indigné y lo golpeé. Escondí mi rostro y me indigné’? (Isaías 57:17) En otro texto Dios dice: «Andaré, y volveré á mi lugar hasta que reconozcan su pecado, y busquen mi rostro.»(Oseas 5:15) Entonces, cuando Dios hace esto ¿Qué sucederá con tu paz y tu fortaleza? Quizá pudiera ser que dentro de muy poco tiempo ya no verás el rostro de Dios en paz. Quizá para mañana ya no serás capaz de orar, leer o escuchar la palabra, ni llevar a cabo ningún deber espiritual con alegría, vida y vigor espiritual. Quizá Dios disparará sus saetas contra ti y te llenará con angustia, temor y perplejidad. Considera esto por un momento; aunque Dios no te destruya totalmente, sin embargo, te puede poner en un estado donde sientas que esto es lo que te ocurrirá. No dejes de considerar este peligro, hasta que tu alma tiemble dentro de tí.

4. El peligro de la destrucción eterna. Hay una relación tan íntima entre la persistencia en el pecado y la destrucción eterna, que mientras que una persona permanezca bajo el poder del pecado, debemos advertirle acerca del peligro de la destrucción y la separación eterna de Dios. El hecho de que Dios ha determinado librar a algunos de que continúen en el pecado (para que sean salvos de la destrucción), no cambia el siguiente hecho; que Dios no librará de la destrucción a ninguno que continúe en el pecado. La regla de Dios es muy clara: «No os engañéis: Dios no puede ser burlado: que todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción…» (Gálatas 6:7-8) Entre más claramente reconozcamos la realidad de que el pecado no mortificado nos conducirá a la destrucción eterna, más claramente veremos el peligro de permitir que cualquier pecado en nuestra vida quede sin ser mortificado. El deseo pecaminoso es un enemigo que nos destruirá, si nosotros no lo destruimos primero. Deje que esta realidad penetre profundamente en su alma. No se contente hasta que su alma tiemble ante la realidad de que un enemigo vive dentro de usted y le destruirá, a menos que usted lo destruya primero.

La maldad de tu concupiscencia
El peligro de algo tiene que ver con una posibilidad futura, pero la maldad de ese algo, tiene que ver con el presente. Hay muchas maldades relacionadas con el pecado no mortificado, pero nos fijaremos solamente en tres de ellas:

1.    El pecado no mortificado contrista al Espíritu Santo. Uno de los grandes privilegios que los creyentes tienen es que el Espíritu Santo mora dentro de ellos. Debido a esto, los creyentes son especialmente exhortados en Efesios 4:25-29, a abstenerse de una variedad de deseos pecaminosos y a la vez son motivados por las siguientes palabras: » Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual estáis sellados para el día de la redención.» (Efesios 4:30) De la misma manera en que una persona amable y tierna es entristecida por la falta de bondad de un amigo, así también el Espíritu Santo es contristado cuando un creyente permite que los deseos no mortificados vivan en su corazón. El Espíritu Santo ha escogido nuestros corazones como su morada. Él ha venido a morar en nosotros, para hacer todo el bien que pudiéramos desear. El Espíritu Santo es contristado cuando un creyente comparte su corazón (el corazón que el Espíritu ha venido a poseer) con sus enemigos (es decir, con nuestros deseos pecaminosos). Estos son los mismos enemigos que El ha venido a ayudamos a destruir. Oh creyente, considere qué y quién eres; considera quién es el Espíritu que es entristecido; considera qué es lo que El ha hecho y lo que pretende hacer para ti. Avergüénzate de cada pecado no mortificado al que permites contaminar en Su templo.

2. El pecado no mortificado hiere nuevamente al Señor Jesús. Cuando un pecado permanece como no mortificado en el corazón de un creyente, entonces la nueva creación en Cristo en ese corazón es herida, su amor es frustrado y su enemigo complacido. Tal como el abandono total de Cristo (la apostasía) debida al engaño del pecado significa «crucificar de nuevo al Hijo de Dios y exponerle al vituperio» (Heb.6:6), así también abrigar el pecado que el vino a destruir, le hiere y le contrista.

3. El pecado no mortificado hace inútil al creyente. El pecado no mortificado normalmente produce una enfermedad espiritual en la vida de un creyente. Tu testimonio no será usado ni bendecido por Dios. Muchos creyentes permiten que los deseos pecaminosos que destruyen el alma vivan en sus corazones. Estos, como los gusanos, comen las raíces de su obediencia, la corrompen y la debilitan día tras día. Todas las gracias espirituales, todos los medios por los cuales las gracias pueden ser ejercitadas y mejoradas; son anuladas por el pecado no mortificado. Dios mismo rehusará concederte bendiciones espirituales. Es decir, todos sus intentos para servir a Dios serán frustrados. Conclusión: Nunca olvides la culpa, el peligro y la maldad del pecado. Piensa acerca de estas cosas. Permite que llenen tu mente hasta que provoquen que tu corazón tiemble.

Extracto del libro: la mortificación del pecado, por John Owen

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