​​Después que Jesús dijo que enviaría al Espíritu Santo a los discípulos; para que los acompañara para siempre, agregó: "el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce" (Jn. 14:17).
  Cuando Juan hace mención al mundo se está refiriendo al conjunto de personas que están alejados de Cristo. Sin la obra del Espíritu Santo que guía a las personas a Cristo nadie puede ver, ni conocer ni recibir las cosas espirituales. No pueden ver porque están espiritualmente ciegos. Como lo dijo Jesús: «el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios» (Jn. 3:3). No pueden conocer porque las cosas de: Espíritu «se han de discernir espiritualmente» (1 Co. 2:14). Y no pueden recibir al Espíritu Santo o a Cristo, porque como también lo dijo Jesús: «Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere» (Jn. 6:44).

¿Qué sucede entonces? El Espíritu Santo es quien abre los ojos ciegos para que los no regenerados puedan ver la verdad, aclara sus mentes para que puedan entender lo que ven, y mueve sus voluntades hasta que llegan a colocar su fe en el Salvador. Sin esta obra no habría ni siquiera un solo cristiano en el mundo. Por medio de ella, el Espíritu Santo nos salva y glorifica al Señor Jesús. El Espíritu Santo glorifica a Jesús cuando reproduce su carácter en los creyentes.

Realiza esto de tres maneras:

Primero, guiando a los cristianos a una mayor victoria sobre sí mismos y sobre el pecado;
Segundo, intercediendo por ellos en la oración y enseñándoles cómo orar; y
Tercero, revelándoles la voluntad de Dios para sus vidas y ayudándoles a caminar en ella.

Estos ministerios se combinan para producir el «fruto del Espíritu», que es la vida de Cristo en cada uno de nosotros. Pablo habla sobre este fruto en Gálatas 5:22-23, diciendo: «Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza». Estas virtudes estuvieron claramente presentes en Cristo y, según la enseñanza de Pablo, también han de estar presentes en los cristianos. Los comentaristas han señalado la importancia que tiene el que se hable de un fruto (singular) en lugar de frutos (plural). «El fruto del Espíritu» tiene que estar presente en todas sus manifestaciones en cada uno de nosotros. Esto no es cierto en el caso de los «dones» del Espíritu….

Se nos dice que el Espíritu Santo le da los dones a un cristiano y a otro según su voluntad (1 Co. 12:11). Así es como uno puede ser un maestro, otro un pastor, otro un evangelista y todavía otro un administrador. Pero por el contrario, todos y cada uno de los cristianos deben poseer todo el fruto del Espíritu.

El amor encabeza la lista, y esto es completamente apropiado. «Dios es amor» (1 Jn. 4:8) y, por lo tanto, la mayor de las virtudes cristianas es el amor (1 Co. 13:13). El carácter de esta virtud está impartido por el amor divino; el amor de Dios es inmerecido (Ro. 5:8), es un gran amor (Ef. 2:4), es un amor que transforma (Ro. 5:3-5) y que no cambia (Ro. 8:35-39). El amor de Dios envió a Cristo a morir por nuestro pecado. Ahora, como el Espíritu de Cristo ha sido implantado en los cristianos, debemos mostrar un amor grande, transformador, de sacrificio e inmerecido tanto hacia otros cristianos como hacia el mundo. Así es como el mundo sabrá que los cristianos son evidentemente los seguidores de Cristo (Jn. 13:35).
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Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

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