​Aquellos que suscriben la doctrina de la antítesis no abogan por la pelea contra el mundo sino por la conquista del mundo. Ellos buscan, a través de la predicación del Evangelio, que es poder de Dios, ganar a otros para la causa de Cristo, y así desafiar al enemigo a desertar de las filas del príncipe de este mundo.

​La doctrina de la antítesis se toma en serio la gracia. Afirma que la gracia de Dios regenera a los hombres y les hace nuevas criaturas, quienes son ahora dirigidos por el Espíritu de Dios por cuya unción básicamente entienden todas las cosas (I Juan 2:20). Por gracia los hombres son hechos libres de la esclavitud del pecado y son liberados del poder de Satanás y llevados a Dios (Hech. 26:18), pues ellos “son hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviesen en ellas” (Efe. 2:10).

Todo esto en contraste con su estado anterior en el que estaban muertos en delitos y pecados, en los que ellos “anduvieron en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia” (Efe. 2:1, 2). Pero Dios les ha predestinado para ser conformados a la imagen de su Hijo (Rom. 8:29), y Pablo con toda seriedad le implora a estos mismos santos a presentar sus cuerpos en sacrificio vivo para Dios, no conformados a este mundo, sino transformados (Romanos 12:1, 2). La vida del pueblo de Dios, como el calvinista interpreta la Escritura, demanda un estilo de vida distintivamente cristiano, porque es una vida vivida por fe en el Hijo de Dios por medio de la gracia. Esta es la razón por la cual el calvinista toma tan seriamente la vida ética, puesto que ella se encuentra en el símbolo de la cruz. La ley decía, “Maldito el que no confirmare las palabras de esta ley para hacerlas” (Deut. 27:26). Pero Cristo fue hecho maldición por nosotros, y nos redimió así de la maldición de la ley (Gál. 3:13), Por tanto, los cristianos son deudores de Cristo por siempre, para vivir en justicia. Son llamados, como seguidores de Cristo, a pelear la buena batalla de la fe contra el mundo, la carne y el diablo. En este punto es bueno recordar que Satanás es el enemigo principal, quien desde los días del primer Adán, a quien atacó desde el exterior, ha tenido acceso al corazón del hombre que por naturaleza está muerto en delitos y pecados (Efe. 2:2). Por tanto, Pablo pide a los santos que mortifiquen las obras de la carne y describe la batalla contra el pecado en su propio ser con dramática emoción como “no hago el bien que quiero; sino el mal que no quiero, eso hago… ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:19, 24).

 
Ahorabien , sobre la base de esta confesión de Pablo están aquellos que argumentan que la antítesis no puede ser absoluta, porque, se dice, los cristianos también pecan, mientras que los no creyentes todavía hacen una cierta cantidad de bien. ¡Pero esto no es adrede! Aún el pecar de un hombre regenerado difiere del de un no-regenerado. ¿No confiesa Pablo que el mal que hace no quisiera hacerlo? Ciertamente que así es. El creyente peca por descuido, en contra de su voluntad, pero se deleita en la ley del Señor según el hombre interior (Rom. 7:22; Sal. 1:2; 119; 11, etc.). Sin embargo el no-regenerado peca según la ley de su ser, y los pensamientos de la carne son enemistad contra Dios, no están sujetos a la ley del Señor, y los que son de la carne no pueden agradar a Dios (Rom. 8:6-8). Y el “bien” del no- regenerado es totalmente diferente de las buenas obras del justo, porque todo lo que no es de fe es pecado (Rom. 14:23), de manera que el bien relativo en asuntos civiles no invalida el hecho de que la totalidad de la vida del no-regenerado permanece bajo el signo de la apostasía, ya que sin fe es imposible agradar a Dios (Heb. 11:6).

Por supuesto, ninguno que contienda por la amplitud y dominio total de la antítesis (antítesis absoluta) será tan necio como para decir que los creyentes y los no creyentes no tengan ahora nada en común. Ya se ha señalado que ambos tienen una naturaleza humana común, son portadores de la imagen de Dios, y cayeron en pecado en común, y tienen en común la predicación externa del evangelio, y la totalidad del mundo físico de tiempo y espacio, y el mandato e impulso cultural, y tienen también en común el terreno en el cual trabajar y las herramientas. En resumen, la totalidad de la situación metafísica es común, pero la antítesis es un asunto de fe y del conocimiento de la fe. La antítesis no está en el objeto sino en el sujeto del conocimiento y de la fe. Es cuestión de la lealtad. En esto es imposible ser evasivo o indeciso. Uno está o a favor o en contra de Cristo. “¡No podéis servir a Dios y a Mammón!” Negar lo absoluto (que lo penetra todo) de la antítesis es negar lo absoluto de la obra de la regeneración, que es un acto de Dios por medio de su Espíritu. Lo absoluto no implica perfección, porque el regenerado todavía va en pos de la santificación, sin la cual ningún hombre verá al Señor (Heb. 12:14). Pero ahora el pecado habita en el santo en contra de su voluntad. Ni tampoco el pecador no-regenerado es perfecto en la maldad; él no es depravado absolutamente sino totalmente.

Además, está la cuestión del principio o la persona en la antítesis. Están aquellos que sostienen que la antítesis no traza una línea de demarcación entre personas, sino solamente en principios, ideologías y filosofías de vida. Pero esto difícilmente es correcto. No es un asunto de esto o aquello, sino de esto y aquello. La Biblia habla a lo largo de sus páginas de personas al describir la oposición espiritual entre los dos reinos. El reino de Cristo no es un asunto de principios que de alguna manera existen en el aire, sino que el reino está conformado por aquellos que están dispuestos a sujetarse a la Soberana voluntad del Rey-Redentor. Y el reino de Satanás también está formado por hombres, personas que niegan las demandas del Pacto, que viven en apostasía. La Simiente de la mujer es un hombre, el Hijo del Hombre; y aquellos que están al lado del Señor son personas, quienes están en contra de Satanás y de sus seguidores. No solo en el Antiguo Testamento sino también en el Nuevo, son personas las que se oponen al Hijo de Dios, quienes son inspirados por el espíritu del abismo, una persona diabólica, es decir, Satanás. Jesús se opuso a personas, escribas y fariseos, como Pilato y Herodes, Judas y Caifás. A Pablo se le opusieron Simón el Mago, los Judíos de Antioquia, Demetrio y Tertuliano, Festo y Nerón, quien probablemente le envió a la muerte. Los principios del mal solo pueden encarnarse en personas, ¡y simplemente es imposible contradecir principios sin oponerse a las personas! Pablo incluso resistió a Pedro cara a cara (se opuso sin dejar lugar a dudas) porque fue arrastrado por la hipocresía de los Judaizantes; y Jesús reconoció la influencia satánica en Pedro cuando el discípulo le mostró su oposición frente a la expectativa de la pasión de Cristo.

Esta última observación sugiere que no se halla dentro de la competencia de cualquier hombre, en las limitaciones de tiempo e historia, determinar de modo inconfundible a todas las personas que pertenecen a uno de los dos campos en la batalla espiritual. Desgraciadamente, algunas veces los hijos de Dios son usados ellos mismos como herramientas de Satanás (observa el caso de Pedro y el de los hermanos de José) pero no pueden ser, acto seguido, designados como hijos de Satanás por este motivo, porque muchos serán salvos como por fuego, pero sus obras son quemadas como rastrojos (I Cor. 3:12-15). Sin duda hay hoy muchos miembros de sindicatos impíos que niegan el reinado de Cristo y se fundamentan exclusivamente sobre principios humanistas, quienes no obstante están entre aquellos por quienes Cristo murió. Pero están cegados por el dios de este mundo y se ha de sentir pena por ellos, pero hemos de oponernos a ellos en tanto que defiendan su impía afiliación. Sin embargo, tal manera de hablar la verdad debe ser siempre en amor, con el propósito de ganar a tales hermanos débiles para que también puedan actuar contra las artimañas del diablo, para que puedan ser transformados de almas temerosas en almas valientes, dispuestas a empuñar la espada del Espíritu (Efe. 6:17). Y todos los cristianos debiesen ser advertidos en contra del orgullo pecaminoso de elevar sus propios principios por encima del juicio de la Palabra, o identificar sus propósitos con la verdad, puesto que también ellos son pecadores finitos y falibles. Además, existe siempre el gran peligro de que los hijos de Dios asuman una actitud superior porque son conscientes de hallarse en posesión de la verdad, lo cual a menudo provoca la enemistad del mundo y hace inefectiva la predicación del evangelio. La falta para esta notable falta no es negar la calidad absoluta de la verdad revelada o negar que los hombres puedan tener la verdad (Juan 8:32), de manera que uno se refugie del fariseísmo en el relativismo (una isla de refugio bien poblada para muchos calvinistas nominales el día de hoy); ni es necesario desmentir la doctrina de la antítesis, culpándola de tal perversión pecaminosa. Tales conclusiones recuerdan uno de los remedios comunistas para los males del capitalismo, a saber, librarse del sistema; esto echa fuera al bebé junto con el agua de baño, o, para cambiar la metáfora, sugiere saltar de la sartén a las brasas. En realidad este es el mismo “peligro” que se halla también en la doctrina de la elección y que es anticipado por muchos como una objeción para la aceptación de esta parte de la revelación de Dios. Una vez más, otros callarán toda mención de la doctrina de la libertad cristiana porque es peligrosa. De esta forma uno podría continuar, pero el calvinista en todos estos casos pone su confianza en la Palabra de Dios y en su gracia. Puesto que Dios es el Creador y revelador de la antítesis ésta ha de volverse una realidad en las vidas de todos los hijos de Dios, puesto que ellos caminan en la luz. El remedio para el pecado del orgullo es el humilde reconocimiento de la gracia de Dios en nuestras vidas que separa a los redimidos y les hace un pueblo para la propia posesión de Dios. Pero los santos permanecen siendo pecadores en esta dispensación, pecadores que son justificados por la fe. Aquellos que creen en la antítesis como una realidad de la actividad llena de gracia de Dios en este mundo deben siempre confesar:

No es lo que mis manos han hecho 

Lo que puede salvar mi alma culpable. 
No es lo que mi esforzada carne haya producido 
Lo que puede rehacer mi espíritu. 
No es lo que sienta o lo que haga 
Lo que me puede dar paz con Dios. 
Solo tu gracia, oh Dios, me puede hablar de perdón; 
Solo tu poder, oh Hijo de Dios, 
Puede quebrantar esta dolorosa esclavitud 
Ninguna otra obra excepto la tuya, 
Ninguna otra sangre lo hará, 
Ninguna fuerza excepto la divina 
Puede llevarme por siempre con seguridad. 


Aquellos que suscriben la doctrina de la antítesis no abogan por la pelea contra el mundo sino por la conquista del mundo. Ellos buscan, a través de la predicación del Evangelio, que es poder de Dios, ganar a otros para la causa de Cristo, y así desafiar al enemigo a desertar de las filas del príncipe de este mundo. Cada vez que se realiza una conversión para Cristo, significa que las filas del enemigo han sido diezmadas, pero esto no abroga la antítesis, la cual puede ser abolida solo cuando Satanás y sus ángeles y todos los malos sean lanzados al lago de fuego, cuando el Príncipe de Paz establezca su reino en paz y en justicia, en un mundo sin final. Pero muy próxima a la Iglesia, a quien le ha sido encargado el Evangelio, está la tarea de todo cristiano de confesar a Cristo en este mundo y de pelear la buena batalla de la fe, no solo internamente en contra de la mente carnal del viejo hombre, sino también externamente en el mundo de los hombres y de los acontecimientos. Y puesto que la organización es el medio más efectivo de oposición a los enemigos de la Cruz de Cristo, los cristianos son llamados a organizarse para Cristo. Sin embargo, se retomará este tema bajo la discusión del Reinado de Cristo en la Cultura calvinista.

Extracto del libro El Concepto calvinista de la Cultura, por Henry R. Van Til (1906-1961)

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