​Hoy el hombre deifica su propia razón y poder a través de la adoración del gran dios, la Ciencia. La parte trágica, desde el punto de vista de la auto-evaluación crítica, es el hecho de que la cultura no-Cristiana en su filosofía rehúsa reconocer su punto de partida religioso.

​La cultura, como hemos visto, es la expresión de la religión de un pueblo en la conquista de la naturaleza y en el cumplimiento de su llamado en la tierra. Toda religión depende de la revelación y vive por la autoridad. Históricamente el cristianismo ha aceptado la revelación especial de Dios puesta por escrito en la Biblia como la autoridad final. En esta formulación el acto de revelar se distingue del registro de la revelación, pero, para todos los propósitos prácticos, la Iglesia a lo largo de la historia ha aceptado las Sagradas Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento como la Palabra del Dios viviente.

El calvinismo, también en sus aspectos culturales, propone continuar en esta posición histórica, no dispuesto a aceptar la Iglesia, o la conciencia religiosa, o algún otro sustituto en lugar de la Palabra.

El calvinista sostiene que la Palabra de Dios tiene la autoridad final y absoluta, y que es clara y suficiente en todo lo relacionado con la fe y la conducta. Constituye el punto de referencia final para el pensar, la voluntad, el actuar, el amar y el odiar del hombre, para su cultura lo mismo que para su culto.
Una cultura piadosa busca conocer y realizar la voluntad de Dios, quien es Creador y Señor. La pregunta de los discípulos a Jesús, “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6:68), es aquí aplicable. ¿Cómo podría el hombre, quien es finito, conocer el propósito de su existencia sin la revelación del Creador? Puesto que la cultura es una cuestión de fines y significados, y estas a su vez dependen de los orígenes y de la naturaleza, ¿cómo llegaría el hombre alguna vez a un verdadero entendimiento de sí mismo, del mundo, y de su lugar en el cosmos, sin la revelación? Job verdaderamente planteó la gran pregunta, “¿De dónde, pues, vendrá la sabiduría?” (Job 28:20). Dios es la fuente de todo conocimiento y sabiduría. El temor del Señor es el principio de la sabiduría (Prov. 9:10). La cuestión más inquietante y tormentosa de nuestra cultura Occidental es exactamente esta preocupación por el sentido de la vida, sentido a través del cual el hombre se vuelve consciente de la totalidad de su existencia.

La crisis misma de nuestra cultura Occidental, según Tillich, es la ansiedad por el sinsentido que la acosa. Esta es la “ansiedad por la pérdida del interés por lo último, de un significado que dé significado a todos los significados. Esta ansiedad es causada por la pérdida de un centro espiritual, de una respuesta, por muy simbólico e indirecto que sea, a la cuestión del significado de la existencia”. Pues significado implica totalidad y propósito. En tanto que el hombre tenga que ver solo con los detalles, con los muchos fenómenos, su mente no está en reposo; pues hay dentro de él una urgencia, un fuerte impulso, de ver la unidad tras la diversidad, de encontrar el uno entre los muchos. Brunner llega tan lejos como para decir que “el significado es, por lo tanto, un factor fundamental de la cultura y la civilización. No solo eso, uno puede incluso decir que la cultura es la materialización del significado. La cultura es la creación de unidades que existen solo para el espíritu”. Pero el profesor Dooyeweerd le supera cuando sostiene que el significado es el modo de todo ser creado. “Significado es el ser de todo lo que ha sido creado y de la naturaleza, incluso del estado o ser individual. Tiene una raíz religiosa y un origen divino”. Existe especialmente un aspecto de la cultura del hombre que se ocupa de los significados, y es una reflexión de todo lo que el hombre busca lograr y realizar. Nos referimos a la filosofía. Pues el carácter apropiado del pensamiento filosófico, del cual no se puede hacer caso omiso jamás con impunidad, “es el pensamiento teórico dirigido a la totalidad del significado de nuestro cosmos temporal”, dice Dooyeweerd.

Sin embargo, esto requiere una auto-reflexión crítica, lo cual fue reconocido por los antiguos. Fue expresada en la máxima: “Conócete a ti mismo”, escrita sobre los portales de la escuela de filosofía de Aristóteles. Esta auto-reflexión crítica es importante porque la filosofía es siempre impulsada por un ser que trasciende el proceso del pensamiento teórico. El “yo” involucrado en el pensamiento filosófico (la empresa cultural) debe elevarse por encima del proceso en el que está involucrado y aún así estar envuelto en la totalidad del significado. Por lo tanto, no existe un punto de partida neutral, puramente teórico, en la filosofía y en la cultura como un todo. El intento del hombre de entrar en la totalidad del significado no surge a partir del pensamiento científico auto-suficiente sino de las profundidades religiosas del corazón, el cual no puede ser neutral. Dooyeweerd se refiere al punto de partida de la filosofía y de toda cultura por el término punto de Arquímedes. El término se deriva de Arquímedes, un físico Griego (ca. 250 a.C.), quien supuestamente declaró que si se le diera un “pou sto”, un lugar fijo externo a la tierra, sería capaz de moverla. Ningún hombre puede salirse de su propia piel; esto es, nadie puede librarse de la subjetividad del ser interior. No obstante, el hombre necesita un punto de observación por encima de la diversidad en el cosmos, un punto que en sí mismo trascienda el pensamiento teórico.

Tal punto de Arquímedes, según el Profesor Dooyeweerd y su escuela de filosofía cristiana, se halla en el corazón, pues de él mana la vida (Prov. 4:23). El corazón forma el punto de concentración del ser del hombre; es la raíz religiosa de su existencia. Trasciende todas las funciones vitales y separadas a través de las cuales se expresa a sí mismo, como por ejemplo, el sentimiento, el pensamiento y la fe. Por el acto de la regeneración por medio del Espíritu de Dios, el corazón conoce la verdad y es liberado de su apostasía. De esta forma la vida total del hombre es redirigida. Pablo testifica de esto con júbilo, “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es” (II Cor. 5:17). Pero “no es posible dar una definición conceptual científica del corazón, porque como el centro de toda nuestra existencia, el corazón es la más profunda presuposición (creada) de nuestro pensamiento”, informa Dooyeweerd. Es a través de la fe que el hombre recibe la revelación de Dios en este punto. El creyente acepta humildemente lo que Dios revela en su Palabra en lo concerniente a la verdadera naturaleza del hombre, su origen y su destino. También la relación pactal del hombre para con su Creador, la religión, la cual determina su cultura, es un asunto de revelación. Esta relación y su revelación trascienden la percepción teórica, pues ellas constituyen la presuposición de toda la especulación filosófica del hombre y de su empresa cultural. Y la razón por la cual no puede haber neutralidad es por el hecho de que el hombre en su corazón o está vinculado con Dios y su Palabra o a algún ídolo, un dios falso proyectado por la imaginación del hombre.

Además, es argumento de los calvinistas de que lo que aquí ha sido afirmado se aplica no solamente a él mismo, sino que es igualmente cierto del no cristiano en su empeño cultural. Pero puesto que su corazón no pertenece a Cristo y no participa de su unción, trata de separarse a sí mismo de la revelación de Dios. Como consecuencia no conoce la Verdad, la cual hace al hombre libre (Juan 8:32). Por tanto, el corazón apóstata del no creyente busca paz y seguridad en algún aspecto del mundo creado, el cual es entonces deificado y adorado. Tal deificación de los poderes de la naturaleza ocurrió entre los cananitas, mientras que los griegos deificaron los poderes culturales del hombre en su sociedad de dioses sobre el Monte Olimpo. Hoy el hombre deifica su propia razón y poder a través de la adoración del gran dios, la Ciencia. La parte trágica, desde el punto de vista de la auto-evaluación crítica, es el hecho de que la cultura no-Cristiana en su filosofía rehúsa reconocer su punto de partida religioso. Esta resistencia a considerar los límites de su propia filosofía y cultura describe gráficamente la naturaleza carente de espíritu crítico de toda la filosofía no-Cristiana inmanente. Pues el pensamiento no-Cristiano comienza por deificar algún aspecto de la realidad, a saber, en la cultura contemporánea, el poder de razonamiento del hombre. De esta forma, el hombre moderno, al convertir en absoluto el pensamiento científico, la voluntad por el poder o el coraje de ser, vuelve su corazón hacia la apostasía en lugar de hallar reposo en Cristo, quien da reposo al cansado (Mat. 11:28). Esto es característico de toda inmanencia (aquello que reside en el interior) filosófica y cultural; está perdido dentro de su esfera, como afirmó Calvino con respecto a Platón.

El otro aspecto del significado concierne a la finalidad o meta por el cual un acto es iniciado y una vida es vivida. La cultura calvinista apunta por encima y más allá de sí misma. El arar un campo y la siembra del mismo para recoger una cosecha de trigo, el forjado de un martillo y la preparación de la madera para la construcción de una casa, ambas tienen significado para la satisfacción de la necesidad física del hombre. Y debe concederse que mucho de la muy variada actividad del hombre tiende hacia la auto-preservación y la propagación de la raza. Pero este es solamente el sustrato biológico de la existencia espiritual del hombre quien busca seguridad más allá del tiempo, puesto que el espíritu del hombre se halla en inquietud hasta que halle su reposo en Dios, como señaló Agustín. Y es en este punto donde se mezclan el propósito y la totalidad del significado, a saber, en el servicio a Dios. Este es el fin principal y el gozo del hombre, hacia el cual es llamado en Cristo, el Renovador de la creación y de la cultura. Pues el Hijo de Dios ha sido ungido para ser el Cristo, el segundo Adán, y como tal es el Renovador de todas las cosas. En Él todas las cosas son reconciliadas con Dios de manera que la cultura del hombre una vez más se torna un panegírico para Dios. Esta solución cristiana del problema del significado dio una vez estabilidad y homogeneidad a la cultura de Occidente, pero el rechazo de esta visión ha lanzado a la cultura Occidental en una confusión de la cual no ha emergido todavía.

Pero la solución calvinista es la única alternativa real a la filosofía de la desesperación apoyada por Heidegger y Sartre, y la cultura deshumanizante del nazismo y del comunismo, los partidarios del totalitarismo político. Pues si Dios está muerto, como Nietzsche afirmó tan confiadamente, entonces el Coraje de Ser, por el cual abogaba Paul Tillich, es peor que silbar en la oscuridad, pues los terrores que hacen que los corazones de los hombres desmayen de temor no son imaginarios sino reales.

Extracto del libro El Concepto calvinista de la Cultura, por Henry R. Van Til (1906-1961)

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