​El verdadero conocimiento comienza con el conocimiento espiritual, el conocimiento de Dios, y éste se encuentra en la revelación que Dios hace de Sí mismo en la Biblia y en la propia vida y obra de Jesús, en la obra del Salvador.

​Una calurosa noche en los albores de la era cristiana un hombre culto y educado, llamado Nicodemo, vino a ver a un joven rabí, llamado Jesús de Nazaret. Este hombre quería discutir sobre la realidad. Así que comenzó la conversación con una afirmación sobre hacia dónde lo había conducido  su propia búsqueda personal de la verdad. Le dijo: «Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él» (Jn. 3:2).

Con excepción de la palabra Rabí, que es sólo una forma educada de dirigirse a alguien, las primeras palabras demuestran un conocimiento considerable. Nicodemo dijo: «Sabemos». Luego comenzó a exponer las cosas que sabía (o que creía saber) y con las que quería comenzar la conversación: (1) que Jesús realizaba muchos milagros; (2) que estos milagros buscaban autentificarlo cómo maestro enviado por Dios; y que, por lo tanto, (3) Jesús era alguien a quien él debía escuchar. Desafortunadamente para Nicodemo, Jesús le contestó que esa forma de encarar el conocimiento era errada y que Nicodemo no podía conocer nada hasta que no hubiera experimentado una transformación espiritual interior. «No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo» (Jn. 3:7).

Los comentarios siguientes de Nicodemo demuestran al menos un reconocimiento implícito de su falta de conocimiento sobre los temas importantes, ya que comenzó a realizar preguntas: «¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Cómo puede hacerse esto?» (vs. 4, 9). Jesús le enseñó que el verdadero conocimiento empieza con el conocimiento espiritual, el conocimiento de Dios, y que éste se encuentra en la revelación que Dios hace de sí mismo en la Biblia y en la propia vida y obra de Jesús, en la obra del Salvador.


La crisis contemporánea

Esta conversación resulta relevante en nuestros días. Los problemas y frustraciones que Nicodemo tuvo que afrontar hace casi dos mil años también están presentes en nuestro tiempo. Nicodemo poseía el conocimiento, pero no tenía la clave para ese conocimiento, el elemento integrador. Sabía algunas cosas, pero su búsqueda de la verdad lo había conducido al extremo de una crisis personal. Del mismo modo, mucho cremos saber en nuestros días. Con respecto a la información y el conocimiento técnico, hoy sabemos más que en ningún período histórico anterior. Sin embargo, el tipo de conocimiento integrador de toda esta información, que consiguientemente le dará significado a la vida, está extrañamente ausente.

La naturaleza del problema puede verse al examinar los dos casi exclusivos enfoques que existen hoy. Por un lado existe la idea que la realidad puede ser comprendida sólo con la razón. Este enfoque no es nuevo, por supuesto. Es el enfoque desarrollado por Platón y, por lo tanto, asumido por mucho del pensamiento griego y romano con posterioridad a él. En la filosofía de Platón, el conocimiento verdadero es el conocimiento de la esencia eterna e inalterable de las cosas, no el mero conocimiento de los fenómenos cambiantes. Es decir, es el conocimiento de las formas, las ideas o los ideales. El equivalente más cercano en el presente sería las así llamadas leyes científicas.

Superficialmente, este enfoque del conocimiento mediante el ejercicio de una razón supuestamente imparcial parecería ser deseable, ya que es productivo -como lo señalan los avances técnicos del presente. Pero no está libre de problemas. Por un lado, es un conocimiento muy impersonal y, como algunos podrían señalar, muy despersonalizado. Según este enfoque, la realidad se convierte en una cosa (una ecuación, una ley, o, peor aún, un simple dato), y los hombres y las mujeres también se convierten en cosas, con el resultado inevitable que pueden ser entonces manipulados como cualquier otra materia prima para cualquier fin.

Un ejemplo es la manipulación que sufren las naciones pobres por parte de las naciones ricas para poder expandir la economía de estas naciones ricas; es decir, la injusticia analizada y justamente condenada por Karl Marx en El manifiesto comunista, El capital, y otros escritos. Otro ejemplo es el propio comunismo, que a pesar de sus intenciones por mejorar la suerte de las masas, en realidad las manipula con fines ideológicos. Aun nivel personal existe la ciencia de la terapia del comportamiento y las enseñanzas espeluznantes de un hombre como B. F Skinner de la Universidad de Harvard quien afirma que los individuos debieran ser condicionados científicamente para el bien de la sociedad.

Existe otro problema con el intento de comprender la realidad mediante sólo la razón. Este enfoque no presta una base adecuada para la ética. Puede decirnos lo que es, pero no lo que debería ser. En consecuencia, los extraordinarios avances técnicos del presente vienen acompañados de una permisividad moral extrema y debilitadora que apunta con el tiempo a derribar aun los valores y el sistema que posibilitaron tanto estos avances como esta permisividad. Es interesante notar que lo mismo ocurrió también con los filósofos griegos, quienes en ocasiones llevaron vidas depravadas aunque eran hombres de gran intelecto.

En años recientes los fallos del sistema racionalista se han impreso sobre una nueva generación con el resultado de que muchos en el mundo occidental han abandonado la razón en búsqueda de la realidad mediante la experiencia emocional. En el mundo antiguo, como reacción a la impersonalidad de la filosofía griega se hacía lo mismo mediante la participación intensa en los ritos de las religiones, llamadas, de misterio. Estas prometían una unión emocional con algún dios, inducida por las luces, la música, el incienso y posiblemente las drogas. En la actualidad, el mismo enfoque ha aflorado en el culto a las drogas, el redescubrimiento de las religiones orientales, la meditación trascendental, el movimiento del potencial humano y otras prácticas que supuestamente «expanden la mente».

Este enfoque moderno también presenta varios problemas. En primer lugar, la experiencia no es duradera. Es pasajera. Cada intento de comprender la realidad mediante experiencias emocionales promete alguna clase de «éxtasis». Pero este «éxtasis» va seguido inevitablemente de una «depresión», con el problema adicional de que se requiere de un estímulo cada vez más intenso para que se repita la experiencia. Finalmente esto acaba en la autodestrucción o en una desilusión aguda. Otro problema es que enfocar la realidad a través de las emociones no satisface la mente. Los promotores de este tipo de experiencias, en particular las vinculadas a las drogas, hablan de una percepción más intensa de la realidad como resultado de su empleo. Pero su experiencia carece de un contenido racional. La parte del ser humano que desea pensar sobre ellas y comprenderlas permanece insatisfecha.

El resultado de esta situación es la actual crisis en el área del conocimiento, como ya sucedió en la antigüedad. Muchas personas que piensan por sí mismas no saben con honestidad dónde recurrir. El enfoque racionalista es impersonal y amoral. El enfoque emocionalista carece de contenido, es pasajero y también con frecuencia inmoral. «¿Es este el final?» -muchos se preguntan. «¿No existen otras posibilidades? ¿No hay un tercer camino?»

James Montgomery Boice, «Fundamentos de la fe cristiana»

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