​El punto clave no es si podemos entender la Trinidad, sino si debemos de creer lo que la Biblia tiene para enseñarnos sobre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, así como sobre la relación que existe entre ellos.

El punto clave, sin embargo, no es si podemos entender la Trinidad, incluso mediante la utilización de ilustraciones; sino si hemos de creer lo que la Biblia tiene para enseñarnos sobre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y sobre la relación que existe entre ellos. Lo que la Biblia dice puede ser resumido en las siguientes cinco proposiciones:

  1. Hay solamente un Dios vivo y verdadero que existe en tres personas:
  2. Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo. Notamos aquí una pluralidad dentro de la Divinidad que ya está implícita en las páginas del Antiguo Testamento, antes de la Encarnación del Señor Jesucristo y antes de la venida del Espíritu Santo sobre el pueblo de Dios.

    Esta pluralidad la podemos ver, en primera instancia, en aquellos pasajes en los que Dios se refiere a sí mismo en plural. Un ejemplo lo constituye Génesis 1:26. «Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza». Otro ejemplo es Génesis 11:7. «Ahora, pues, descendamos, y confundamos allí su lengua».

    Un tercer ejemplo lo tenemos en Isaías 6:8. «Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?» En otros pasajes nos encontramos con un ser celestial llamado «el ángel del Jehová» que, por un lado, se le identifica con Dios y sin embargo, en otras ocasiones, se le distingue de Dios. Es así como leemos: «Y la halló (a Agar) el ángel de Jehová junto a una fuente de agua en el desierto… Le dijo también el ángel de Jehová: Multiplicaré tanto tu descendencia, que no podrá ser contada a causa de la multitud…vEntonces llamó el nombre de Jehová que con ella hablaba: Tú eres Dios que ve» (Gn. 16: 7, 10, 13).

    Un caso aún más extraño es la aparición de los tres varones a Abraham y a Lot. Los ángeles son referidos a veces como tres, y otras veces como uno. Además, cuando hablan, se nos dice que es Jehová el que habla (Gn. 18). Por último, el pasaje más asombroso es el de Proverbios 30:4. El profeta Agur está hablando sobre la naturaleza del Dios Todopoderoso, confesando su propia ignorancia.

    «¿Quién subió al cielo, y descendió? ¿Quién encerró los vientos en sus puños? ¿Quién ató las aguas en un paño? ¿Quién afirmó todos los términos de la tierra?» Y entonces agrega: «¿Cuál es su nombre, y el nombre de su hijo, si sabes?» En aquellos días, el profeta sólo conocía el nombre del Padre, el nombre de Jehová. Hoy también conocemos el nombre del Hijo, que es el nombre del Señor Jesucristo.

  3. El Señor Jesucristo es completamente divino, siendo la segunda persona de la Divinidad y habiéndose hecho hombre.
  4. Es aquí donde radica el punto crucial de la polémica sobre la Trinidad; aquellos a quienes no les gusta la doctrina de la Trinidad la rechazan principalmente porque no están dispuestos a otorgar al «hombre» Jesús esta posición tan exaltada.

    De acuerdo con Arrio, el Hijo y el Espíritu eran seres que Dios por su voluntad había hecho existir para que actuaran como sus agentes en la redención. Por lo tanto, no eran eternos (como Dios sí lo es), y no eran completamente divinos. Arrio utilizó la palabra divino para describirlos, pero con un sentido inferior al que le asignaba cuando la empleaba para referirse al Padre.

    En siglos más recientes este mismo error ha sido expuesto por los unitarios y por algunos otros cultos modernos. Pero se trata de un error muy importante. Porque si Cristo no es completamente divino, entonces nuestra salvación no ha sido ni lograda ni asegurada. Ningún ser que sea inferior a Dios mismo, no importa lo exaltado que esté, puede llevar sobre sí todo el castigo por los pecados del mundo.

    Hay muchos pasajes claves que nos enseñan sobre la deidad del Señor Jesucristo. Leemos que «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios» (Jn. 1:1-2). Que este pasaje de Juan está haciendo referencia al Señor Jesucristo surge con claridad al leer Juan 1:14, donde se nos dice que el «Verbo» mencionado en el versículo 1 «fue hecho carne, y habitó entre nosotros».

    De manera similar, Pablo escribe: «Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Fil. 2:5-8).

    La expresión «no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo» no significa que Jesús dejó de ser completamente Dios durante su encarnación, como algunos han sostenido, sino más bien que temporalmente dejó de lado su gloria divina y su dignidad para poder convivir entre nosotros. Debemos recordar que fue durante los días de su vida aquí que Jesús afirmó: «Yo y el Padre uno somos» (Jn. 10:30), y «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn. 14:9).73

  5. El Espíritu Santo es completamente divino.
  6. Es el propio Señor Jesucristo el que con más claridad nos enseña sobre la naturaleza del Espíritu Santo. En el evangelio de Juan, Jesús compara el ministerio del Espíritu Santo que habría de venir con su propio ministerio. «Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros» (Jn. 14:16-17).

    Esta enseñanza sobre la naturaleza del Espíritu Santo está sustentada por el hecho que se le asignan atributos que son distintivos de Dios: su eternidad (Heb. 9:14), su omnipresencia (Sal. 139:7-10), su omnisciencia (1 Co. 2:10-11), su omnipotencia (Lc. 1:35) y otros.

  7. Si bien cada uno es completamente divino, las tres personas de la Divinidad están relacionadas entre sí de un modo que implica algunas diferencias.
  8. Es así que en las Escrituras se nos dice que fue el Padre (y no el Espíritu) quien envió a su Hijo al mundo (Mr. 9:37; Mt. 10:40; Gá. 4:4), pero que el Padre y el Hijo enviaron al Espíritu (Jn. 14:26; 15:26; 16:7). No sabemos cabalmente lo que significa esta descripción de relaciones dentro de la Trinidad. Lo que se suele decir es que el Hijo está sujeto al Padre, porque el Padre lo envió; y que el Espíritu está sujeto tanto al Padre como al Hijo, porque fue enviado al mundo por el Padre y el Hijo.

    Sin embargo, debemos recordar que cuando hablamos de sujeción no queremos decir desigualdad. Si bien esta es la manera como están relacionados entre sí, los miembros de la Divinidad son «de la misma sustancia, iguales en poder y en gloria», como lo afirma el Catecismo Menor de Westminster (Pregunta 6).

  9. En la obra de Dios, los miembros de la Divinidad trabajan conjuntamente.
  10. Es una práctica común entre los cristianos que se divida la obra de Dios entre las tres personas, adjudicándole al Padre la obra de la creación, al Hijo la obra de la redención y al Espíritu la obra de la santificación. Una manera más correcta de hablar sería decir que cada miembro de la Trinidad coopera en cada una de estas obras. Tomemos por ejemplo la obra de la creación.

    De Dios el Padre se nos dice que «Desde el principio tú fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos» (Sal. 102:25); y que «En el principio creó Dios los cielos y la tierra» (Gn. 1:1). Del Hijo está escrito: «Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles» (Col. 1:16); y que «Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho» (Jn. 1:3).

    Del Espíritu Santo está escrito: «El espíritu de Dios me hizo» (Job 33:4). De la misma manera podemos aprender cómo las tres personas de la Divinidad intervinieron en la obra de la encarnación trabajando en unidad, aunque sólo el Hijo fue hecho carne (Lc. 1:35). Las tres personas estuvieron presentes en ocasión del bautismo del Señor: el Hijo subió del agua, el Espíritu descendió como paloma y la voz del Padre se escuchó de los cielos, «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia» (Mt. 3:16-17).

    Las tres personas intervinieron en la expiación, como lo expresa Hebreos 9:14, «Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios». La resurrección de Cristo, de manera similar, es atribuida en alguno pasajes al Padre (Hch. 2:32), en otros al Hijo (Jn. 10:17-18), y en otros al Espíritu Santo (Ro. 1:4). No debemos sorprendernos entonces que nuestra salvación también esté atribuida a cada una de las tres personas: «elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo» (1 P. 1:2).

    Y tampoco debemos sorprendemos por haber sido enviados al mundo para hacer «discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo» (Mt. 28:19).

Para terminar este capítulo es necesario volver a señalar que, aunque podemos decir cosas valederas sobre la Trinidad (basado en la revelación de Dios sobre este tema), la Trinidad es todavía insondable. Debemos humillarnos frente a la Trinidad. Alguien en cierta ocasión le preguntó a Daniel Webster, el orador, cómo un hombre de su inteligencia podía creer en la Trinidad. «¿Cómo puede un hombre de su calibre mental creer que tres es equivalente a uno?». Webster contestó: «No pretendo conocer completamente la aritmética celestial ahora». La doctrina de la Trinidad no significa que tres es equivalente a uno, como bien lo sabía Webster. Más bien significa que Dios es tres en un sentido, y uno en otro sentido. Sin embargo, la respuesta de Webster demuestra el grado de humildad que una criatura debe tener. Creemos en la doctrina de la Trinidad no porque la podamos entender, sino porque así la Biblia nos enseña sobre ella, y porque el Espíritu mismo da testimonio en nuestros corazones de que es así.

Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

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