En BOLETÍN SEMANAL

Tampoco se debería dudar de que la perseverancia es un don gratuito de Dios, si no hubiera arraigado entre los hombres la falsa opinión de que se le dispensa a cada uno según sus méritos; quiero decir, según que demuestre no ser ingrato a la primera gracia. Mas, como este error procede de los que se imaginaron que está en nuestra mano poder rehusar o aceptar la gracia que Dios nos ofrece, refutada esta opinión, fácilmente también se deshace el error subsiguiente. Aunque en esto hay un doble error. Porque, además de decir que usando bien de la primera gracia merecemos otras nuevas con las que somos premiados por el buen uso de la primera, añaden también que ya no es solamente la gracia quien obra en nosotros, sino que obra juntamente con nosotros cooperando.

En cuanto a la primera, hay que decir que el Señor, al multiplicar sus gracias en los suyos y concederles cada día otras nuevas, como le es acepta y grata la obra que en ellos comenzó, encuentra en ellos motivo y ocasión de enriquecerlos más aumentando cada día sus gracias. A este propósito hay que aplicar las sentencias siguientes: «Al que tiene se le dará». Y: «Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré» (Mt. 25:21 ; Lc. 19:17, 26). Pero hemos de guardarnos de dos vicios: que el buen uso de la gracia primera no se le atribuya al hombre, como si él con su decisión hiciera eficaz la gracia de Dios; y lo segundo, que no se puede decir que las gracias concedidas a los fieles son para premiarles por haber usado bien la primera gracia, como si no les viniese todo de la bondad gratuita de Dios.

Concedo que los fieles han de esperar esta bendición de Dios, que cuanto mejor uso hagan de sus gracias, tanto mayores les serán concedidas. Pero digo, además, que este buen uso viene igualmente del Señor, y que esta remuneración procede de su gratuita benevolencia.

Se rechaza la gracia cooperante de los escolásticos:

Los doctores escolásticos distinguen la gracia operante y la cooperante; pero abusan de tal distinción echándolo todo a perder. Es cierto que también san Agustín la empleó, pero añadiendo una aclaración para dulcificar lo que parecía tener de áspero. «Dios», dice, «perfecciona cooperando» – quiere decir, obrando juntamente con otro – «lo que comenzó obrando; y esto es una misma gracia, pero se llama con nombres diversos conforme a las diversas maneras que tiene de obrar»‘. De donde se sigue que no hace división entre Dios y nosotros, como si hubiese concurrencia simultánea de Dios y nuestra, sino que únicamente demuestra cómo aumenta la gracia. A este propósito viene bien lo que antes hemos alegado, que la buena voluntad del hombre precede a muchos dones de Dios, entre los cuales está la misma voluntad. De donde se sigue que no queda nada que pueda atribuirse a sí misma. Lo cual expresamente san Pablo lo ha declarado. Después de decir que Dios es quien produce en nosotros el querer como el hacer (Flp. 2:13), añade que lo uno y lo otro lo hace «por su buena voluntad», queriendo decir con esta expresión su gratuita benignidad.

En cuanto a lo que dicen, que después de haber aceptado la primera gracia, cooperamos nosotros con Dios, respondo: si quieren decir que una vez que por el poder de Dios somos reducidos a obedecer a la justicia voluntariamente nos dirigimos adelante siguiendo la gracia, entonces no me opongo, porque es cosa bien sabida que donde reina la gracia de Dios hay tal prontitud para obedecer. Pero ¿de dónde viene esto, sino de que el Espíritu Santo, que nunca se contradice, sino que alienta y confirma en nosotros la inclinación a obedecer que al principio formó, para que persevere? Más, si por el contrario, quieren decir que el hombre tiene de su propia virtud el cooperar con la gracia de Dios, afirmo que sostienen un error pernicioso.

Para confirmación de su error alegan falsamente el dicho del Apóstol: «He trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo» (1Cor. 15:10). Entienden este texto como sigue: como parece que el Apóstol se gloría con mucha arrogancia de haber aventajado a los demás, se corrige atribuyendo la gloria a la gracia de Dios, pero de tal manera que se pone como parte con Dios en su obrar. Es sorprendente que tantos – que bajo otro aspecto no eran malos – hayan tropezado en este obstáculo. Porque el Apóstol no dice que la gracia de Dios trabajó con él, tomándolo como compañero y parte en el trabajo, sino que precisamente con tal corrección atribuye todo el honor de la obra a la gracia exclusivamente. No soy yo, dice, el que ha trabajado, sino la gracia de Dios, que me asistía. Les engañó lo ambiguo de la expresión, y especialmente la deficiente traducción, que pasa por alto la fuerza del artículo griego. Si se traduce al pie de la letra el texto del Apóstol, no dice que la gracia de Dios cooperó con él, sino que la gracia que le asistía lo hacía todo. Es lo que san Agustín con toda evidencia y con pocas palabras expone como sigue: «Precede la buena voluntad del hombre a muchos dones de Dios, mas no a todos, porque ella entra en su número». y da luego la razón: «porque está escrito: su misericordia me previene, y su misericordia me seguirá (Sal. 59:10; 23:6). Al que no quiere, Dios le previene para que quiera; al que quiere, le sigue, para que no quiera en vano»‘. Con lo cual se muestra de acuerdo san Bernardo al presentar a la Iglesia diciendo: «Oh Dios, atráeme como por fuerza, para hacer que yo quiera; tira de mí, que soy perezosa, para que me hagas correr».


Extracto del libro: “Institución de la Religión Cristiana”, de Juan Calvino

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