Una séptima razón para creer que la Biblia es la Palabra de Dios es su exactitud inusual. Para ser precisos, esta exactitud no prueba que la Biblia sea divina -los seres humanos pueden ser en ocasiones bastante exactos y eso es lo que deberíamos esperar que sucediera si la Biblia es el resultado del esfuerzo de Dios. Por otro lado, si la exactitud de la Biblia implica también su infalibilidad (que consideraremos en el capítulo siguiente), entonces esto sí sería una prueba directa de su Divinidad. Porque, si bien el error es humano, la infalibilidad es Divina.
En algunas partes la exactitud de la Biblia puede ser probada externamente, como en las porciones históricas del Nuevo Testamento. Podemos tomar como ejemplos al evangelio de Lucas o el libro de Hechos. Lucas y Hechos son un intento de «poner en orden la historia» sobre la vida de Jesús y la rápida expansión de la iglesia cristiana primitiva (Lc. 1:1-4; Hch. 1:1-2). Esto sería de un enorme esfuerzo aún en la actualidad. Más aún lo era en la antigüedad, cuando no había ni diarios ni libros de referencia. En realidad había muy pocos documentos escritos. Pero, a pesar de eso, Lucas ilustró el crecimiento de lo que comenzó como un movimiento religioso insignificante en un rincón recóndito del Imperio Romano, que fue un movimiento que progresó calladamente y sin la sanción oficial, pero que cuarenta años después de la muerte y resurrección de Jesucristo ya tenía congregaciones cristianas en casi todas de las grandes ciudades del Emperio. ¿Fue un éxito la labor de Lucas? Sí, lo fue; y exacta de principio a fin.
En primer lugar, ambos libros muestran una exactitud asombrosa cuando mencionan títulos oficiales y las correspondientes esferas de influencia. Esto ha sido documentado por F. F. Bruce de la Universidad de Manchester, en Inglaterra, en un pequeño libro titulado “The New Testament Documents: Are They Reliable?” Bruce escribe:
«Una de las muestras más notorias de su exactitud (con respecto a Lucas) es su familiaridad con los títulos que les corresponden a todas las personas notables que figuran en sus páginas. Esto no era una proeza tan fácil en sus días como lo es en los nuestros, cuando es muy sencillo consultar un libro de referencia. Se ha comparado el uso que Lucas hace de los distintos títulos existentes en el Imperio Romano con la forma suelta y confiada con que un hombre de Oxford, en una conversación, puede referirse a los directores de los distintos colegios: el Provost de Oriel, el Master de Balliol, el Rector de Exeter, el Presidente de Magdalen, y así sucesivamente. Uno que no vive en Oxford, como este autor, nunca se siente como en su casa con la multiplicidad de títulos de Oxford».
Obviamente, Lucas sí se sentía como en su casa con los títulos romanos; nunca se equivoca al utilizarlos.
Bruce agrega que Lucas tenía otra dificultad, en cuanto que los títulos no eran siempre los mismos, sino que se modificaban con el tiempo. Por ejemplo, la administración de una provincia podía pasar de un representante directo del Emperador a un gobierno senatorial, para ser gobernada por un procónsul en lugar de un delegado Imperial (legatus pro praetore). Chipre, una provincia Imperial hasta el año 22 a.C, se convirtió en una provincia senatorial en ese año y fue gobernada por un procónsul en vez de un delegado Imperial. Fue así que cuando Pablo y Bernabé llegan a Chipre alrededor del año 47 d.C, es el procónsul Sergio Pablo quien les da la bienvenida (Hch. 13:7).
También Acaya era una provincia senatorial desde el año 27 a.C. hasta el año 15 d.C, y luego con posterioridad al año 44 d.C. Por eso Lucas se refiere a Talión, el gobernante romano en Grecia, como el «procónsul de Acaya» (Hch. 18:12), el título del representante romano durante la visita de Pablo a Corinto, pero no durante los veintinueve años con anterioridad al año 44 d.C.
Este tipo de exactitud por parte de uno de los escritores bíblicos es un testimonio que puede multiplicarse casi continuamente. Por ejemplo, en Hechos 19:38, el escribano de Éfeso trata de apaciguar a los ciudadanos alborotados refiriéndoles a las autoridades romanas: «Y procónsules hay», dice, usando el plural. A primera vista, el escritor parece haber cometido un error, ya que había sólo un procónsul romano para cada región. Pero si lo examinamos bien veremos que poco tiempo antes del alboroto en Éfeso, Junio Silano, el procónsul, había sido asesinado por los mensajeros de Agripina, la madre del adolescente Nerón. Como el nuevo procónsul aún no había llegado a Éfeso, la expresión vaga del escribano puede ser intencional o puede estar referida a los dos emisarios, Helio y Celer, quienes eran los sucesores aparentes de Silano. Lucas captura el clima de la ciudad en un momento de disturbios internos, del mismo modo que también captura el clima de Antioquía, Jerusalén, Roma y otras ciudades, cada una con sus características exclusivas.
La arqueología ha constatado la extraordinaria fiabilidad de los escritos de Lucas y de otros documentos bíblicos. Una placa fue descubierta en Delfos identificando a Galión como el procónsul de Corinto cuando Pablo visitó la ciudad. El estanque de Betesda, con sus cinco pórticos, fue encontrado a unos 21 metros por debajo del nivel de la ciudad de Jerusalén. Se lo menciona en Juan 5:2, pero se había perdido de vista después de la destrucción de la ciudad por los ejércitos de Tito en el año 70 d.C. También se ha descubierto el Enlosado, Gabata, que se menciona en Juan 19:13.
Documentos antiguos -de Dura, Ras Shamra, Egipto y el Mar Muerto- han echado luz sobre la fiabilidad bíblica. Se han recibido informes sobre hallazgos en Tell Mardikh, en el noroeste de Siria, la antigua Ebla. Hasta el momento, mil quinientas tabletas que datan de alrededor del 2.300 a.C. (unos 200 a 500 años antes de Abraham) han sido descubiertas. En ellas aparecen nombres como los de Abram, Israel, Esaú, David, Jahvé, y Jerusalén, lo que nos está indicando es que estos eran nombres comunes antes de aparecer en los relatos bíblicos. Al ser estudiadas cuidadosamente, estas tabletas indudablemente aclararán muchas de las costumbres de la épocas siguientes, de los patriarcas del Antiguo Testamento, Moisés, David, y otros. Su sola existencia ya tiende a confirmar los relatos del Antiguo Testamento.
También está disponible la evidencia interna sobre la exactitud de la Biblia, en especial cuando tenemos relatos paralelos del mismo acontecimiento. Un ejemplo lo constituyen los relatos de las apariciones del Señor Jesucristo después de su resurrección. Son cuatro relatos independientes y escritos por separado; de otro modo no habría aparentes discrepancias. Si los escritores hubieran trabajado conjuntamente habrían aclarado cualquier dificultad. Sin embargo, los evangelios no se contradicen, sino que se complementan mutuamente. Aún más, un pequeño detalle en uno de ellos, puede servir para aclarar lo que parecía ser una contradicción entre los otros dos.
Mateo nos dice que María Magdalena y la «otra» María habían ido al sepulcro en la primera mañana de Pascua. Marcos menciona a María Magdalena, María la madre de Jacobo (y así identificamos a la «otra» María de Mateo), y Salomé. Lucas menciona a dos Marías, Juana, «y las demás con ellas». Juan menciona sólo a María Magdalena. A simple vista estos relatos son diferentes, pero cuando los analizamos en detalle, revelan una notable armonía. Resulta claro que un grupo de mujeres, incluyendo todas las anteriormente mencionadas, fueron al sepulcro. Al encontrarse con el hecho de que la piedra había sido removida, las mujeres más ancianas enviaron a María Magdalena a decirles a los apóstoles lo que había sucedido y a pedirles consejo. Mientras ella iba, las restantes mujeres vieron a los ángeles (como lo relatan Mateo, Marcos y Lucas) pero no al Señor resucitado, al menos no hasta más tarde. Por otro lado, María, volviendo más tarde y sola, lo vio (como nos informa Juan). De la misma manera, cuando Juan menciona a «el otro discípulo» que acompañó a Pedro al sepulcro, nos está aclarando el versículo de Lucas 24:24 que dice que «fueron algunos de los nuestros al sepulcro», después de las mujeres, aunque Lucas había mencionado sólo a Pedro (una persona singular) en su relato. Todos estos son pequeños detalles, es cierto, pero porque son pequeños le dan más peso a la exactitud total de los evangelios.
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Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice