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El propósito electivo y eterno de Dios de salvar un pueblo escogido de entre las naciones no permanece en la eternidad pasada. Tiene también una expresión presente, como se nos describe en Romanos 8:30. «Y a los que predestinó, a éstos también llamó». En la teología, el llamamiento de Dios suele denominarse un «llamado eficaz» para diferenciarlo del llamamiento humano que puede o no, ser eficaz. La situación aquí es bastante paralela a la involucrada con la expresión conocimiento previo. En un sentido humano, el conocimiento previo significa el conocimiento por anticipado, mientras que en el caso de Dios, donde la referencia temporal no cabe, significa la elección o el favor electivo. Similarmente, en un sentido humano, el llamamiento puede hacer que algo sea posible, pero no hace que realmente tenga lugar. En cambio, en el caso de Dios sí lo hace.

Tomemos, por ejemplo, una citación para comparecer frente a una corte de justicia. Una citación es una forma de requerimiento, una llamada muy seria. Conlleva la autoridad de la ley y el poder del Estado que la respalda. Pero, sin embargo, este llamamiento tan serio no tiene suficiente poder para traer a la persona citada al juzgado. La persona puede ocultarse de la ley, negarse a comparecer, escaparse del país o eludir la intención del juzgado. Esto no sucede con Dios. En el caso de Dios, el llamamiento hace que la persona citada responda eficazmente. Hay muchos versículos que muestran este significado de la palabra, pero posiblemente el ejemplo más claro lo encontramos en el capítulo 8 de Romanos.

John Murray escribe: «No hay nada más claro que la enseñanza de Romanos 8:28-30 como determinación final al argumento que defiende esta característica del llamamiento. Ahí se nos afirma que el llamamiento es de acuerdo al propósito de Dios y encuentra su lugar en el centro de esa cadena irrompible de acontecimientos que comienza con el conocimiento previo divino y su consumación en la glorificación. Es lo mismo que decir que el llamamiento eficaz asegura la perseverancia porque está fundado en la seguridad del propósito de Dios y su gracia.»

Quienes han sido escogidos por Dios y han sido traídos a la fe en Cristo por el poder de esta citación son quienes han sido «llamados a ser de Jesucristo» (Rom. 1:6). Han sido «llamados a ser santos» (Rom. 1:7), es decir, ser apartados para Dios por su llamamiento. Han de vivir vidas en santidad. Este es el punto de la exhortación de Pablo a los creyentes efesios: «Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados» (Ef. 4:1).

Lázaro ya estaba muerto cuando Cristo lo llamó para salir de la tumba. Era inmune a cualquier llamamiento. Si alguno de nosotros hubiéramos estado presentes, podríamos haberlo llamado a gritos, con persuasión y elocuentemente, pero Lázaro no habría respondido. Cuando Jesús lo llamó, el resultado fue distinto. Su llamamiento tenía poder para resucitar a los muertos. De la misma manera su llamado mueve a quienes han sido escogidos por Dios para ser su pueblo. ¡Y nadie permanece inconmovible! Como lo dijo Jesús mismo: «Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen» (Jn. 10:27).

Algunas personas creen que la elección es una doctrina inservible y quizás hasta perniciosa. Dicen que promueve la irresponsabilidad y hasta el pecado. En realidad no hace nada de esto. Las personas son responsables delante de Dios por lo que hagan, independientemente de si Dios las ha elegido para la salvación o no. No son juzgadas por Dios por no haber hecho lo que no pueden hacer sino por no haber hecho el bien que pueden hacer y por haber hecho el mal que no necesitan hacer. Dios prohíbe esta conducta y ha establecido leyes de causa y efecto para obstaculizarla (Rom. 1:24-32). La elección no afecta estos hechos de ninguna manera. Desde el punto de vista positivo, hay grandes beneficios para los cristianos:

Primero, la elección elimina los motivos para jactarse dentro de las filas cristianas. Los no cristianos y aquellos que no entienden la elección muchas veces creen lo contrario, y quienes creen en la elección a veces parecen presumidos. Pero se trata de un ‘travestido’. Dios nos dice explícitamente que Él ha optado por salvar a un pueblo enteramente por gracia, sin ningún mérito o receptividad en ellos, para que precisamente el orgullo sea eliminado:

«Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe» (Ef. 2:8-9). La salvación es por gracia para que la gloria le corresponda a Dios.

Segundo, esta doctrina promueve el amor a Dios. Si jugamos una parte en la salvación, entonces nuestro amor para Dios se verá disminuido en esa misma medida. Si todo depende de Dios, entonces nuestro amor para Él no tendrá límites. No lo buscamos nosotros a Él; Él nos buscó a nosotros. Cuando nos buscó, nosotros huimos de Él. Cuando vino a nosotros en la persona de su Hijo, lo matamos. Sin embargo, vino; escogió un gran número de rebeldes recalcitrantes para la salvación. «Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rom. 5:8).

Por último, la doctrina de la elección tiene también este beneficio: nos anima en la evangelización. Con frecuencia se piensa en lo contrario. Si Dios va a salvar a determinadas personas, entonces las salvará, y no hay por qué hacer nada al respecto. Pero esta no es la manera como funciona esto. La elección de Dios no excluye el uso de los instrumentos por medio de los que Él llama, y la Biblia nos dice explícitamente que este instrumento es la proclamación del evangelio por parte de los creyentes (1 Cor. 1:21; véase Rom. 1:16-17).

Además, es únicamente esto lo que nos da la esperanza del éxito cuando proclamamos el evangelio. Si el corazón de un pecador es tan duro y tan contrario a Dios y sus caminos como la Biblia declara que es, y si Dios no elige a las personas, entonces, ¿qué esperanza podríamos tener cuando testificamos? Si Dios no puede llamar eficazmente, entonces nosotros mucho menos podremos hacerlo. Pero si Él está llevando a cabo dicha obra en el mundo, entonces nosotros podemos ir de frente, sabiendo que todos a quienes Dios ha determinado salvar vendrán a Él. No sabemos quiénes son. La única manera en la que podemos conocer a los elegidos es mediante su respuesta al evangelio y cuando vivan como cristianos que siguen a ese llamamiento. Pero podemos llamarlos con fuerza, sabiendo que aquellas personas que han sido llamadas por Dios sin duda acudirán.


Extracto del libro “Fundamentos de la fe cristiana” de James Montgomery Boice

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