En BOLETÍN SEMANAL

Efe. 6:4 Y …. criadlos en disciplina y amonestación del Señor.

El matrimonio se renueva

Dios nos ha creado de manera que, en el amor y cuidado de nuestros propios hijos, se manifiesten los mejores rasgos de nuestra naturaleza. Muchas de las lecciones más profundas y valiosas que jamás aprendemos, las leemos en las páginas del desarrollo del niño. Comprendemos mejor los sentimientos y afectos que tiene Dios por nosotros cuando nos inclinamos sobre nuestro propio hijo y vemos en nuestra paternidad humana una imagen tenue de la Paternidad divina. No hay nada que nos conmueva tanto como tener en nuestros brazos a nuestros propios bebés. Verlos tan indefensos apela a cada principio noble en nuestro corazón. Su ingenuidad ejerce sobre nosotros un poder purificador. El hecho de pensar en nuestra responsabilidad por ellos exalta cada facultad de nuestra alma. El cuidado mismo que requieren, nos trae bendiciones. Cuando llega la vejez, ¡muy solitario es el hogar que no tiene hijo o hija que regresa con gratitud para brindar cuidados amorosos dando alegría y tranquilidad a los padres en sus últimos años!

El matrimonio se renueva cuando llega al hogar el primogénito.Inspira a los casados a vivir en una intimidad que nunca habían conocido. Toca las cuerdas de sus corazones que habían permanecido silenciosas hasta ese momento. Exterioriza cualidades que nunca habían ejercido antes. Aparecen atractivos insospechados del carácter. La joven de risa fácil y despreocupada de un año atrás se transforma en una mujer seria y reflexiva. El joven inmaduro e inestable se convierte en un hombre con fuerza varonil y de carácter maduro cuando contempla el rostro de su propio hijo y lo toma en sus brazos. Aparecen nuevas metas ante los jóvenes padres; comienzan a surgir nuevos impulsos en su corazón. La vida de pronto cobra un significado nuevo y más profundo. Vislumbrar el misterio solemne que les ha sido desvelado los hace madurar. Tener entre sus manos una carga nueva y sagrada, una vida inmortal para ser guiada y educada por ellos, los hace conscientes de su responsabilidad lo cual los vuelve reflexivos. El yo, ya no es lo principal. Hay un nueva motivación por la cual vivir, un sujeto tan grande que llena sus vidas e involucra sus más grandes capacidades. Es solo cuando llegan los hijos que la vida se hace realidad, que los padres comienzan a aprender a vivir. Hablamos de instruir a nuestros hijos, pero primero nos instruyen ellos a nosotros enseñándonos muchas lecciones sagradas, despertando en nosotros muchos dones y posibilidades desconocidas, y sacando a luz muchas gracias escondidas y transformando nuestras características caprichosas hasta moldearlas en un carácter fuerte y armonioso…

Nuestros hogares serían muy fríos y lóbregos sin nuestros hijos. A veces nos cansamos de sus ruidos. Sin duda exigen mucho cuidado y nos causan mucha preocupación. Nos dan muchísimo trabajo. Cuando son pequeños, muchas son las noches cuando interrumpen nuestro sueño con sus cólicos y su dentición; y cuando son más grandes, muchas veces nos destrozan el corazón con sus rebeldías. Cuando los tenemos, mejor es que nos despidamos de vivir para nosotros mismos y de toda tranquilidad personal e independencia, si es que vamos a cumplir con fidelidad nuestra obligación de padres.

Hay algunos que, por lo tanto, consideran la llegada de los hijos como una desgracia. Hablan de ellos superficialmente como “responsabilidades”. Los consideran como obstáculos para sus diversiones. No ven en ellos ninguna bendición. Pero demuestra un gran egoísmo el que piensa de los hijos de esta manera. Los hijos traen bendiciones del cielo cuando llegan y las siguen siendo mientras viven.

Cuando llegan los hijos, ¿qué vamos a hacer con ellos? ¿Cuáles son nuestros deberes como padres? ¿Cómo debemos cumplir nuestra responsabilidad? ¿Cuál es la parte de los padres en el hogar y la vida familiar? Es imposible exagerar la importancia de estas preguntas… Es grandioso tomar estas vidas jóvenes y tiernas, ricas en posibilidades de hermosura, de gozo y de dones. Sin embargo, debemos ser conscientes de que todo este potencial puede ser destrozado, si somos irresponsables en su formación, su educación y en el desarrollo de su carácter. En esto es en lo que hay que pensar al formar un hogar. Tiene que ser un hogar en el cual los hijos maduran para vivir una vida noble y auténtica, para Dios y para el cielo.

Los padres

La respuesta principal radica en los padres.Son ellos los que edifican el hogar. De ellos recibe el hijo su carácter, para bien o para mal. El hijo será precisamente lo que los padres hagan de él. Si es feliz, ellos habrán sido los autores de su felicidad. Si es infeliz, la culpa es de ellos. Su humor, su ambiente, su espíritu y su influencia surgen de ellos. Tienen en sus manos lo que será el hogar y Dios les hace responsables por él.

Esta responsabilidad es de ambos padres. Algunos varones parecen olvidar que les corresponde una parte de la carga y de los deberes del hogar. Se lo dejan todo a la madre. Sin ningún interés activo en el bienestar de sus hijos, van y vienen como si fueran poco más que inquilinos en su propia casa. Se justifican de su negligencia poniendo como pretexto las demandas de su trabajo. Pero, ¿dónde está el trabajo tan importante que pueda justificar el abandono de los deberes sagrados que el hombre le debe a su propia familia? No puede haber ninguna ocupación que tenga el hombre que lo justifique ante el tribunal de Dios por haber abandonado el cuidado de su propio hogar y la educación de sus propios hijos. Ningún éxito en ningún sector laboral de este mundo podría expiar su fracaso en esto. No hay ninguna fortuna almacenada de este mundo que pueda compensar al hombre por la pérdida de esas joyas incomparables: Sus propios hijos.

En la parábola del profeta, éste le dijo al rey: “Y mientras tu siervo estaba ocupado en una y en otra cosa, el hombre desapareció” (1 Rey. 20:40). Que no sea la única defensa que algunos padres tengan para ofrecer cuando comparecen ante Dios sin sus hijos: “Como yo estaba ocupado en esto y aquello, mis hijos se fueron”. Los hombres están ocupados en sus asuntos del mundo, ocupados en cumplir sus planes y ambiciones, ocupados en acumular dinero para tener una fortuna, en buscar los honores del mundo y ser reconocidos. Mientras están ocupados en su búsqueda de conocimiento, sus hijos crecen y cuando los padres se vuelven para ver si les va bien, ya no están. Entonces intentan con toda seriedad recobrarlos, pero sus esfuerzos tardíos de nada valen. Es demasiado tarde para hacer ese trabajo de bendición para ellos que hubiera sido tan fácil en sus primeros años.

El libro del Dr. Geikie, titulado Life (Vida), comienza con estas palabras: “Dios da algunas cosas con frecuencia, otras las da sólo una vez. Las estaciones del año se suceden continuamente y las flores cambian con los meses, pero la juventud no se repite en nadie”. La niñez viene sólo una vez con sus oportunidades. Lo que se quiera hacer para sellarla con belleza debe hacerse con rapidez.

Entonces, no importa lo capaz, lo sabia, lo dedicada que sea la madre, el hecho de que ella cumpla bien su obligación no libra al padre de ninguna parte de su responsabilidad. Los deberes no pueden ser transferidos. La fidelidad de otro no puede justificar o expiar mi infidelidad. Además, es incorrecto y de poca hombría que un hombre fuerte y capaz, que pretende ser el vaso más fuerte, responsabilice a la mujer, a quien llama vaso más frágil, de los deberes que le pertenecen sólo a él. En cierto sentido, la madre es la verdadera ama de casa. En sus manos está la tierna vida para darle sus primeras impresiones. Ella es quien más se involucra en toda su educación y cultura. Su espíritu es el que determina el ambiente del hogar. No obstante, desde el principio hasta el final de las Escrituras, la Ley de Dios designa al padre cabeza de la familia y, como tal, le transfiere la responsabilidad del bienestar de su hogar, la educación de sus hijos y el cuidado de todos los intereses sagrados de su familia.

Los padres deben tener conciencia de que ocupan un lugar en el desarrollo de la vida de sus propios hogares, además de proveer el alimento y la ropa, y pagar los impuestos y los gastos. Le deben a sus hogares las mejores influencias de su vida. Sean cuales fueren los otros deberes que los presionan, siempre deben encontrar el tiempo para trazar planes para el bienestar de sus propias familias. El centro de la vida de cada hombre debe ser su hogar. En lugar de ser para él meramente una pensión donde come y duerme, y desde donde emprende su trabajo cada mañana, debe ser un lugar donde su corazón está anclado, donde están cifradas sus esperanzas, a donde se vuelven sus pensamientos mil veces al día, la razón de sus labores y esfuerzos y al cual aporta siempre las cosas más ricas y mejores de su vida. Debe tener conciencia de que es responsable por el carácter y la influencia de su vida de hogar, y que si no hace lo que debiera hacer, la culpa estará sobre su alma… Aun en esta época cristiana, los hombres —hombres que profesan ser seguidores de Cristo y creen en la superioridad de la vida misma por sobre todas las cosas— piensan infinitamente más y se preocupan más por criar el ganado, atender las cosechas y hacer prosperar sus negocios, que en instruir a sus hijos. Algo debe quedar fuera de cada vida seria y ocupada. Nadie puede hacer todo lo que le viene a la mano para hacer. Pero es un error fatal que un padre deje de lado los deberes que le corresponde cumplir en su hogar. Más bien debiera tenerlos en primer lugar. Es mejor descuidar cualquier otra cosa que los hijos; inclusive, la obra religiosa en el Reino de Cristo, en general, no debe interferir con los asuntos del Reino de Cristo en su hogar. A nadie se le requiere, por sus votos y su consagración, cuidar las viñas de otros con tanta fidelidad que no pueda cuidar la propia. Que un hombre sea un pastor devoto o un diligente oficial de la iglesia no justificará el hecho de que sea un padre de familia infiel…

La educación de los hijos

Es necesario decir algo acerca de la educación de los hijos. Hay que recordar que el objetivo del hogar es el desarrollo de las niñas y de los niños hasta la madurez. La obra de instruir les corresponde al padre y a la madre y es intransferible. Es un deber sumamente delicado del cual un alma reflexiva se acobardaría con sobrecogimiento y temor si no fuera por la seguridad de la ayuda divina. Sin embargo, hay muchos padres que no se detienen a pensar en la responsabilidad que tienen cuando se añade un hijito a su hogar.

Míralo por un momento. ¿Qué puede haber tan débil, tan indefenso, tan dependiente como un recién nacido? Pero mira también hacia el futuro y ve el tiempo de vida que le espera a este débil infante, aun hasta la eternidad. Piensa en el enorme potencial en este cuerpo indefenso y en las posibilidades que tiene su futuro. ¿Quién puede decir qué habilidades encierran esos deditos, qué elocuencia o canto latente hay en esos pequeños labios, qué facultades intelectuales hay en ese cerebro, qué capacidad de amor o compasión tiene ese corazón? El padre y la madre deben tomar a este infante y criarlo hasta la madurez para desarrollar estas capacidades latentes y enseñarle a usarlas. Es decir, Dios quiere un adulto capacitado para cumplir una gran misión en el mundo y la vida pone en las manos de progenitores jóvenes a un infante pequeño, y les manda guiarlo y enseñarle a serle útil hasta estar preparado para su misión o, al menos, estar exclusivamente a cargo de sus primeros años cuando se graban las primeras impresiones que moldearán y darán forma a toda su carrera. Cuando miramos a un pequeñito y recordamos todo esto, ¡cuánta dignidad tiene la tarea de cuidarlo! ¿Da Dios a los ángeles alguna obra más grandiosa que ésta?

Las mujeres suspiran por querer fama. Les gustaría ser escultoras para labrar la roca fría hasta darle una hermosura que el mundo admire por su habilidad. O les gustaría ser poetisas, para escribir cantos que encantaran a la nación y se entonaran alrededor del mundo. Pero, ¿es alguna obra de mármol tan grande como la de aquella que tiene una vida inmortal en sus manos para darle forma a su destino? ¿Es la escritura de algún poema en una línea musical una obra tan noble como la enseñanza que convierte las capacidades de un alma humana en pura armonía? No obstante, hay mujeres que consideran los cuidados y preocupaciones de la maternidad como tareas demasiado insignificantes y comunes para sus manos. Cuando llega un hijo, emplean a una niñera, quien por una compensación semanal, acuerda hacerse cargo del pequeñito para que la madre pueda estar libre de esa carga y dedicarse a cosas que considera más distinguidas y valiosas.

¿Será demasiado fuerte la siguiente acusación? “Para librarse de la carga que es su pequeñito, una madre se valdrá de los oficios de la niñera que le resulte más fácil conseguir, le pasará a esta empleada, a esta extraña ignorante, el deber de nutrir el alma que Dios ha puesto en sus manos. La madre ha nutrido su pequeño cuerpo hasta nacer, ahora cualquiera sirve para nutrir su alma. Al hacer esto, la madre ha dejado en manos de esta empleada lo que es su propia responsabilidad, lo ha puesto bajo su constante influencia, lo ha dejado sujeto a la sutil impresión de su espíritu, a grabar en su ser interior la vida, sea cual fuera, de esta alma inculta.

La niñera despierta sus primeros pensamientos, aviva sus primeras emociones, da comienzo a la delicada acción de las motivaciones sobre la voluntad —generalmente estar en tales manos implica el uso de una fuerza combinada de intimidación y soborno. Estar bajo el supuesto cuidado de la niñera incluye intensos temores e intensas exigencias— ella forma sus tendencias, de ella aprende a jugar y de ella aprende a vivir. Así la joven madre queda en libertad para vestirse y salir, visitar y recibir, disfrutar de los bailes y las óperas, ¡cumpliendo su responsabilidad de una vida inmortal por medio de una representante! ¿Existe en esta época deshonrosa, algo más deshonroso que esto? Nuestras mujeres abarrotan las iglesias con el fin de recibir la inspiración de la fe cristiana para cumplir sus obligaciones cotidianas, y luego reniegan de la principal de las fidelidades, la más solemne de todas las responsabilidades….

¡Oh, que Dios quiera darle a cada madre una visión de la gloria y esplendor de la obra que le ha encomendado cuando pone en su regazo a un infante para alimentar y enseñar! Si pudiera siquiera vislumbrar tenuemente el futuro de esa vida hasta la eternidad; si tuviera esa visión podría ver dentro de su alma sus posibilidades, podría comprender su propia responsabilidad personal de la educación de este hijo, del desarrollo de su vida, de su destino, vería que en todo el mundo de Dios, no existe otra obra más noble y digna de sus mejores capacidades y no entregaría a otras manos la responsabilidad sagrada y santa que a ella le es dada…

Lo que queremos hacer con nuestros hijos no es sólo controlarlos y que tengan buenos modales, sino implantar principios verdaderos en lo profundo de su corazón, valores que rijan toda su vida, que formen su carácter desde adentro hasta llegar a tener una hermosura semejante a la de Cristo y hacer de ellos hombres y mujeres nobles, fuertes para la batalla y fieles en el cumplimiento de su deber. Deben ser instruidos, más bien que gobernados. La formación del carácter, no meramente la buena conducta, es el objetivo de toda dirección y enseñanza del hogar…

Cuando un pequeñito en los brazos de su madre es amado, nutrido, acariciado, y cuando lo acuna cerca de su corazón, ora por él, llora por él, habla con él durante días, semanas, meses y años. No es ilusorio decir que la vida de la madre ha pasado al alma del hijo. Lo que el niño llega a ser es determinado por lo que es la madre. Los primeros años establecen lo que será su carácter y estos años son los de la madre.

Oh madre de hijos pequeños, me inclino ante ti con reverencia. Tu obra es muy sagrada. Estás determinando el destino de un alma inmortal. Las capacidades latentes en el pequeñito que acunaste en tu regazo anoche son capacidades que existirán para siempre. Lo estás preparando para su destino e influencia inmortal. Se fiel. Asume tu encargo sagrado con reverencia. Asegúrate de que tu corazón sea puro y que tu vida sea dulce y limpia. La fábula persa dice que el trozo de arcilla era de olor fragante porque había estado encima de una rosa. Que sea tu vida como la rosa y entonces, tu hijo absorberá tu fragancia en tus brazos. Si no hay aroma en la rosa, la arcilla no será perfumada.

El poder de la influencia de los padres

En la historia humana abundan las ilustraciones del poder de la influencia de los padres. Dicha influencia ilumina o apaga la vida del hijo hasta el final. Es una bendición que hace que cada día sea mejor y más feliz, o es una maldición que deja ruina y sufrimiento a cada paso. Miles han sido librados de ir por mal camino gracias a los recuerdos santos de su hogar feliz y piadoso, o se han perdido por su pésima influencia. No existen lazos más fuertes que las cuerdas que un verdadero hogar tiende alrededor del corazón.

Cuando pienso en lo sagrado y la magnitud de la responsabilidad de los padres, no comprendo cómo un padre o madre puede mirar y pensar en el pequeñito que les ha sido dado y considerar su obligación por él sin sentirse impulsados a acudir a Dios y, por el propio peso de la carga que llevan, clamar a Él pidiendo ayuda y sabiduría. Cuando un hombre impenitente se inclina sobre la cuna de su primer nacido, cuando comienza a comprender que aquí hay un alma que tiene que instruir, enseñar, moldear y guiar por este mundo hasta llegar el tribunal del Dios, ¿cómo puede seguir apartado de Dios? Pregúntate, al inclinarte sobre la cuna de tu hijo y besarlo: “¿Soy consecuente con mi hijo mientras descarto a Dios de mi propia vida? ¿Soy capaz de cumplir yo solo esta solemne responsabilidad de ser padre, en mi debilidad humana, sin ayuda divina?”. No entiendo cómo puede haber algún padre que pueda hacerle frente a estas preguntas con sinceridad cuando contempla a su criatura inocente e indefensa, que le ha sido dada para cobijar, guardar y guiar, y no caer de rodillas al instante y entregarse a Dios.

Tomado de Homemaking (Manejo del hogar), The Vision Forum, usado con permiso.

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J. R. Miller (1840-1912): Pastor presbiteriano y dotado escritor, superintendente de la Junta Presbiteriana de Publicaciones, nacido en Frankfort Spring, Pennsylvania, Estados Unidos.

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