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Dios no te hablará mientras empuñes la espada: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta” (Is. 1:18). Observa cuando entra realmente en negociaciones: “Dejad de hacer lo malo” (v. 16). Solo entonces vas camino a la paz.

a.- Dios es un gran Dios

El Señor Todopoderoso es demasiado glorioso para encontrarse con sus humildes criaturas de igual a igual. Un rey puede hacer la paz con otro, o puede conseguirla por la fuerza. Pero para vencer a un súbdito rebelde, encadenado y desamparado, el rey solo tiene que mandarlo ahorcar por traición. El gran Dios quiere que comprendas esto. Que regateen y pongan condiciones aquellos que pueden usar la fuerza y vivir sin paz. Pero, pecador, espero que tú no te creas que estás en posición de enfrentarte a Dios en esta batalla. La única manera de vencerlo a Él es de rodillas, mientras postrado confiesas: “Señor, mi vida es tuya. Seré tu cautivo, y escojo morir por mano de tu justicia en lugar de luchar contra tu misericordia”.

Aquel que rinde su vida a los pies de Cristo pronto descansa en sus brazos: “Humillaos delante del Señor, y Él os exaltará” (Stg. 4:10).

Aunque el Alto y Sublime se incline para abrazar al penitente con su misericordia perdonadora, no deshonrará su soberanía razonando con uno que discuta con Él. Hay un importante aspecto del carácter de Dios, y es que “de ningún modo tendrá por inocente al malvado” (Ex. 34:7).

b.- Dios es Santo

El pecado fue lo que alejó a Dios de sus hijos. ¿Cómo esperas entonces hacer las paces con tu Padre si hay pecado —la fuente de todo el problema— en tu corazón? Dios está dispuesto a reconciliarse contigo, pero no puedes esperar que Él se una a tu pecado. ¿Qué seguridad puede tener de tu amor si no renuncias a lo único que Él desea que abandones?

El pecado es deicida. Mientras te gobierne, Dios se negará a considerar la paz. Los dos no pueden reinar juntos; tienes que escoger. Tampoco te engañes, suponiendo que puedes alejar por un tiempo la concupiscencia, para volverla a llamar cuando termine la controversia. Dios no será burlado de esta manera; Él mantiene su promesa: “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar” (Is. 55:7). ¿Ves lo completa que es la Palabra de Dios? No deja escondrijo para el pecado; tenemos que abandonarlo todo. Este absoluto implica una decisión deliberada de no volver a admitir el pecado.

Abandonar el pecado es una decisión deliberada.

Algunos pecados te abandonan a ti; el espíritu inmundo a veces se marcha sin ser expulsado. Tal vez cesa la ocasión de pecar, o falta la capacidad física de la persona para ceder a ella. En cualquier caso, no ha habido un abandono del pecado. Pero la santa determinación e indignación para romper con el pecado cuando la tentación es más fuerte, eso sí que es abandonarlo.

Cuando los enemigos de David lo rodearon, empezó a resistirse y a repelerlos en el nombre del Señor. La dignidad de la alabanza de Moisés estriba en su abandono de la corte del Faraón, no durante la vejez como Barzilai, sino mientras la sangre joven aún calentaba sus venas.

Abandonar el pecado es dejarlo sin reservas y para siempre

 Cuando vamos en viaje de negocios, no abandonamos nuestra casa, sino que pretendemos volver. Pero si alguien empaqueta todos sus bienes, echa la llave y se marcha a otro lugar, decimos que ha abandonado su casa. Si un borracho está sobrio de vez en cuando, no significa que ya no es bebedor. Se abandona el pecado cuando se echa fuera el mismo y se cierra la puerta con llave, con el propósito de no volverla a abrir: “Efraín dirá: ¿Qué más tendré ya con los ídolos?” (Os. 14:8).

Antes de poderse sellar el perdón, la persona tiene que hacer algo más que alejarse de un par de pecados: debe abandonar todo el camino del pecado. Un viajero puede cambiar de sendero y seguir en la misma dirección; puede abandonar un camino rocoso por otro más cómodo. Esto ocurre cuando alguien entra en un camino más aceptable porque sus pecados inquietan a su conciencia. Pero solo consigue un camino más llano hacia el Infierno. Para abandonar el camino del pecado, tienes que dar la vuelta y dejar el mal camino totalmente. Has de cambiar de dirección. En resumen, es necesario abandonar aun el camino más oculto del pecado, hasta el que hay entre la maleza: “Y el hombre inicuo sus pensamientos”. Si no, llamas en vano a la puerta de Dios en busca del perdón. Abandona todo pecado, o no te molestes para nada; cuando se salva una concupiscencia, se pierde un alma.

Si los hombres están tan decididos a ir al Infierno, ¿por qué ser tan educados y precisos al respecto? Contemporizar con el pecado es ridículo. ¡Es tan absurdo como la petición de aquel condenado que iba camino al cadalso y que pidió que no pasaran por cierta calle por temor a contagiarse de la peste! ¿De qué te servirá si llegas al Infierno por el camino del orgullo espiritual y de la ignorancia, en lugar de por la avenida de la iniquidad declarada?

¿Qué deseo es tan valioso que valga la pena arder en el infierno? Cuando Darío se escapó de Alejandro Magno, tiró la pesada corona para poder correr más aprisa. ¿Es la concupiscencia tan preciosa para ti que no puedes dejarla atrás en lugar de caer en manos de un Dios iracundo? Esa es una idea estúpida.

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Extracto del libro:  “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall

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