En ARTÍCULOS

1.- El pecado y la santidad se oponen mutuamente

Vivimos en una generación que trata el pecado y la santidad como delirios melancólicos de los temerosos. Algunos hasta se jactan de ser libres de la tiranía de la santidad, y así poder maldecir, mentir y robar sin tener que rendir cuentas a una conciencia severa. Argumentan que el pecado solo existe en la mente. Estos son más necios que aquel descrito por David: “Dice el necio en su corazón: No hay Dios” (Sal. 14:1). Estos van más allá, anunciando sin cortapisas su necedad al mundo entero.

No menciono a estos impíos simplemente por rebatirlos; eso sería tan inútil como demostrar la existencia del sol en un día despejado porque algún loco lo negara. Solo quiero hacerte ver la época abominable en la que vivimos.

Hemos dormido profundamente, para que el enemigo haya podido entrar y sembrar tal cizaña entre nosotros. Tal vez damos por sentado que esa simiente mortal no crecerá en nuestro suelo, donde los siervos de Cristo se han esforzado tanto, y a tan alto precio, por limpiarnos. Cuando un espíritu engañoso cae sobre los que han disfrutado más del evangelio, cunde como una epidemia.

Me hace temblar ver las ortigas y la maleza que brotan en Inglaterra, que durante tanto tiempo fue uno de los campos más fructíferos de Cristo. Cuando los hombres se alejan tanto de la profesión del evangelio, cegándose hasta no poder diferenciar la luz de las tinieblas, ¿no corren hacia el ateísmo? Esta no es una ceguera natural, porque hasta los paganos diferencian el bien del mal, y ven la santidad y el pecado sin la luz bíblica. No; esta ceguera es una plaga de Dios que les ha venido por rebelarse contra la luz que tenían.

2.- Es posible vivir en santidad

Dios no mandaría hacer algo a su pueblo sin darle el poder de cumplirlo. Aun así, debemos recordar la distinción entre la justicia legalista y la evangélica. Por supuesto que no todo hijo de Dios tiene la misma estatura y fuerza: algunos andan en santidad con mayor facilidad que otros. Pero nunca hubo un cristiano dotado de nueva vida en Cristo que no tuviera tanto un verdadero deseo como cierto éxito en la justicia evangélica, y que no deseara hacer más de lo que puede.

La semilla es pequeña, pero contiene la grandeza y altura del árbol maduro; prodiga cada vez más fuerza al crecer y madurar. El primer principio de la gracia plantada en la conversión contiene, en cierto sentido, la gracia completa y perfecta. Tiene el deseo de crecer hasta esa perfección que Dios le ha asignado en Cristo Jesús.

En resumen, cuando te sugieren ideas de la imposibilidad de tener esta santidad aquí en la tierra, debes rechazarlas y devolverlas a Satanás. Ten en cuenta que tus esfuerzos por la santidad le harán a él mentiroso. Que tu meta sea siempre la santidad; fija los ojos en la promesa de la ayuda divina. No hay que temer, “porque sol y escudo es Jehová Dios; gracia y

gloria dará Jehová. No quitará el bien a los que andan en integridad” (Sal. 84:11). Subraya esas palabras: “gracia y gloria”. Esto es: “gracia para la gloria”. Dios te dará “mayor gracia” por la que ya tienes, hasta que la gloria que posees en la tierra se funda con la gloria celestial (Stg. 4:6).

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Extracto del libro:  “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall

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