“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra”. —Génesis 1:26-28
“El hombre”
El hombre es una criatura noble por encima de todas las demás y tiene en sí un valor que supera a todas las criaturas visibles. Por eso es que Dios delibera cuando se prepara para crearlo. Es cierto que el hombre fue hecho poco menor que los ángeles porque estos disfrutan de la presencia de Dios y su posición es más honorable de lo que podemos imaginar porque son los mensajeros de Dios. Inclusive, son ministros de su poder y de la soberanía que ejerce en este mundo. Pero de todas las cosas en el cielo y en la tierra, nada se compara con el hombre.
Es por eso que los filósofos lo han llamado “un pequeño mundo”. Si quisiéramos reflexionar sobre lo que hay en el hombre, encontraríamos tantas cosas maravillosas que sería como hacer una excursión alrededor del mundo. Es de destacar, entonces, que es en este punto donde Dios empieza su consulta; no que se encuentre con problemas, sino que lo hace a fin de expresar mejor la bondad infinita que nos quería demostrar. Por lo tanto, si Moisés hubiera afirmado simplemente que por último Dios creó al hombre, no nos conmoveríamos y emocionaríamos tanto ante su gracia, tal como la revela en su naturaleza. Pero cuando Dios compara al hombre con una obra singular y excelente, y parece que estuviera consultando sobre un tema de gran importancia, nos conmueve aun más profundamente saber que es en el hombre donde Dios quería que brillara su gloria. De lo contrario, ¿por qué es tan importante que nos diferenciemos de los animales irracionales? ¿Es una parte de nuestra sustancia? Hemos sido formados del polvo de la tierra. Es la misma tierra de la que fueron tomados los bueyes, asnos y perros. ¿Cómo es, pues, que tenemos una posición tan alta que nos acercamos a nuestro Dios, que tenemos la capacidad de razonar y comprender, y luego, señorío sobre todo lo demás? ¿De dónde viene eso fuera del hecho de que a Dios le agradó hacernos diferentes? Esa diferencia es señalada cuando Dios declara que quiere realizar una obra importante que es más grande que todo lo demás que ha creado. Aunque el sol y la luna son creaciones tan nobles y tan divinas, aunque los cielos tienen un aspecto que maravilla y alegra al hombre, aunque la gran diversidad de frutas y otras cosas que vemos aquí en la tierra fueron creadas para declararnos la majestad de Dios, la realidad es que si comparamos todo eso con el hombre, encontramos en él características mucho más grandiosas y más excelentes…
“Hagamos”
Al llegar a este punto, podríamos preguntar: “¿Con quién consulta Dios?”… El Padre fue la causa y fuente soberana de todas las cosas y aquí consulta con su sabiduría y su poder… Nuestro Señor Jesucristo es la Sabiduría sempiterna que reside en Dios y ha tenido su esencia siempre en Él. ¡Él es uno de la Trinidad! El Espíritu Santo es el Poder de Dios. Las ideas fluirán muy bien si decimos que la Persona del Padre es presentada aquí porque tenemos el punto de partida para hablar acerca de Dios cuando dice: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”… Cuando dice que el hombre será creado a imagen de Dios, conforme a su semejanza, es para declarar que habrá en él poderes y dones que servirán como señales y marcas que muestran que la raza humana es como el linaje de Dios, tal como lo prueba Pablo con el dicho del poeta gentil en el capítulo 17 de Hechos: “Porque linaje suyo somos” (Hch. 17:28)…
“A nuestra imagen”
Tenemos que comprender ahora en qué consiste esa imagen y esa semejanza o ese parecido y conformidad con Dios. ¿Es en el cuerpo o en alma, o se trata del señorío que le ha sido dado al hombre? Muchos lo relacionan con el cuerpo. Por cierto que en la forma del cuerpo humano, hay tal habilidad creativa que podemos decir que es una imagen de Dios porque si su majestuosidad aparece en cada parte del mundo, mayor razón hay para que aparezca en aquello que es más excelente. Pero la realidad es que no encontramos tal perfección en el cuerpo humano como la imagen y semejanza a la que Moisés se refiere. ¡Al contrario!
En consecuencia, ni el cabello ni los ojos, ni los pies ni las manos nos conducirán hacia donde Moisés nos guía. En cuanto a la superioridad y la preeminencia de estas características humanas que han sido dadas al hombre por encima de todas las criaturas, no reflejan la imagen de Dios porque son características externas que no nos llevarán muy lejos. Debido a todo eso, tenemos que enfocar el alma, que es la parte más digna y valiosa del hombre. Aunque Dios ha mostrado los grandes tesoros de su poder, bondad y sabiduría al formarnos, el alma, como he dicho, es la que tiene raciocinio, comprensión y voluntad, que es mucho más de lo que puede encontrarse en el cuerpo exterior.
Ahora bien, como hemos tratado exhaustivamente y resuelto el punto de que la imagen de Dios está principalmente en el alma y se extiende al cuerpo como un accesorio, tenemos que considerar ahora en qué consiste la imagen de Dios y en qué sentido nos conformamos a Él y nos parecemos a Él…
Nuestro padre Adán, habiéndose enemistado con su Creador, fue entregado a la vergüenza e ignominia y, como consecuencia, Dios le quitó los dones excelentes con que lo había dotado anteriormente… Pero porque Dios, a través de nuestro Señor Jesucristo, repara su imagen en nosotros que había sido borrada en Adán, podemos comprender mejor la importancia de esa imagen y semejanza que el hombre tenía con Dios al principio. Porque cuando Pablo dice en Colosenses 3 que debemos ser renovados según la imagen de Aquel que nos creó (Col. 3:10) y, luego en Efesios 4, cuando menciona la justicia y verdadera santidad como las características a las cuales tenemos que ser conformados (Ef. 4:24), muestra que la imagen de Dios es importante; que nuestra alma al igual que nuestro cuerpo, debe ser guiada por una rectitud innegable y que nada hay en nosotros que se asemeje a la justicia y rectitud de Dios. Es cierto que Pablo no presenta aquí una lista completa, pero tampoco habla en términos generales a fin de incluir todo lo que testifica de la imagen de Dios. En cambio, cuando habla de las características principales, nos dice cuáles son las características auxiliares.
En suma, el alma debe ser limpiada de toda vanidad y toda falsedad y la claridad de Dios tiene que brillar en ella para que haya una capacidad de juicio, discreción y prudencia. Por eso es que Dios repara su imagen en nosotros cuando nos conforma a su justicia y nos renueva por su Espíritu Santo para que podamos andar en santidad. Porque eso es cierto, podemos ver en qué punto tenemos que comenzar si queremos determinar lo que es la imagen de Dios. Tal es el comienzo de la imagen de Dios en nosotros, pero eso no es todo… cuando se menciona la imagen de Dios en el hombre y no entendemos la causa de la confusión causada por el pecado, tenemos que tomar nota de esos pasajes de Pablo y, a la vez, encontrar en Jesucristo lo que ya no hay dentro de nosotros porque nos fue quitado por nuestro padre Adán. Entonces veremos que el hombre fue creado con una naturaleza tan pura e íntegra que su alma poseía una prudencia maravillosa y no estaba cubierta de falsedad, hipocresía e ignorancia, fruto por el cual ahora no hay en nosotros más que vanidad y tinieblas. En consecuencia, había un anhelo sincero de obedecer a Dios y gozar de todo lo bueno, no había ningún deseo o impulso de hacer el mal, en cambio ahora, todos nuestros afectos son actos de rebelión contra Dios. En aquel entonces, el cuerpo estaba tan bien y apropiadamente equilibrado que cada segmento pequeño estaba listo y ansioso por servir y honrarle. Así era el hombre, predispuesto a andar en santidad y toda justicia. En él había una abundancia de dones divinos para que la gloria de Dios brillara por doquier, interior y exteriormente. Eso, pues, caracteriza a aquella imagen…
Moisés añade, “a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”. Esa repetición no es superflua, ya que, aunque reuniéramos todas las mejores palabras en el mundo para expresar esa obra excelente de Dios, distaríamos mucho de poder hacerlo… Moisés tenía buenas razones para querer darnos la oportunidad de considerar con más atención el hecho de que fuimos creados a la imagen de Dios. Si consideramos nuestros cuerpos, ellos fueron formados del polvo… con la intención de que fueran una morada para las benevolencias divinas y los dones de su Espíritu Santo para que llevaran su imagen. Esa, pues, es la intención de la repetición de Moisés. Es para que podemos glorificar a nuestro Dios a menudo por ser generoso con nosotros y contarnos entre sus criaturas y aun darnos superioridad sobre ellas, pero también imprimiendo en nosotros sus características y queriendo que seamos sus hijos…
“Varón y hembra los creó”
Ahora bien, dice que “varón y hembra los creó”. Y Moisés, a veces, escribe aquí en plural y, a veces, en singular [para referirse a ambos sexos], como cuando dice “Hagamos al hombre a nuestra imagen” y más adelante dice “los creó”. Podríamos afirmar que los hombres que descienden de Adán son los destinados a “señorear”, pero no excluyó a la mujer, añadiendo: “varón y hembra”; así fueron creados. Aquí podríamos comparar esto con el pasaje donde Pablo dice que sólo el hombre, no la mujer, es la imagen de Dios (1 Cor. 11:7) y creer que hay alguna contradicción, pero la respuesta es fácil porque aquí Moisés está hablando de los dones que fueron dados a ambos sexos. El hombre y la mujer por igual, tienen el poder de razonar y comprender. Tienen voluntad y la habilidad de diferenciar entre lo bueno y lo malo. En suma, todo lo que pertenece a la imagen de Dios…
Es digno de notar que otros pasajes afirman que en nuestro Señor Jesucristo no hay varón ni mujer (Gál. 3:28). Eso significa que su gracia se extiende al hombre y a la mujer, de modo que todos somos partícipes de su gracia. Habiendo resuelto este punto que no deja lugar a discusión, podemos ver que el hombre fue creado no como varón únicamente, sino también como mujer, y que ambos son partícipes de la imagen de Dios…
La bendición
Luego el texto habla de la bendición que Dios le dio a Adán. Primero le dice a él y a su mujer: “Fructificad y multiplicaos” y añade, en segundo lugar: “Señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra”. La primera bendición es la misma para humanos, animales, peces y pájaros. Tienen que multiplicarse generación tras generación. Ya hemos mencionado que el hombre no debe atribuir su origen a alguna causa inferior de la naturaleza, sino que debe tener un Creador. ¿Por qué? ¡Porque todos somos producto de su bendición! Por eso es que las Escrituras nos dicen, a menudo, que el fruto del vientre es una herencia de Dios, es decir, un don especial (Sal. 127:3) a fin de que no seamos tan ignorantes como para creer que el hombre engendra y la mujer concibe por su propio poder y que Dios no es el autor de su linaje.
Así que hemos de tomar nota de cuál es la bendición de Dios a la que se refiere aquí porque [vemos en Gn. 30:2] que Jacob le dijo a su esposa Raquel, cuando lo importunaba para que le diera un hijo: “¿Soy yo acaso Dios?”. Con esto indica que los hombres no deben hablar de esta manera, sino que Dios debe ser glorificado porque les otorga la gracia de ser padres y a las mujeres de ser madres… Éste, pues, es el resultado de esa bendición: Saber que Dios declaró, al principio, que quería que la raza humana se multiplicara y que, en nuestra época, cuando da un linaje e hijos, es una bendición especial que otorga a los padres y madres y un tesoro especial que tienen que reconocer que procede de él y por el cual deben rendirle homenaje.
Además, comprendamos que el pecado produce la desigualdad que vemos en el hecho de que no todos los hombres tendrán hijos, que no todos los hijos del vientre de la mujer serán iguales, porque habrá algunos que nacen débiles y a un paso de la tumba, y que algunos serán encorvados, tuertos, ciegos, jorobados o cojos. Dios muestra en todo lo que es desfigurado y deforme que su bendición es menor, aunque no se ha extinguido del todo. Aun veremos a mujeres que, a menudo, pierden a un hijo en su gestación. ¿Cuál es la razón? El pecado de Adán es dado como razón, a fin de que nos humillemos al comprender que somos rechazados y echados lejos de la gracia que nos fue conferida por Dios en la primera creación. Con respecto a la bendición de Dios, esto es lo que hemos de tener en cuenta: En virtud de aquella palabra que dijo una vez para siempre, nacen ahora todos los hijos de esta manera, el mundo es sostenido y las generaciones se suceden una tras otra.
Asimismo, esta bendición incluye un privilegio mucho más grande que el que tienen las bestias porque los bueyes, los asnos y los perros engendran en su juventud, como los zorros y todos los demás. Pero, ¿acaso gozan sus crías de la misma dignidad que la del hombre? Por lo tanto, cuando Dios da hijos a hombres y mujeres, los establece como sus comisionados, porque el hombre no puede ser padre, a menos que esté allí como representante de la Persona de Dios. Hay sólo un Padre, hablando con propiedad, como dijo nuestro Señor Jesucristo: “Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos” (Mt. 23:9). Y eso significa [que Dios es] Padre de nuestra alma y nuestro cuerpo. Por lo tanto, ese título tan honorable le pertenece a nuestro Creador. Es decir, Él es nuestro Padre, aunque nos permite decir “mi padre” y “mi madre” en este mundo, esto resulta del don de Dios por el cual se complace Él en compartir su título con criaturas tan frágiles como nosotros. Asimismo, sepamos que el privilegio que Dios da a los que producen descendientes es que Él quiso hacerlos sus representantes, por así decir. Por esto, con más razón, tenemos que valorar y magnificar su gracia…
Ahora bien, siendo este el caso, Moisés propone correctamente la segunda bendición, la cual había sido dada anteriormente al mundo, específicamente, entre las criaturas. Antes de que fuera creado el hombre había plantas y pastos, había luces en el cielo. Pero, aunque el sol es llamado a guiar de día y la luna a guiar de noche, no les corresponde gobernar. En realidad, es imposible que lo hagan. Porque ¿qué bien le hubiera hecho a la tierra las muchas cosas buenas que provee si no hubiera alguien que las poseyera? Así que Adán tenía que ser creado para vivir sobre ella y tenía que contar con la gracia de Dios para producir un linaje y, de esta manera, multiplicarse.
Tomado de John Calvin’s Sermons on Genesis (Sermones de Juan Calvino sobre Génesis), Tomo 1, The Banner of Truth Trust, usado con permistruth.org.
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Juan Calvino (1509-1564): Teólogo y pastor francés, líder importante durante la Reforma Protestante; nacido en Noyon, Picardia, Francia.
Cuando naciste, tu nacimiento no fue un acontecimiento secreto, ni fue una invención humana, sino que tu nacimiento fue una obra de Dios. —Martín Lutero