En ARTÍCULOS

Sal. 16:11 Me mostrarás la senda de la vida; En tu presencia hay plenitud de gozo; Delicias a tu diestra para siempre.

1.- Un mensaje que transmita gozo debe ser bueno

Nadie se alegra de una mala noticia. El gozo ensancha y abre el corazón para que salga y reciba a sus deseos más especiales; pero una mala noticia encuentra la puerta cerrada.

El evangelio trae promesas que anuncian el bien que Dios tiene reservado para los pecadores, mientras que las amenazas son la lengua nativa de la ley. La ley no puede hablar más que de juicio para los pecadores; pero el evangelio de la gracia de Cristo allana el camino frente a la ley.

2.- El mensaje del evangelio es tan grande como bueno

Si escuchamos una noticia insignificante, probablemente la olvidemos. Pero si es importante y muy buena, causa regocijo. El ángel del Señor dijo: “Os doy nuevas de gran gozo” (Lc. 2:10). Tiene que ser gran gozo, porque es un gozo completo; el Señor Jesucristo ha traído unas noticias de tal plenitud que no queda nada más que añadir. Si piensas que al evangelio le falta algo, tendrás que buscar más alto que Dios, porque Él se entrega por medio de Cristo a los creyentes en el pacto de gracia. Estamos plenamente persuadidos de que el argumento de Pablo se sostendrá: “Todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios” (1 Cor. 3:22-23).

El evangelio acerca nuestras vasijas a la fuente misma de la bondad; ciertamente lo tenemos todo si nos unimos a Aquel que lo tiene todo. ¿Llegará alguna buena noticia a los santos glorificados que no venga del Cielo? Tenemos la prueba de esta gloria en la Palabra: “Nuestro Salvador Jesucristo […] quitó la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad por el evangelio” (2 Tim. 1:10). El sol oculta el cielo de la vista, a la vez que nos revela la tierra. Pero el evangelio revela ambos a la vez: la piedad “tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera” (1 Tim. 4:8).

3.- Un mensaje bueno concierne íntimamente a sus oyentes

El público debe tener un interés personal antes de considerar un anuncio como buena noticia. Podemos alegrarnos de saber que algo bueno le ha ocurrido a otro, pero nos afecta más si se vuelca directamente en nuestro corazón. Un enfermo no siente el gozo de la recuperación de otro enfermo con la misma fuerza que de la suya propia.

El evangelio no nos informa de lo que Dios ha hecho por los ángeles, sino por nosotros: “Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor” (Lc. 2: 11). Si los ángeles se regocijan por nuestra felicidad, seguramente nuestro propio bien nos da aún mayor razón para alegrarnos. Extraño sería que cantara el mensajero, que solo trae la noticia, mientras el destinatario siguiera indiferente. Puedes estar seguro de que este evangelio es para ti, si abrazas a Jesucristo con los brazos de la fe.

En un reino, todo súbdito, por humilde que sea, tiene parte en el reino; es un bien común de todos. Así es Cristo para los creyentes. Las promesas se plasman como un buen retrato; son para todos los que las miran con el ojo de la fe. El gozo del evangelio es tu gozo si tienes fe para recibirlo.

4.- La sorpresa añade gozo a la noticia

La gozosa noticia del evangelio era desconocida para los hijos de los hombres y ni siquiera la buscaban. El corazón humano nunca podría concebir tal noticia, hasta que Dios revelara el dictamen de su voluntad. Durante el reinado de Enrique VIII de Inglaterra, se envió un indulto a cierto noble que horas antes esperaba ser decapitado; ¡la noticia fue tan inesperada que el hombre murió de gozo! La vasija de la naturaleza humana es tan frágil que aun el vino de un gozo inferior a veces la quebranta. Pero las noticias divinas exceden a las naturales, en la misma medida que la misericordia divina sobrepasa la del hombre mortal; como la liberación del Infierno eterno difiere de la muerte temporal, que se pasa antes de siquiera sentir el dolor.

5.- Un mensaje bueno debe ser una verdad comprobada

No se trata de un rumor de procedencia desconocida. El evangelio proviene de Dios mismo, que no puede mentir. El Rey del Cielo garantiza su verdad: “Este es mi Hijo amado; a él oíd” (Lc. 9:35). Todos los milagros de Cristo confirmaron la validez del evangelio. Los escépticos que negaban la doctrina de Jesús se vieron obligados una y otra vez a reconocer la divinidad de sus milagros, revelando así el desatino de su incredulidad ante el mundo entero. Los milagros de Cristo eran para el evangelio como los sellos en un documento. Los incrédulos no podían negar que Dios obraba en ellos, pero tampoco podían verlo en la doctrina. ¡Como si Dios fuera a poner su sello sobre una mentira!

Esto es lo que colma el gozo de la buena noticia: no engañará a nadie que ponga toda su confianza en ella. “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores” (1 Tim. 1:15). El puente que tiende el evangelio, sobre el abismo de la ira divina, para que pasen los pecadores desde sus pecados hasta el Reino de Dios, se apoya en los arcos de su divina sabiduría, poder, misericordia y fidelidad. El creyente no tiene que temer verlos doblarse o  quebrarse. Se le llama “el evangelio eterno” (Ap. 14:6).

Aun cuando se derrumben la tierra y el cielo, ni un átomo de ninguna de las promesas de Dios quedará enterrado bajo los escombros: “La palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada” (1 P. 1:25).

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Extracto del libro:  “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall

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