​​​La resurrección es la base histórica sobre la que se fundan el resto de las doctrinas cristianas y frente a la cual toda duda sincera debe disiparse. Si tenemos esta doctrina firme, las demás doctrinas también estarán firmes.


¿Qué es más importante para la teología cristiana: la muerte de Jesucristo o su resurrección? Es imposible contestar esta pregunta. Si bien la muerte de Cristo es lo que vino explícitamente a hacer en este mundo, la resurrección no es menos importante históricamente, ya que valida las pretensiones de Cristo. Sólo por la resurrección es que el evangelio de la cruz pudo ser comprendido y luego conservado y transmitido a través de los siglos hasta llegar a nosotros.


Lo importante de la resurrección se ve desde los inicios de la era cristiana. Hasta cierto punto los discípulos habían creído en Cristo antes de su muerte y su resurrección. Un ejemplo de su fe inmadura pero genuina lo constituye el testimonio de Pedro: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios viviente» (Mt. 16:16). Pero su fe había sido duramente golpeada por la crucifixión, tanto que los seguidores de Cristo ya habían comenzado a dispersarse y volver a sus lugares de origen. Y Pedro, que había dado ese testimonio tan asombroso, había negado al Señor tres veces en la noche del arresto de Cristo, antes de su crucifixión. Estos hombres y mujeres habían creído, pero después del arresto y la crucifixión habían escondido su creencia.

Sin embargo, en tres días, después de la resurrección, su fe volvió a surgir, y salieron adelante a presentar al mundo el evangelio del Salvador crucificado pero resucitado. La muerte y la resurrección de Jesús era el centro de su mensaje. Jesús mismo les había señalado el camino la tarde de su resurrección cuando les había enseñado a sus discípulos con citas del Antiguo Testamento: «Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras; y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén. Y vosotros sois testigos de estas cosas» (Lc. 24:45-48).

Más adelante, Pablo describió la naturaleza de esa forma de predicación de los apóstoles, diciendo que él sólo le había entregado a los corintios lo que él mismo había recibido, «Que Cristo Jesús murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y que apareció a Cefas, y después a los doce. Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen. Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles; y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mi» (1 Co. 15:3-8). Pedro predicó que David había escrito sobre la resurrección de Cristo. «Porque no dejarás mi alma en el Hades, ni permitirás que tu Santo vea corrupción» (Hch. 2:27; comparar con Sal 16:10). Los otros predicadores del Nuevo Testamento hicieron lo mismo. Como muchos estudiosos de las primeras predicaciones han señalado, la muerte y la resurrección de Cristo siempre estaban en el centro de la predicación apostólica.


La resurrección probó que Jesucristo era quien dijo ser y que logró lo que dijo que había venido a hacer a este mundo. El evangelista Reuben A. Torrey llamaba a la resurrección de Jesucristo «el peñón de Gibraltar de las evidencias cristianas….». La resurrección es la base histórica sobre la que se fundan el resto de las doctrinas cristianas, y frente a la cual toda duda sincera debe disiparse. Si es posible probar que Jesús de Nazaret realmente resucitó de entre los muertos, como los primitivos cristianos creyeron, y como lo afirman las Escrituras, entonces la fe cristiana descansa sobre un fundamento imperturbable. Si está firme, las demás doctrinas también lo están. Por otro lado, si la resurrección no puede mantenerse en pie, entonces las demás doctrinas también se derrumban. Por eso el apóstol Pablo escribió: «Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe. Y somos hallados falsos testigos de Dios; porque hemos testificado de Dios que él resucitó a Cristo, al cual no resucitó, si en verdad los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron» (1 Co. 15:14-18).

Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

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