La razón principal para mortificar tus pecados es la muerte De Cristo. El gran propósito de su muerte fue para destruir las obras del diablo. «Que se dio á sí mismo por nosotros para redimimos de toda iniquidad, y limpiar para sí un pueblo propío, celoso de buenas obras.» (Tito 2: 14) El murió para libramos del poder dominante de nuestros pecados y purificamos. Enfoca tu fe en Cristo, tal como se nos muestra en el evangelio, crucificado por nosotros. Mira hacia Él mientras que Él ora, sangra y muere bajo la culpa de tus pecados. Por la fe, aplica su sangre a todos tus deseos pecaminosos y haz esto cada día.

Hay dos aspectos que hemos de tratar:

1.    La obra específica que el creyente es responsable de realizar.
2.    La obra que solamente el Espíritu de Dios puede realizar.

Primero, la obra específica que el creyente es responsable de realizar:

Esta obra puede ser resumida como la fe del creyente en el poder y la autoridad de Cristo para matar tu pecado. Para ser específico, la fe debe creer en la sangre de Cristo como el único remedio eficaz para las almas enfermas de pecado. Si ejerces constantemente tu fe en este remedio eficaz, vivirás y morirás como un vencedor. Pero aún más que esto, por la providencia de Dios tu vivirás para ver tus deseos pecaminosos muertos (vencidos) a tus pies.

1. Algunas instrucciones para el ejercicio de esta fe:

a.   Una fe que confía en Cristo, proveerá todo lo necesario para mortificar tus deseos pecaminosos. Enfoca tu fe sobre esta verdad y medita sobre ella continuamente. Por una parte, es cierto que en tu propia fortaleza nunca conquistarás estos poderosos deseos pecaminosos. Pudiera ser que ya has tratado y fallado tan frecuentemente y te halles tan cansado de la batalla, que estas listo para darte por vencido. Sin embargo, deberías enfocar tu fe hacia aquel que tiene el poder de capacitarte para triunfar en su fortaleza. Puedes participar de la afirmación del apóstol Pablo, «todo lo puedo en Cristo que me fortalece. » (Fil.4: 13) No importa cuán poderosos e ingobernables sean tus deseos pecaminosos, enfoca tu mente sobre la plenitud de gracia en Cristo. Pon tu mente sobre los tesoros de fortaleza, fuerza y ayuda que están en Cristo para tu socorro. (Vea Jn.1: 16, Col. 1 : 19.) Permite que tales pensamientos llenen continuamente tu mente. Piensa en Jesús como Aquel que ha sido exaltado como Príncipe y Salvador para dar arrepentimiento a Israel (Hech.S:31). El arrepentimiento que Él da incluye la gracia de la mortificación (es decir, incluye el poder para sujetar tus deseos pecaminosos y mortificados). Otra vez, piensa en la gracia que Cristo da a los creyentes que permanecen en Él (Jn.15: 1-5). Permite que tu fe se apoye en pensamientos como los siguientes: «Soy una pobre criatura, débil e inestable». Mis deseos pecaminosos me son demasiado fuertes. Estoy en peligro de ser arruinado por ellos y no sé que hacer. He roto con todas mis resoluciones y promesas de mortificar mis pecados. Yo sé de mi propia experiencia amarga, que no tengo la fortaleza para vencerlos. Puedo ver que si el poder omnipotente de Dios no me ayuda, estaré perdido. Miro al Señor Jesucristo y veo en El una plenitud de gracia y poder para mortificar estos enemigos míos. Veo en Cristo una provisión suficiente para ayudarme a vencer a todos mis enemigos interiores (es decir, mis deseos pecaminosos). Medita en pasajes como Isa.35:1-7 y 40:27-31. Cree con el apóstol Pablo que hay suficiente gracia en Él para mortificar todos los deseos pecaminosos. «Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder en la flaqueza se perfecciona. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis flaquezas, para que habite en mí el poder de Cristo. «(2 Corintios 12: 9) Aunque no disfrutes de la victoria en cada conflicto, continúa confiando en los recursos de Cristo, los cuales te darán la victoria final.

b. Anima tu corazón a que espere la ayuda de Cristo a través de la fe. Esta instrucción nos lleva a una etapa más avanzada que la primera. Nos conduce del simple creer que Cristo puede ayudamos, a creer que nos ayudará. La fe sigue esperando por una liberación real. La fe espera que el Señor vendrá y te ayudará. Aunque parezca que la liberación o la ayuda tarde en llegar, la fe continuará esperando por ella.

2. Algunos pensamientos para promover una fe expectante en tu corazón:

a. Piensa mucho acerca de Cristo como tu sumo sacerdote celestial. Piensa acerca de su naturaleza tierna, misericordiosa y bondadosa. Asegúrate de que El se compadezca de ti en tu angustia. Recuerda que tu sumo sacerdote tiene la ternura de una madre hacia su hijo recién nacido. (Vea Isa.66: 13.) Recuerda el gran propósito de Cristo en participar de nuestra naturaleza humana. «Por lo cual, debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir á ser misericordioso y fiel Sumo Sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Porque en cuanto Él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados.» (Hebreos 2: 17-18) Echa mano de la promesa de Heb.4:15-16, «Porque no tenemos un Sumo Sacerdote que no se pueda compadecer de muestras debilidades; sino que fue tentado en todo según nuestra semejanza pero sin pecado. Lleguémonos pues confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia, y hallar gracia para el oportuno socorro». Necesitas ayuda especial y Dios tiene a su Hijo sentado sobre «un trono de gracia». Dios te invita a acercarte confiadamente al trono de esa gracia para que obtengas misericordia y gracia en el tiempo de la necesidad.

b. Piensa acerca de la fidelidad de las promesas de Dios. Dios ha hecho muchas promesas en las cuales puedes confiar. Dios nos dice que su pacto para con nosotros es como el sol, la luna y las estrellas que tienen su curso determinado. (Ver Jeremías 31:35 – 36) Fija tu esperanza en las promesas especificas respecto al propósito de la obra de Cristo, por ejemplo: “El salvará a su pueblo de sus pecados» (Mat. 1:21). «Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo. » (1 Jn.3:8) «Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia. » (Romanos 6: 14) Asegurate de que estas promesas no pueden fallar. Puedes depender de la fidelidad de Dios.

c. Medita sobre las ventajas que recibirás esperando la ayuda que vendrá de Cristo Jesús. Hay dos ventajas principales:

i. Esperando tal ayuda honramos a Cristo por nuestra confianza en El y nuestra dependencia de El. Siempre cuando el creyente honra a Cristo de esta manera, puede estar seguro de que su fe en Cristo no será decepcionada. El Salmista nos dice: «Y en ti confiarán los que conocen tu nombre; Por cuanto tú, oh Jehová, no desamparaste á los que te buscaron.» (Salmos 9:10) Puedes estar seguro de que si tu confianza es puesta en Cristo, El no te fallará.

ii. Si realmente esperamos que esta ayuda vendrá de Cristo, entonces acudiremos a todos los medios que traerán esta ayuda. Si fueras un mendigo y creyeras que cierto hombre te pudiera ayudar, entonces harías todo lo posible para llamar la atención de este hombre hacia tu necesidad. Si este hombre te promete ayuda y dice que te ayudará, entonces harás lo que él indique. En la misma manera, debes usar los medios que te darán ayuda: La oración, la meditación en la palabra de Dios, el compañerismo con el pueblo de Dios, etc.

d. Enfoca tu fe especialmente en la muerte de Cristo. La razón principal para mortificar tus pecados es la muerte De Cristo. El gran propósito de la muerte de Cristo fue para destruir las obras del diablo. «Que se dio á sí mismo por nosotros para redimimos de toda iniquidad, y limpiar para sí un pueblo pro pío, celoso de buenas obras.» (Tito 2: 14) El murió para libramos del poder dominante de nuestros pecados y purificamos de todas las concupiscencias que nos envilecían. Enfoca tu fe en Cristo, tal como El es mostrado en el evangelio, muriendo crucificado por nosotros. Mira hacia El mientras que Él ora, sangra y muere bajo la culpa de tus pecados. Por medio de la fe trae a este salvador crucificado a vivir en tu corazón (Ef.3: 17). Por la fe, aplica su sangre a todos tus deseos pecaminosos y haz esto  cada día.

Segundo, la obra que solamente el Espíritu de Dios puede realizar:

1. La obra de mortificar el pecado es posible y puede ser realizada solamente en el poder del Espíritu Santo. A menos que El Espíritu Santo nos fortalezca, trabajaremos en vano. Ahora, consideraremos lo que el Espíritu Santo hace para que nuestra obra de la mortificación tenga éxito:

Solamente el Espíritu puede convencerle clara y completamente de la maldad, la culpa y el peligro de sus deseos pecaminosos. Hasta que esta obra sea realizada, usted no podrá hacer ningún avance en la mortificación de sus pecados. Esta es la primera cosa que el Espíritu hace; El convence el alma de toda la maldad, la culpa y el peligro de cada deseo pecaminoso. El Espíritu Santo obra hasta que el corazón confiese su maldad y anhele la liberación. A menos que el Espíritu haga esta gran obra, ninguna de las obras subsecuentes puede ser realizada.

2. Solamente el Espíritu es capaz de revelarle la plenitud de Cristo para suplir su necesidad. Hasta que el Espíritu haga esto, usted no tendrá nada para impedir que su corazón busque un remedio falso para tratar con su pecado, o para impedir que usted sea conducido a la angustia y la desesperación. (Vea 2 Cor.2:7-8.)

3. Solamente el espíritu es capaz de asegurarle que Cristo vendrá para ayudarle y solamente el espíritu le capacitará para esperar pacientemente en fe, hasta que El lo haga.

4. Es por el Espíritu que somos bautizados en la muerte de Cristo. (Es decir, unidos con Cristo en su muerte.) Es el Espíritu quien trajo la cruz (es decir, la obra salvadora de Cristo) de Cristo a su corazón con todo su poder, para matar el pecado. Es solamente El quien continúa aplicando este poderoso remedio a nuestros corazones.

5. El Espíritu es el iniciador y consumador de nuestra santificación. Es el Espíritu Santo quien da nuevos suministros e influencias de gracia para santificamos y debilitar el poder de nuestros deseos pecaminosos.

6. Es el Espíritu quien continuamente le apoya mientras que usted busca la ayuda de Dios para vencer sus deseos pecaminosos. El es el «Espíritu de suplicación» prometido a todos aquellos que miran a «aquel que traspasaron» (Zac.12: 10). El mismo «intercede por nosotros con gemidos indecibles» (Rom.8:26)

Extracto del libro: la mortificación del pecado, por John Owen

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