​En el capítulo 2 del libro de los Hechos, Lucas nos cuenta que 3.000 personas recibieron la Palabra. Pero luego nos dice que esos creyentes no siguieron cada cual por su camino. Esos 3.000 fueron bautizados y añadidos a la Iglesia. Y en el vers. 42 Lucas nos relata lo que esa comunidad de creyentes hacía regularmente: ellos “perseveraban (persistían firmemente o continuaban adheridos) en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones”.
Lo primero que Lucas menciona es que se ocupaban asiduamente en la enseñanza de los apóstoles. Comentando esta frase dice Alexander en su comentario de Los Hechos: “Lo que se afirma aquí no es la adherencia de ellos a cierto sistema de creencia, sino su atención personal a la instrucción que en ese momento impartían” los apóstoles.

Cuando los apóstoles enseñaban, ellos estaban ahí y no en otro lugar. Y lo mismo deben hacer los creyentes de todas las edades cuando la Iglesia se reúne para adorar a Dios a través de sus cánticos, de las oraciones y la predicación de la Palabra.
Andando el tiempo algunos comenzaron a descuidarse en este aspecto, y ese descuido no fue pasado por alto (comp. He. 10:24-25). Este descuido tiene serias repercusiones en la vida de uno que profesa ser cristiano, como vemos en el contexto de la epístola a los Hebreos.
En los versículos que siguen a estas palabras de amonestación, el autor de la carta continúa hablando de la apostasía. Y es que dejar de asistir regularmente a los cultos de adoración es uno de los primeros síntomas visibles que dan aquellos que finalmente apostatan de la fe.
A menos que por una causa providencial nos veamos impedidos de asistir a los cultos, un problema de enfermedad, por ejemplo, de nosotros o de algunos de los nuestros que tengamos que cuidar, es nuestro deber responder a la convocación que Dios hace a Su pueblo cada primer día de la semana, a reunirse en el nombre de Cristo para encontrarse con El y adorarle.

Es Dios quien nos convoca, no los pastores, ni los diáconos; por lo tanto, si vamos a faltar al culto de adoración, debemos tener una excusa que con limpia conciencia sabemos que nuestro Señor aceptará como buena y válida. De lo contrario, es nuestro deleitoso deber estar presente en esa santa convocación, para encontrarnos con nuestro Dios, en la asamblea local de la que formamos parte.
El asunto no es estar en una Iglesia el domingo, es estar en su Iglesia. Si Ud. se encuentra fuera de la ciudad ese día debe procurar una buena Iglesia donde pueda adorar con una limpia conciencia; pero cada creyente debe pertenecer a una Iglesia local, y es en esa Iglesia que debe adorar cada Domingo a menos, repito, que una causa providencial de peso se lo impida.

Dios está trabajando con cada Iglesia de manera particular, y es importante que todos los creyentes de una congregación local reciban la misma instrucción en el mismo momento; eso contribuye a la unidad del cuerpo. Así como nadie puede graduarse de médico o de ingeniero estudiando en 2 ó 3 universidades distintas, así tampoco se puede crecer en gracia cuando se va saltando de congregación en congregación.

Cada creyente debe formar parte de una Iglesia local, con sus hermanos particulares y sus pastores particulares, y es allí donde debe ser instruido regularmente (comp. He. 13:7 – “que os hablaron la Palabra de Dios” – y 17).
Es deber de los pastores pastorearte, pero es tu deber dejarte pastorear; si te ausentas de los cultos con facilidad estás dificultando el pastoreo de tu alma, porque una de las formas fundamentales en las que los pastores pastorean la Iglesia es a través de la instrucción pública.

Cuando un creyente se ausenta del culto de adoración, ¿qué está haciendo esta persona? Está desatendiendo a la convocación de Dios, y está menospreciando la exposición de la Palabra que con cuidado y esmero el pastor preparó para alimentar el rebaño.
Ese pastor dedicó muchas horas de la semana a orar y estudiar y prepararse para exponer las Escrituras; el Espíritu Santo le asistió en su preparación para que la Iglesia fuese edificada; pero un miembro decidió ausentarse, y toda esa preparación fue en vano para él.
Considera, entonces, cuán serio es ausentarse de uno de los cultos de adoración sin una causa que lo justifique. Eso no solo es terrible para la vida espiritual de uno que profesa ser cristiano, eso es una afrenta contra Dios mismo.

© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo.

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