Esto lo hace de dos maneras:
Es una obra vana buscar apoyo en algún otro remedio que no sea el Espíritu Santo
Muchos remedios han sido sugeridos, algunos de los cuales son bien conocidos, pero no han ayudado a nadie. Los católicos «más religiosos» se ocupan de medios equivocados para mortificar el pecado. Pero este deseo de mortificar el pecado se manifiesta a sí mismo por el vestir hábitos religiosos, hacer votos, pertenecer a Órdenes religiosas, por ayunos, penitencias, etc. Supuestamente, todas estas cosas sirven para mortificar el pecado, pero en realidad no lo hacen.
Desafortunadamente, tales ideas acerca de la mortificación del pecado no están limitadas solo a la Iglesia Católica Romana. Hay muchos así llamados «protestantes», quienes deberían saber más, pues tienen la ventaja de tener un entendimiento más claro del evangelio, pero no se comportan mejor que los católicos romanos. Estos se dedican a sí mismos a guardar la letra de la ley de Dios, de una manera que los conduce solamente a enorgullecerse, pero en realidad no dependen en ninguna manera de Cristo y de su Espíritu. Tales supuestos medios para la mortificación del pecado, manifiestan una ignorancia bien arraigada del poder divino y del misterio del evangelio.
Hay dos razones principales por las cuales estos esfuerzos por parte de los católicos y muchos de los así llamados protestantes, fallan y no mortifican verdaderamente ningún pecado:
1. Primero, porque muchos de los medios y formas en que ellos insisten, nunca fueron dados por Dios para ese propósito. No hay ningún medio o forma que pueda lograr una meta particular, a menos que haya sido designado por Dios con ese propósito. Respecto a la vestimenta de hábitos, los votos, las penitencias y otras cosas semejantes Dios pregunta: «¿Quién demandó esto de vuestras manos?» (Isaías 1: 12), y también dice; «en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres.» (Marcos 7:7)
2. Segundo, porque no usan los medios señalados por Dios de una forma correcta, por ejemplo: La oración, el ayuno, la meditación, el velar, etc. Estos medios tienen su propio papel en esta obra, pero solamente a condición de que sean subordinados a la ayuda del Espíritu y la fe verdadera. Cuando las personas esperan tener éxito en la mortificación del pecado, simplemente en virtud de haber orado o ayunado mucho, fallan al no usar los medios divinos en la forma correcta. El apóstol Pablo comentó respecto a algunas personas, aunque en un contexto diferente, que tales personas: «siempre aprenden, y nunca pueden acabar de llegar al conocimiento de la verdad.» (2 Timoteo 3:7) En una forma semejante, muchas personas siempre están tratando de mortificar el pecado, pero realmente nunca lo hacen. En otras palabras, tienen varias maneras para suprimir al hombre natural en cuanto a su vida común, pero carecen de los medios necesarios para mortificar los deseos corruptos que hacen daño a la vina espiritual.
Este es un error general cometido por las personas que desconocen el evangelio. También es la causa de la mayoría de las supersticiones y las religiones de invención humana que existen en el mundo. ¡Cuánto daño y sufrimiento se han ocasionado a sí mismas, pensando que podrían acabar con el pecado, atacando al cuerpo físico, en vez de atacar la corrupción del viejo hombre! (Práctica que todavía existe entre algunas personas religiosas.) El autoflagelamiento y las otras clases de torturas del cuerpo no logran nada en la mortificación del pecado. (Vea Co1.2:20-23.)
Un error más sutil y más popular que tampoco tiene eficacia contra la mortificación de pecado es el siguiente: Un hombre siente el remordimiento por un pecado que le ha derrotado. De inmediato se promete a sí mismo y a Dios, que nunca volverá a cometerlo otra vez (como si el mero hecho de hacer votos y promesas pudiera mortificar su pecado.)
Entonces, por un tiempo se guarda y se vigila a sí mismo, se pone a orar mucho, etc. Pero tarde o temprano la conciencia de su culpa y el remordimiento vuelven y se apoderan de él. Si consideramos la verdadera naturaleza de la obra necesaria para mortificar el pecado, entonces será obvio que ningún esfuerzo humano por muy grande que fuera, puede lograrlo. Esto nos conduce al segundo punto:
La mortificación del pecado es la obra del Espíritu Santo.
¿Por qué decimos esto? Por dos razones:
1. Dios ha prometido en su palabra dar el Espíritu Santo para hacer esta obra. Quitar el corazón de piedra (es decir, el corazón rebelde, obstinado e incrédulo), es en general, esta obra de la mortificación del pecado que estamos considerando. Tenemos la promesa de que el Espíritu Santo hará su obra. «Os daré corazón nuevo… y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra… Y pondré dentro de vosotros mi espíritu…» (Ezequiel 36:26-27)
2. Toda mortificación del pecado nos viene como un Don de Cristo, y todos los dones de Cristo nos vienen por el Espíritu de Cristo. Sin Cristo, nada podemos hacer. (Juan 15:5) Cristo nos concede la mortificación de nuestro pecado. El ha sido exaltado como Príncipe y Salvador para darnos el arrepentimiento (Hech.5:31), y nuestra mortificación del pecado es una parte no pequeña de ese arrepentimiento. ¿Cómo hace esto Cristo? Habiendo recibido la promesa del Espíritu, lo derrama para este propósito
Dos cuestiones importantes para finalizar:
a. Primero ¿Cómo mortifica el Espíritu al Pecado? En temimos generales, el Espíritu Santo realiza esto de tres maneras:
i. El hace que nuestros corazones sobreabunden con la gracia y produce los frutos que se oponen a la naturaleza pecaminosa, no solo en su raíz sino también en raíz sino también en sus ramas. En Gálatas 5 Pablo contrasta “las obras (frutos) de la carne” con «los frutos del Espíritu». Si el fruto del Espíritu florece en una persona, entonces la naturaleza pecaminosa no puede florecer al mismo tiempo. ¿Por qué es así? Pablo contesta, “estos se oponen entre si” (Gálatas 5:17) Es decir, la naturaleza pecaminosa y los frutos del Espíritu se oponen entre sí, de tal modo que los dos no pueden florecer al mis-mo tiempo en la misma persona. Esta renovación del Espíritu Santo (vea Tito 3:5) es un medio principal para la mortificación del pecado, El Espíritu es la causa de que prosperemos y abundemos en las gracias que son contrarias y destructivas para las obras de la carne y los remanentes mismos del pecado.
ii. El Espíritu tiene un efecto dramático sobre la raíz y los hábitos del pecado; debilitándolos, destruyéndoles, y quitándolos. Por esta razón él es llamado el Espíritu de juicio y de fuego (Isa.4:4). El Espíritu realmente destruye y consume nuestros deseos pecaminosos. Esto lo hace al principio, quitando el corazón de piedra con su poder omnipotente (en el milagro de la regeneración) y lo continua (en el proceso de la santificación) con un fuego que quema hasta la raíz de los deseos pecaminosos.
iii. El Espíritu trae la cruz de Cristo al corazón del pecador a través de la fe, y nos da comunión con Cristo a través de su muerte y sus sufrimientos.
b. Segundo, si ésta es solo la obra del Espíritu. entonces ¿Por qué es un deber al cual los creyentes son exhortados para que lo lleven a cabo? Hay por lo menos dos respuestas a esta pregunta:
i. La mortificación del pecado no es una obra exclusiva del Espíritu Santo, más de lo que las otras gracias y buenas obras lo son. El Espíritu es el autor de toda gracia y de cada buena obra, y sin embargo, es el creyente quién ejerce estas gracias hace realmente las buenas obras. «Porque Dios es el que en vosotros obra así el querer como el hacer, por su buena voluntad.» (Filipenses 2:13) «Obraste en nosotros, todas nuestras obras. «(Isa. 26:11)
ii. El Espíritu Santo no mortifica el pecado sin la obediencia y cooperación del creyente, El obra en nosotros y sobre nosotros en una forma apropiada, sin violentar nuestra naturaleza humana. El nos preserva, no anulando nuestra voluntad, ni nuestra obediencia voluntaria. El obra en nosotros y con nosotros, no contra nosotros y sin nosotros. Su ayuda es un estímulo para hacer la obra, no una razón para descuidarla. El punto que estamos enfatizando aquí es simplemente que esta obra no puede ser realizada sin la ayuda poderosa del Espíritu Santo. La tragedia es que existen personas que son extrañas al Espíritu Santo y que al tratar de mortificar el pecado en sus vidas, fracasan. Ellos pelean sin obtener la victoria, luchan sin ninguna esperanza de paz y permanecen en la esclavitud del pecado toda su vida.
Extracto del libro: la mortificación del pecado, por John Owen