En BOLETÍN SEMANAL

Una palabra ahora sobre la aplicación transferida. Con esto nos referimos a darle un sentido literal a un lenguaje que es figurativo, o viceversa. Así, cada vez que el escritor deba transitar por gélidas carreteras, no dudará en literalizar la oración, “Sosténme, y seré salvo…” (Sal 119:117). “En paz me acostaré, y asimismo dormiré; Porque solo tú, Jehová, me haces vivir confiado” (Sal 4:8), es para tomarlo en su más amplia expresión, y considerarlo tanto para el reposo del cuerpo bajo la protección de la Providencia, y para el reposo del alma con la seguridad de la gracia protectora de Dios. En II Corintios 8:14, Pablo insiste en que debería haber igualdad mediante la ofrenda, o una justa redistribución de cargas, en la colecta que se estaba realizando en favor de los santos afligidos en Jerusalén. Dicha apelación fue respaldada con: “como está escrito: El que recogió mucho, no tuvo más, y el que poco, no tuvo menos.” Es una referencia al maná recogido por los Israelitas (Éxodo 16:18): aquellos que recogieron en mayor cantidad tuvieron más para darle al anciano y al débil; así, los cristianos ricos deben usar sus excedentes a fin de proveer para los pobres del rebaño. Pero ha de ser necesario tener mucho cuidado para que no entremos en conflicto (choquemos) con la Analogía de la Fe: así, “y la casa de Saúl se iba debilitando” (II Sam 3:1), ciertamente no significa que “la carne” se vuelve débil a medida que el cristiano crece en gracia, porque la experiencia cristiana universal testifica de que el pecado que mora en nosotros ruge tan vigorosamente al final como al principio.

Un breve comentario sobre la aplicación doble. Mientras que los predicadores deben estar siempre alerta de no tomar el pan de los hijos y arrojarlo a los perros (Mat 15:26), aplicándole a los incrédulos las promesas que no les son dadas a, o declaraciones referidas a los santos; por el otro lado, necesitan recordarle a los creyentes la fuerza continua de las Escrituras y su actual adecuación a sus casos. Por ejemplo, la graciosa invitación de Cristo, “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mat 11:28), y “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba” (Juan 7:37), no debe limitarse a nuestro primer acercamiento al Señor como pecadores perdidos, sino que como 1 Pedro 2:4 dice, “acercándoos a él…” – en tiempo presente. Nótese también que en Mateo 4:5 dice “lloran,” y no “han llorado,” y “tienen hambre” en el versículo 6. De manera semejante, las palabras auto-humillante, “Porque ¿quién te distingue?” (I Cor 4:7), hoy [debería entenderse como]: primero, de los incrédulos; segundo, de lo que éramos antes del nuevo nacimiento; y tercero, de otros cristianos con menor gracia y dones. ¿Por qué? Porque servimos a un Dios soberano, y por lo tanto no tienes nada de que presumir ni motivo alguno para jactarte. 

Unas palabras ahora sobre la aplicación del Espíritu de la Palabra al corazón, y nuestro cometido quedará completo. Esto es descrito en un versículo como, “pues nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre” (I Tes 1:5). Eso es mucho más que tan solo tener la mente informada o las emociones conmovidas, y algo radicalmente distinto a quedar profundamente impresionado por la oratoria del predicador, sinceridad, etc. Es porque la predicación del evangelio ha de ir acompañada por la operación sobrenatural del Espíritu, y la eficaz gracia de Dios, para que las almas sean divinamente vivificadas, convencidas, convertidas, y libertas del dominio del pecado y de Satanás. Cuando la Palabra es aplicada a una persona por el Espíritu, actúa como una espada de dos filos penetrando en su hombre interior, horadando, hiriendo, matando a su autocomplacencia y a su justicia propia (fariseísmo) (Hebreos 4:12-13) – como sucedió en el caso de Saulo de Tarso (Rom 7:9-10). Esta es la “demostración del Espíritu” (I Co 2:21), el cual le da prueba de la verdad mediante los efectos producidos en el individuo al que se aplica para salvación, tan así que tiene “plena certidumbre” – i.e., él sabe que es la Palabra de Dios a causa del cambio radical y permanente obrado en él.

Ahora bien, el hijo de Dios está diariamente necesitado de esta obra de gracia del Espíritu Santo: para hacer obrar “eficazmente” a la Palabra (1 Tes 2:13) dentro de su alma y regular verdaderamente su vida, a fin de que agradecidamente pueda reconocer, “Nunca jamás me olvidaré de tus mandamientos [preceptos], porque con ellos me has vivificado” (Sal 119:93). Es su deber y privilegio orar por tal vivificación (versículos 25, 37, 40, 88, 107, 149, etc.). Es una petición ferviente para que pueda ser “renovado de día en día” en el hombre interior (II Cor 4:16), para que pueda ser “fortalecido con poder en el hombre interior por Su Espíritu” (Ef 3:16), para que sea reavivado y animado para andar por el sendero de los mandamientos de Dios (Sal 119:35). Es una petición sincera que su corazón pueda estar sobrecogido por un sentido continuo de la majestad de Dios, y derretido por una percepción de Su bondad, para que pueda ver la luz en la luz de Dios, percibiendo (reconociendo) el mal en las cosas prohibidas y la bendición de las cosas ordenadas (las ordenanzas). “Vivifícame” es una plegaria por gracia vitalizante, que pueda ser provechosamente enseñado (Isa 48:17), para el incremento de su fe, el fortalecimiento de sus expectativas, el ardor de su celo. Es equivalente a, “atráeme; en pos de ti correremos” (Cantares 1:4).

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Extracto del libro: “La aplicación de las Escrituras”,  de A.W. Pink

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