En BOLETÍN SEMANAL
​Pobres de espíritu: a la mayoría de los comentaristas católicos y sus imitadores en la Iglesia Anglicana les gusta interpretar este texto en el sentido de pobreza. Lo consideran como la autoridad bíblica en la que se basa la pobreza voluntaria. Su santo patrón es Francisco de Asís; Es la interpretación 'católica' típica. Pero esto violenta a las Escrituras. No se está refiriendo al que es pobre en contraposición al que es rico, sino al que es POBRE DE ESPIRITU y aquí entramos todos.

  Entramos ahora en el estudio de la primera de las Bienaventuranzas, ‘Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.’ Como indiqué en el estudio precedente, no sorprende que sea ésta la primera, porque obviamente es, como veremos, la clave de todo lo que sigue. En estas Bienaventuranzas hay, sin lugar a dudas, un orden bien definido. Nuestro Señor no las pronunció en el orden en que están al azar o por casualidad; hay en ellas lo que podríamos llamar una secuencia espiritual lógica. Esta primera Bienaventuranza debe necesariamente ser la primera simplemente porque sin ella no hay acceso al reino de los cielos, o al reino de Dios. No hay nadie en el reino de Dios que no sea pobre en espíritu. Es la característica fundamental del cristiano y del ciudadano del reino de los cielos, y todas las otras características son en un sentido la consecuencia de esta. Al explicarla veremos que significa un vacío en tanto que las otras son una manifestación de plenitud.

No podemos ser llenados hasta que no estemos vacíos. No se puede llenar con vino nuevo una vasija que todavía conserva algo de vino viejo, hasta que el vino viejo haya sido derramado. Esta, pues, es una de esas afirmaciones que nos recuerdan que tiene que haber un vacío antes de que algo se pueda llenar. Siempre hay estos dos aspectos en el evangelio; hay un derribar y un levantar. Recuerden las palabras del anciano Simeón respecto a nuestro Señor y Salvador cuando lo sostuvo en brazos. Dijo, ‘Este está puesto para caída y levantamiento de muchos.’ La caída está antes que el levantamiento. Es parte esencial del evangelio que antes de la conversión debe haber la convicción; el evangelio de Cristo condena antes de liberar. Esto es algo muy fundamental. Si prefieren que lo diga en una forma más teológica y doctrinal, diría que no hay afirmación más perfecta de la doctrina de la justificación por fe que esta Bienaventuranza: ‘Bienaventurados son los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.’ Bien pues, este es el fundamento de todo lo demás.

Pero no sólo esto. Es obviamente una prueba muy a fondo para cada uno de nosotros, no sólo al enfrentarnos con nosotros mismos, sino sobre todo cuando nos enfrentamos con el mensaje completo del Sermón del Monte. El caso es que condena de inmediato cualquier idea del Sermón del Monte que lo vea como algo que ustedes y yo podemos hacer por nosotros mismos, algo que ustedes y yo podemos llevar a cabo.

Niega esto desde el primer instante. Al comienzo mismo encontramos una condenación tan obvia de todos esos puntos de vista que vimos antes, que lo consideran como una ley nueva o como algo que introduce un reino entre los hombres. Ahora ya no se oyen tanto estas ideas, pero siguen existiendo y fueron muy populares a comienzos de siglo.

Se hablaba entonces de ‘introducir el reino,’ y siempre se utilizaba como texto el Sermón del Monte. Consideraban que el Sermón era algo que podía ponerse en práctica. Hay que predicarlo y luego los hombres pasan de inmediato a ponerlo en práctica. Pero esta idea no sólo es peligrosa sino que es una negación absoluta del Sermón mismo, el cual comienza con esta proposición fundamental de ser ‘pobres en espíritu’. El Sermón del Monte, en otras palabras, viene a decirnos, ‘Hay una montaña que tienen que escalar, a cuya cima tienen que ascender; y lo primero que tienen que tener en cuenta al contemplar esa montaña que se les dice que escalen, es que no pueden conseguirlo, que son completamente incapaces de ello por sí mismos, y que cualquier intento de conseguirlo con sus propias fuerzas es prueba positiva de que no lo entendieron.’ Desde el primer momento condena el punto de vista que lo considera como un programa de acción que el hombre ha de poner en práctica de inmediato.

Antes de pasar a hablar del mismo desde lo que podríamos llamar una perspectiva espiritual, hay un punto que hay que considerar respecto a la traducción de este versículo. Hay quienes dicen que deberíamos leerlo en la siguiente forma:
‘Bienaventurados en espíritu son los pobres.’ Alegan en sostén de tal versión el pasaje paralelo de Lucas 6:20, donde se lee ‘Bienaventurados vosotros los pobres’ sin mención ninguna de ‘pobres en espíritu’. Lo consideran por ello como un encomio de la pobreza. Pero esta idea es completamente errónea. La Biblia nunca enseña que la pobreza sea algo bueno. El pobre no está más cerca del reino de los cielos que el rico, si se piensa en ambos en el terreno natural. No hay mérito ni ventaja ninguna en ser pobre. La pobreza no garantiza la espiritualidad. Sin duda, pues, que el pasaje no puede significar eso. Y si se considera todo el pasaje de Lucas 6, me parece que está bien claro que nuestro Señor también ahí habló de ‘pobres’ en el sentido de ‘no estar poseídos por el espíritu mundano,’ pobres en el sentido, si quieren, de no confiar en las riquezas. Esto es lo que se condena, el confiar en las riquezas como tales. Y obviamente hay muchos pobres que confían tanto en las riquezas como los ricos.

Dicen, ‘Si tuviera esto y aquello,’ y envidian a los que lo tienen. Si sienten así, pues, no son bienaventurados. Por esto no puede ser la pobreza como tal. He querido subrayar este punto porque a la mayoría de los comentaristas católicos y sus imitadores en la Iglesia Anglicana les gusta interpretar este versículo en este sentido. Lo consideran como la autoridad bíblica en la que se basa la pobreza voluntaria. Su santo patrón es Francisco de Asís; a él y a quienes son como él, los consideran como a los únicos que se conforman a esta Bienaventuranza. Dicen que se refiere a los que han abrazado voluntariamente la pobreza. El ya difunto Obispo Gore en su libro acerca del Sermón del Monte enseña esto con toda Caridad. Es la interpretación ‘católica’ típica de esta afirmación concreta. Pero es obvio, por las razones expuestas, que violenta a las Escrituras.

A lo que nuestro Señor se refiere es al espíritu; es la pobreza de espíritu. En otras palabras, es en última instancia la actitud del hombre para consigo mismo. Esto es lo que importa, no el que sea rico o pobre. En esto tenemos una ilustración perfecta de uno de esos principios generales que dejamos establecidos antes, cuando dijimos que estas Bienaventuranzas indican con una claridad única la diferencia total y esencial entre el hombre natural y el cristiano Vimos que hay una división bien clara entre estos dos reinos, el reino de Dios y el reino de este mundo, el hombre cristiano y el hombre natural— una distinción y división completas y absolutas. Pues bien, no hay quizá afirmación que subraye y ponga de relieve esa diferencia mejor que este ‘Bienaventurados los pobres en espíritu’ Permítanme mostrarles el contraste. Se trata de algo que no solamente el mundo no admira; lo desprecia. No es posible encontrar una antítesis mayor al espíritu y visión mundanos que la que hallamos en este versículo. ¡Cuánto insiste el mundo en la creencia en la dependencia de uno mismo, en la confianza en uno mismo! Su literatura no dice otra cosa. Si se quiere prosperar en este mundo, afirma, hay que creer en uno mismo. Esta idea domina por completo la vida de los hombres de nuestro tiempo. En realidad diría incluso que domina la vida toda a excepción del mensaje cristiano. ¿Cuál es, por ejemplo, la esencia del arte de vender según las ideas modernas? Es dar la impresión de confianza y seguridad. Si se quiere impresionar al cliente esta es la forma de conseguirlo. La misma idea prevalece y se pone en práctica en los demás campos de actividad. Si se quiere tener éxito en una profesión, lo importante es dar la impresión de ser una persona de éxito, de modo que se dé a entender que uno es una persona de más éxito que lo que en realidad se es, y la gente diga, ‘Este es el tipo de persona al que hay que acudir.’ Este es el principio que rige la vida actual — creer en sí mismo, darse cuenta de la fuerza innata que hay en uno y hacer que todo el mundo lo vea. Confianza en sí mismo, seguridad, depender de sí mismo. Como consecuencia de esto los hombres creen que si viven según esta convicción pueden introducir el reino; en esto se basa la Asunción fatal de que sólo con leyes aprobadas por la Cámara de Diputados se puede producir una sociedad perfecta. Por todas partes vemos esta trágica confianza en el poder de la educación y de la ciencia como tales para salvar al hombre, para transformarlo y convertirlo en ser humano honesto.

Ahora bien, en este versículo se nos presenta algo que está en contraste total y absoluto con esto, y es lamentable ver cómo la gente considera esta clase de afirmación. Hace ya siglos alguien criticó el famoso himno de Carlos Wesley, ‘Jesús, Lover of my soul.’ ‘¿A quién se le ocurriría, si quiere conseguir un trabajo o puesto, ir a ver al empresario para decirle, «Soy malvado y lleno de pecado»? ¡Es ridículo!’ Y por desgracia dijo esto en nombre de lo que consideraba como cristianismo. Creo que ven qué malentendido tan completo de esta primera Bienaventuranza revelan estas palabras. Como les explicaré a continuación, no se trata de hombres que reconocen lo que son unos frente a otros, sino de hombres que se presentan ante Dios. Y si alguien siente en la presencia de Dios algo que no sea una absoluta pobreza de espíritu, en último término quiere decir que nunca ha estado uno frente a El. Este es el significado de esta Bienaventuranza.

Pero ni siquiera en la Iglesia de hoy tiene muy buen nombre esta Bienaventuranza. Esto tenía presente cuando lamenté antes el contraste sorprendente y obvio entre la Iglesia de hoy y la de épocas pasadas, sobre todo en la época puritana. Nada hay tan no cristiano en la Iglesia de hoy como este hablar necio acerca de la ‘personalidad.’ ¿Se han dado cuenta de esto, de esta tendencia a hablar acerca de la ‘personalidad’ por parte de los oradores y a emplear expresiones como ‘Qué personalidad tan estupenda tiene este hombre’? A propósito, es lamentable ver la forma en que los que así hablan tienen de definir la personalidad. Suele ser algo puramente carnal, una cuestión de apariencia física.

Pero, y esto es todavía más grave, esta actitud se suele basar en una confusión entre confianza en sí mismo, seguridad en sí mismo por una parte, y la verdadera personalidad por otra. De hecho, a veces he notado una cierta tendencia de incluso no valorar lo que la Biblia considera como la virtud mayor, a saber, la humildad. He oído a miembros de una comisión hablar de cierto candidato y decir, ‘Sí, muy bien; pero como que le falta personalidad,’ cuando mi opinión de ese candidato era que era humilde.

Existe la tendencia a valorar cierta agresividad y seguridad en sí mismo, y a justificar que uno se sirva de su personalidad para tratar de imponerla. La propaganda que se emplea cada vez más en la obra cristiana pone bien claramente de manifiesto esta tendencia. Cuando uno lee relatos de las actividades de los mayores obreros cristianos de otros tiempos, evangelistas u otros, uno se da cuenta de lo discretos que eran. Pero hoy día, estamos viendo algo que es la antítesis más completa de esto. Se emplean con profusión anuncios y fotografías.

¿Qué quiere decir esto? ‘No nos predicamos a nosotros mismos,’ dice Pablo, ‘sino a Jesucristo como a Señor.’ Cuando fue a Corinto, nos dice, fue ‘con debilidad, y mucho temor y temblor.’ No subió al pulpito con confianza y seguridad en sí mismo para dar la impresión de una gran personalidad. Antes bien, la gente decía de él, Su ‘presencia corporal (es) débil, y la palabra menospreciable.’ Cuánto nos apartamos de la verdad y pautas de las Escrituras. ¡Qué pena! Cómo permite la Iglesia que el mundo y sus métodos influyan y rijan sus ideas y vida. Ser ‘pobres en espíritu’ ya no es bien visto ni siquiera en la Iglesia como lo fue en otro tiempo y como siempre debería serlo. Los cristianos deben reflexionar en estos problemas. No aceptemos las cosas por su apariencia; evitemos sobre todo que la psicología del mundo se apodere de nosotros; y caigamos en la cuenta desde el primer momento de que estamos hablando de un reino completamente distinto de todo lo que pertenece a este mundo corrupto.

Tratemos ahora de este tema en una forma más positiva. ¿Qué significa ser pobre en espíritu? Permítanme una vez más decirles lo que no es. Ser ‘pobres en espíritu’ no quiere decir que deberíamos ser desconfiados o nerviosos, ni tampoco significa que deberíamos ser tímidos, débiles o flojos. Hay ciertas personas, es cierto, que, en reacción contra esta seguridad en sí mismos que el mundo y la Iglesia describen como ‘personalidad’, creen que significa precisamente eso. Todos hemos conocido personas que son naturalmente discretas y quienes, lejos de imponer su presencia, siempre se quedan en segundo término. Son así de nacimiento y quizá sean también naturalmente débiles, tímidos y sin valor. Antes pusimos de relieve el hecho de que ninguna de estas cosas que se indican en las Bienaventuranzas son cualidades naturales. Ser ‘pobres en espíritu,’ por tanto, no significa que uno nazca así. Descartemos de una vez por todas esa idea.

Extracto del libro: El Sermón del Monte, del Dr. Martin Lloyd-Jones

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