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Cuando la armadura divina que cubre tu alma está oxidada por el desuso, en lugar de haberse manchado por el pecado voluntario, sigue las instrucciones de Dios para reforzar la gracia. Si un fuego se apaga por falta de leña, la única solución es ponerle más. Igual pasa con la virtud: si disminuye por abandono de los deberes cristianos, hay que restaurar aquellos deberes que la inflamaron en un principio. Te encargo cuatro deberes principales:

1) Lee la Biblia.

Tal vez dirás: “¡Pero si leo la Palabra!”.
Pues, entonces, léela más. La Palabra te muestra un retrato perfecto del objeto de tu afecto; esto es, de Cristo. Igual que el corazón del joven salta al ver a su amada, tus dones espirituales cobran vida al mirar a Cristo, quien te amó y dio su vida por ti. A la vez, cuando consideras el precio que Cristo pagó por tus pecados, ello debería causarte una pena santa y un odio al pecado.

2) Medita.

La meditación es para la virtud como el fuelle para el fuego: aviva el alma cansada con nuevos pensamientos de Dios. Mientras meditas, un fuego santo arderá en tu corazón. Decídete a dedicar tiempo cada día a pensar en lo que ha pasado entre Dios y tú.

Primero piensa en las misericordias que has recibido del Señor. No seas como Pilato, que planteó una pregunta sin esperar respuesta (Jn. 18:38). Quédate hasta recibir un informe completo del trato de Dios contigo, y encontrarás que el recuerdo de las misericordias nuevas y antiguas inunda tu alma. Meditar frecuentemente en la magnitud de la bondad divina nos enseña a regocijarnos hasta en la prueba, porque el poco mal que nos toca se ahoga en el mar de la abundante misericordia de Dios hacia nosotros.

Y segundo, reflexiona acerca de ti mismo y tu comportamiento. ¿Cómo ha sido este para con Dios y los demás a lo largo del día? Pregúntate: “¿Alma, dónde has estado? ¿Qué has hecho para Dios, y de qué manera?”. En ese análisis no te excuses ni te compadezcas, porque al final Dios te juzgará con toda justicia.

3) Ora.

Un alma sumida en la meditación va camino de la oración. Los dos deberes se unen para llevar al alma a la estrecha comunión con Dios. La meditación coloca la leña, pero la chispa que la enciende viene de lo alto, traída por la oración. ¿Cómo arderá tu alma con el amor de Dios si nunca te acercas lo bastante para captar esa chispa divina? Igual que con tu amor así pasa con tu fe, tu gozo, tu paciencia y todas las demás virtudes.

Los astrónomos dicen que los planetas ejercen mayor influencia cuando están en conjunción con el sol. En lo espiritual, las virtudes del cristiano funcionan con mayor perfección cuando se alinean con la oración, porque así entran en comunión estrecha con Dios. A menudo, en los Salmos (p. ej. en el Salmo 56), vemos una nube negra en el alma de David cuando este comienza a orar. Pero antes de que termine de hablar con el Padre, ¡su alma ha alcanzado nuevas alturas de fe y grandes cotas de alabanza!

4) Busca la compañía de otros cristianos.

No nos sorprende oír que una casa ha sido saqueada si estaba a varios kilómetros de su vecino más cercano. Cuando guardas las distancias con los cristianos, Satanás te puede sabotear fácilmente. Pero si andas en compañía, tienes la protección añadida de sus virtudes, que te rodean y sirven en la prueba. El apóstol unce dos deberes al mismo arado: “Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza […]. Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos” (Heb. 10:23-25). Cuando dejas la comunión de los santos, te acercas peligrosamente a la apostasía. No olvides lo que le pasó a Demas. Pablo dijo de él: “Demas me ha desamparado, amando este mundo” (2 Tim. 4:10).

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Extracto del libro: “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall

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