En BOLETÍN SEMANAL

Sería vano y de ningún provecho hacer a Dios Creador por un poco de tiempo, como si de una vez para siempre hubiera terminado su obra. Es necesario que nos diferenciemos de los paganos y de los que no tienen religión alguna, principalmente en considerar el poder de Dios no menos presente en el curso perpetuo y en el estado del mundo, que en su primer origen y principio. Pues, aunque el entendimiento de los impíos se ve forzado a elevarse a su Creador solamente por el hecho de contemplar el cielo y la tierra, sin embargo, la fe tiene una manera particular de ver, en virtud de la cual atribuye a Dios la gloria de ser Creador de todo. Es lo que quiere decir el texto ya citado del Apóstol, que sólo por la fe entendemos que ha sido constituido el universo por la Palabra de Dios (Heb. 11:3), porque si no penetramos hasta su providencia, no podremos entender qué quiere decir que Dios es Creador, por más que nos parezca comprenderlo con la inteligencia y lo confesemos de palabra. El pensamiento natural, después de considerar en la creación el poder de Dios, se para allí; y cuando más penetra, no pasa de considerar y advertir la sabiduría, poder y bondad del Creador, que se muestran a la vista en la obra del mundo, aunque no queramos verlo; después concibe una especie de operación general en Dios para conservarlo y mantenerlo todo en pie, y de la cual depende la fuerza del movimiento; finalmente, piensa que la fuerza que Dios les dio al principio en su creación primera basta para conservar todas las cosas en su ser.

Pero la fe ha de penetrar mucho más adelante: debe reconocer por gobernador y moderador perpetuo al que confesó como creador de todas las cosas; y esto, no solamente porque Él mueve la máquina del mundo y cada una de sus partes con un movimiento universal, sino también porque tiene cuidado, mantiene y conserva con una providencia particular todo cuanto creó, hasta el más pequeño pajarito del mundo.

Por esta causa David, después de haber narrado en resumen cómo creó Dios el mundo, comienza después a exponer el perpetuo orden de la providencia de Dios: «Por la palabra de Jehová», dice “fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca» (Sal. 33:6); y luego añade: «Desde los cielos miró Jehová; vio a todos los hijos de los hombres» (Sal. 33:13), y todo lo que sigue referente a esto. Porque, aunque no todos razonen con la propiedad que sería de desear, sin embargo, como sería increíble que Dios se preocupase de lo que hacen los hombres si no fuese creador del mundo, y nadie de veras cree que Dios haya creado el mundo sin estar convencido de que se preocupa de sus obras, no sin razón David, con muy buen orden pasa de lo uno a lo otro.

Incluso los filósofos enseñan en general que todas las partes del mundo tienen su fuerza de una secreta inspiración de Dios, y nuestro entendimiento lo comprende así; sin embargo, ninguno de ellos subió tan alto como David, el cual hace subir consigo a todos los fieles, diciendo: «Todas las cosas esperan en ti, para que les des su comida a su tiempo. Les das, recogen; abres tu mano, se sacian de bien. Escondes tu rostro, se turban; les quitas el hálito, dejan de ser y vuelven al polvo. Envías tu Espíritu, son creados, y renuevas la faz de la tierra- (Sal. 104:27-30).

Asimismo, aunque los filósofos estén de acuerdo con lo que dice san Pablo, que «en él vivimos, y nos movemos, y somos» (Hch. 17:28), con todo están muy lejos de sentirse tocados en lo vivo del sentimiento de su gracia, cual la predica san Pablo; y la causa es, que ellos no gustan de aquel cuidado particular que Dios tiene de nosotros, con lo cual manifiesta el paterno favor con que nos trata.


Extracto del libro: “Institución de la Religión Cristiana”, de Juan Calvino

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