​​El Espíritu Santo glorifica a Cristo cuando nos enseña sobre Él en las Escrituras. El Nuevo Testamento nos dice que el Espíritu Santo ya hacía esto antes de la Encarnación de Cristo, por medio de la inspiración del Antiguo Testamento. Pero su obra no acabó allí. El Nuevo Testamento registra lo que Cristo hizo y nos explica su significado.

Esto tenía tal peso sobre la tarea de los discípulos que está resaltado en la última conversación que Cristo mantuvo con ellos. Allí les dice: «Cuando venga el Consolador, …Él dará testimonio acerca de mí» (Jn. 15:26). Y, «Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis entender. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda verdad» (Jn 16:12-13).

Los discípulos sabían, sin duda, que en el período del Antiguo Testamento el Espíritu había descendido sobre algunos profetas, reyes y otros líderes para hablar por su mediación. Ellos podrían hasta haber comprendido que el mensaje central del Antiguo Testamento fue la promesa de Dios de enviar un Redentor.

Pero ahora se les dice que el mismo Espíritu Santo va a venir sobre ellos —todavía más, estar en ellos— para que nada sobre la obra y las enseñanzas de Cristo, necesarias para nuestra salvación y el crecimiento de la iglesia, se pierda. ¿Cómo fue posible que estas personas, la mayoría pescadores sin ninguna formación, fueran los agentes por los que nos llegó el Nuevo Testamento? ¿Cómo podemos confiar en el registro que ellos hicieron sobre la vida y la enseñanza de Jesús? Pueden haber realizado registros incorrectos. Pueden haber mezclado la verdad con el error. La respuesta a estas especulaciones es que no cometieron ningún error porque el Espíritu Santo los guió y no permitió que cometieran ninguna equivocación. Algunos de los acontecimientos y enseñanzas registradas fueron vistas y escuchadas por ellos mismos. Otros asuntos les fueron revelados por primera vez con posterioridad. En ambos casos fueron guiados por el Espíritu Santo. En realidad, esto era tan cierto en su caso como en el caso de los autores del Antiguo Testamento. Como lo expresó Pedro, «porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo» (2 P. 1:21).

Al hacer esta obra el Espíritu Santo glorificó a Cristo con creces. El Espíritu preparó la venida de Cristo mediante la inspiración del Antiguo Testamento (el Antiguo Testamento le decía al pueblo lo que tenían que esperar y cuándo tenían que esperarlo). Luego conservó la historia sobre su venida y dio la única interpretación infalible de ella mediante la inspiración de los libros del Nuevo Testamento. Estos versículos no sólo nos hablan sobre la venida de una nueva revelación; también nos están exponiendo la naturaleza tripartita de esta revelación.

Por eso vemos que la revelación es histórica.

En Juan 16:13 Jesús dice sobre el Espíritu Santo: «él os guiará [a los discípulos] a toda verdad». O sea, los guiaría a toda verdad respecto a Jesús. En Juan 14:26 el elemento histórico es todavía más claro: «él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho». Es posible que con el tiempo los discípulos se olvidaran de algunas cosas que acontecieron, pero el Espíritu Santo se encargaría de recordarles los acontecimientos históricos vinculados a la vida, la muerte y la resurrección de Jesucristo. El registro de estos acontecimientos lo encontramos en los evangelios —Mateo, Marcos, Lucas, Juan— y también en el libro de los Hechos.

La naturaleza histórica del cristianismo es la que lo diferencia de otras religiones, mitologías y filosofías. Estas conciben a la religión principalmente como un patrón de ideas y a la salvación como el aprendizaje de determinadas cosas o el cumplir con determinadas acciones. El cristianismo tiene ideas, esto es cierto; pero las ideas están basadas sobre lo que Dios ha hecho, y esto es determinante.

La base histórica también diferencia al cristianismo de la perspectiva evolutiva de la religión, la perspectiva según la cual hace miles de años los seres humanos tenían ideas primitivas sobre Dios, ideas que se fueron desarrollando en la medida que su conocimiento se incrementaba, y que sus escritos sobre Dios muestran este desarrollo.   Hoy podemos dejar de lado lo que consideramos que no son conceptos dignos de Dios y añadimos otros que consideramos de más valor. Jesús, sin embargo, enseñó que lejos de ser algo desechable, la acción de Dios en la historia es la base misma de su revelación a los seres humanos. Esto lo vemos claramente en la cruz de Cristo donde Dios no enseñó simplemente una idea, hizo algo. Expió el pecado, reveló su amor y mostró su justicia.

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Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

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