Aunque la salvación es una obra exclusiva de Dios, la cual Él ha determinado desde antes de la fundación del mundo de acuerdo a su Voluntad y según su propósito, en lo que respecta a nuestra experiencia personal, el primer paso es nuestra regeneración espiritual. El nacer de nuevo es una metáfora del paso inicial en la salvación. Su uso se remonta a Jesús mismo. Jesús no buscaba enseñar la necesidad de un nuevo nacimiento literal y físico. Esto sería un contrasentido, como lo reconoció Nicodemo. «¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo?… ¿Cómo puede hacerse esto?» (Jn. 3:4,9). Lo que Jesús buscaba mostrar era la necesidad de un nuevo comienzo. Tuvimos un primer comienzo con Adán. Fue un comienzo prominente. Pero quedó arruinado por causa del pecado. Lo que necesitamos ahora es un nuevo comienzo donde «las cosas viejas pasaron» y «todas son hechas nuevas» (2 Co. 5:17). …
La primera referencia al nuevo nacimiento en el evangelio de Juan, Juan 1:12-13, nos dice todavía más. «Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios». Cada una de estas tres negativas —no de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón— es de particular importancia.
«No de sangre» significa que la regeneración no es por causa de un nacimiento físico. Para algunas personas, quiénes son sus antepasados puede ser muy importante. En los días de Jesús había miles de judíos que creían que estaban bien con Dios porque eran descendientes de Abraham (Jn. 8:33). Eran como Pablo, orgullosos de haber sido «circuncidado(s) al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos» (Fil. 3:5). Abraham había recibido promesas de Dios de que estaría con él y sus descendientes espirituales para siempre. Por esta razón los judíos creían que habían sido hechos justos porque descendían de Abraham físicamente. Pero Jesús señaló que Dios estaba interesado en una relación espiritual y que sus acciones estaban en realidad demostrando que eran hijos del demonio (Jn. 8:44). De la misma manera, hay muchas personas hoy en día que creen que están bien con Dios simplemente porque sus padres son cristianos y viven en una comunidad llamada cristiana. Sin embargo, el nacimiento físico no salva a nadie.
«Ni de voluntad de carne» es más difícil de interpretar. San Agustín, que tomó la frase «no de sangre» como refiriéndose al nacimiento humano (como yo también lo he hecho), tomó la frase «ni de voluntad de carne» como refiriéndose a la participación de la mujer en la reproducción y la frase «ni de voluntad de varón» como refiriéndose a la participación del hombre. Lutero refirió «la voluntad de la carne» a un acto de adopción, Frederick Godet a la imaginación sensual, Calvino al poder de la voluntad. ¿Podemos superar estas diferencias?
Es posible, si consideramos que en el Nuevo Testamento la palabra carne se refiere a nuestros apetitos naturales, y a nuestros deseos sensuales y emocionales. Podemos aproximamos a lo que Juan quiso decir si decimos que un pueblo no puede convertirse en hijos de Dios por el ejercicio de sus sentimientos o emociones.  Algunos hoy en día creen que son cristianos simplemente porque reciben una cierta clase de bienestar emocional cuando asisten a cierto tipo de culto religioso o porque son conmovidos y hasta lloran en una campaña de evangelismo. La emoción bien puede acompañar una experiencia genuina del nuevo nacimiento, pero el nuevo nacimiento no es producto de esa emoción.
La tercera frase, «ni por voluntad de varón», es más fácil de comprender. Nadie puede convertirse en un hijo de Dios por su propia voluntad. En esta vida es posible que nos abramos camino mediante nuestra determinación, pero no es posible que seamos nacidos de nuevo de la misma manera. Podemos tener muy pocos bienes de este mundo, pocos valores, una educación pobre y poca capacidad. Sin embargo, es posible trabajar duro, asistir a clases nocturnas, conseguir un trabajo mejor, y quizá, llegar a ser bastante rico. Es posible entrar en la política y llegar a ser un representante o hasta presidente. Otros nos elogiarán y presentarán nuestra historia como el fruto de la determinación conjugada con un poco de buena suerte. Pero no hay nada que nos haga ser el hijo o la hija natural de una pareja de padres si hemos nacido de otros padres. Nada nos convertirá en hijos de Dios si Dios mismo no produce el nuevo nacimiento.
La gracia de Dios es el requisito para convertirse en hijos de Dios.
Aunque nosotros debemos creer en Jesús como el Salvador divino para convertirnos en cristianos, creemos porque Dios mismo ha tomado la iniciativa de sembrar la vida divina en nosotros.  La imagen del nuevo nacimiento también contribuye para que podamos entender qué sucede cuando Dios toma la iniciativa en la salvación. Nicodemo vino a Cristo para hablar sobre la realidad espiritual, pero Jesús respondió a los comentarios de Nicodemo diciéndole que nadie puede entender, y mucho menos entrar en las realidades espirituales, si él o ella no han nacido de nuevo. La palabra que aquí se tradujo «de nuevo» es anóthen que no sólo significa «de nuevo» sino «de lo alto». Jesús le estaba diciendo a Nicodemo que antes tenía que ser el depositario de esta gracia gratuita de Dios. Nicodemo no comprendía. «¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?» Jesús le respondió: «De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios… El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu» (Jn. 3:4-5,8). Una vez que hubo identificado la fuente del nuevo nacimiento, Jesús entonces pasó a hablar sobre cómo tiene lugar la regeneración.
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Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

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