Debería ser evidente a partir de la naturaleza imperfecta del Reino de Dios, como lo vemos hoy en día, que todavía ha de venir un Reino donde el gobierno del Señor Jesucristo haya de ser plenamente reconocido. 


Un segundo hecho importante sobre el gobierno de Cristo es que también tiene una dimensión presente. Jesús comienza ejerciendo su gobierno sobre el alma de una persona, trayéndola a la fe, dirigiéndola de ahí en adelante y, luego, gobernando y dirigiendo a su iglesia para que los principios del Reino puedan ser vistos en la iglesia y de allí puedan salir y tener influencia sobre un mundo no creyente. Cuando oramos «Venga tu reino», como lo hacemos en el Padre Nuestro, tenemos en mente este reino presente (y no simplemente una futura venida). Pablo define el Reino de Dios como una realidad de tiempo presente: «porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo» (Ro. 14:17).

Desgraciadamente, algunos han extrapolado esta conciencia de la expansión del gobierno de Dios sobre su iglesia y el mundo y han hecho la presuposición errónea que como el Reino de Dios viene dondequiera que las personas creen en Cristo y responden al evangelio, el Reino inevitablemente continuará expandiéndose hasta que todo o casi todo el mundo crea. Este punto de vista fue muy popular durante el siglo XIX. Hoy, después de la realidad de dos guerras mundiales, una guerra fría, y la evidente decadencia de la influencia del cristianismo sobre el mundo occidental, ha decaído el entusiasmo de este tipo de razonamiento.

De todos modos es sorprendente que esta línea de pensamiento haya sido alguna vez aceptada. El mismo Señor había advertido sobre esto en las parábola del reino (Mt. 13), enseñando que vastas porciones del mundo nunca sería convertidas, que los hijos del diablo estarían presentes hasta el final, incluso dentro de la iglesia, que su Reino sería total sólo en los tiempos finales, y que incluso entonces sería establecido sólo por su poder y a pesar de una animosidad continua e intransigente. En ese capítulo hay siete parábolas, comenzando con la del sembrador que salió a sembrar y terminando con la historia de la red. Han sido expuestas para mostrar los últimos XIX siglos de historia de la iglesia.

La primera de las parábolas es la parábola del sembrador. Jesús dijo que un hombre salió a sembrar. Parte de la semilla cayó sobre una superficie dura donde fue rápidamente devorada por las aves; otra parte cayó sobre tierra pobre, por lo que brotó rápidamente pero fue consumida por el sol; otra parte cayó sobre malezas y espinos que la ahogaron; y otra parte cayó sobre tierra buena donde produjo a ciento, a sesenta y a treinta. Luego explicó esta parábola, mostrando que la semilla era la palabra de su Reino y que la palabra tendría  diferentes resultados sobre las vidas de quienes la escuchaban. Algunos corazones estarían tan duros que no la podrían recibir, y los cómplices del diablo rapidamente la harían desaparecer. Otros la recibirían como una novedad, como lo hicieron los atenienses en la época de Pablo, pero pronto perderían el interés en particular cuando viniera la persecución. El tercer tipo serían aquellos que permitirían que la palabra fuera ahogada por las preocupaciones mundanas y su disfrute de las riquezas. Sólo la cuarta clase serían aquellos en los que el evangelio podría tomar raíz.

La parábola significa que sólo una parte de la predicación del Reino de Dios llevará fruto. Esta parábola no permite seguir sosteniendo la idea de que la predicación del evangelio será cada vez más y más efectiva y que inevitablemente significará un triunfo total para la iglesia a medida que la historia progrese. La segunda parábola es aun más explícita para demostrar este punto. Es la historia del trigo y la cizaña. Jesús nos dice que un hombre nuevamente salió a sembrar pero que después que lo había sembrado vino el enemigo y sembró cizaña. Las dos plantas crecieron juntas, el trigo verdadero y las otras plantas que parecían trigo pero que no servían de alimento. En la narración los siervos querían arrancar la cizaña, pero el dueño les dijo que no lo hicieran ya que al arrancarla era posible que también arrancaran el trigo. En vez de arrancar la cizaña les dijo que ambas debían crecer juntas hasta el tiempo de la siega, cuando el trigo se recogería y se guardaría y la cizaña se ataría en manojos y se quemaría.

Cuando Jesús estuvo a solas con sus discípulos les explicó que el campo era el mundo, que el trigo representaba aquellas personas que le pertenecían, y que la cizaña eran los hijos del malo. Esto significa que en el mundo siempre habrá los que son los hijos verdaderos de Dios y los que son hijos del maligno. Esto será cierto a través de toda la historia de la iglesia. Además, como muchos de sus hijos se parecen tanto a los hijos que el maligno ha falsificado, nadie ha de intentar diferenciarlos y separarlos en este mundo porque algunos cristianos podrían perecer con los otros. El propósito de esta parábola es mostrar que estas condiciones insatisfactorias permanecerán hasta el fin de estos tiempos.

El propósito de las demás parábolas es semejante; es decir, mostrar que la expansión del Reino de Dios estará acompañada por la influencia del maligno y que siempre será imperfecto. Debería ser evidente a partir de la naturaleza imperfecta del Reino de Dios, como lo vemos hoy en día, que todavía ha de venir un Reino donde el gobierno del Señor Jesucristo será plenamente reconocido. Este es el tercer punto que debemos hacer sobre el gobierno de Cristo.

Cristo les dijo a sus discípulos que existiría un reino espiritual a través de todo el «tiempo de la iglesia». Pero enseñó que habría también un Reino futuro, literal. En una parábola se comparó a un hombre noble que se fue a un país lejano, para recibir un reino, y luego volver. Mientras, dejó unas minas en manos de sus siervos, encargándolos que le fueran fieles y que estuvieran prontos a rendirle cuenta cuando regresara (Lc. 19:11-27). En otra ocasión, después de su resurrección, los discípulos le preguntaron a Jesús: «Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?» (Hch. 1:6). Y él les respondió: «No os toca a vosotros saber los tiempos o las razones que el Padre puso en su sola potestad; pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría, y hasta lo último de la tierra» (vs. 7-8).

Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

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