En BOLETÍN SEMANAL

Efesios 1:5

«Habiéndonos predestinado en amor para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad.»

Efesios 1:3-14

          «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo; Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos y sin mancha delante de él: En amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia; Que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia, Dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, De reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra. En él, asimismo, tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad a fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo. En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que son las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su Gloria.»

ELECCIÓN INCONDICIONAL

Los diversos pasos del propósito electivo de Dios en las vidas humanas, se expresan en el Primer Título de la Doctrina, art. III, «para que los hombres puedan ser traídos a creer es por lo que Dios misericordiosamente envía a los mensajeros de estas alegres nuevas a quienes Él desea, y en el momento en que a Él le place; por cuyo ministerio los hombres son llamados al arrepentimiento y a la fe en Cristo crucificado.» «¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados?» (Romanos 10:14-15).

  En los primeros años del siglo XVII, el predicador holandés Jacobo Arminio, propuso un concepto no escritural de la salvación que ha afectado al pensamiento de millones de cristianos por todo el mundo. Resumiendo brevemente y del modo más simple sus puntos de vista, Arminio dijo: «Si Dios proveyó la salvación enviando a su Hijo al mundo para pagar el precio del pecado, Dios tuvo el control de la obra redentora hasta su culminación por la muerte de Cristo en la Cruz. ¡Pero entonces Dios se detuvo! A partir de ese punto Dios colocó el asunto de la salvación en las manos del hombre. La persona tiene que elegir si va a creer o no, y no hay nada que Dios pueda hacer, respecto a la decisión del hombre». Desde entonces, esta opinión que niega que Dios sea no solamente el autor sino también el consumador de nuestra salvación, ha sido llamado arminianismo.

Lo sorprendente es que alguien pueda llegar a semejante punto de vista a la vez que profesa aceptar la totalidad de la Biblia como Palabra inspirada por Dios. Pablo proporciona una excelente ilustración sobre la manera como Dios cumple la redención del hombre. Pablo llamó la atención sobre una familia del Antiguo testamento. La madre de la familia estaba a punto de dar a luz un hijo. Realmente, lo que estaba a punto de parir eran gemelos, pero ella todavía no tenía seguridad al respecto. Su gestación parece haber sido difícil. Se hallaba sufriendo tanto física como espiritualmente. Y como muchísimas madres creyentes desde entonces, la mujer puso su problema en las manos del Señor mediante la oración.

Esta madre, recibió una respuesta verbal a su oración. Dios le hizo saber que daría a luz no uno, sino dos hijos. Posteriormente, Dios declaró que el orden natural de las cosas sería revertido en las vidas de aquellos dos hijos. El mayor, que de acuerdo con el orden social de aquel tiempo debería haber sido el cabeza de familia, sería realmente un servidor del más joven. El mayor, que según la costumbre tendría que haber sido el jefe espiritual de la familia, se convertiría en un desterrado espiritual, mientras que su hermano ocuparía su lugar en la divina pauta de las cosas.

Todo esto fue revelado a la madre mientras que se hallaba embarazada y Pablo escribe: «Pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras, sino por el que llama, y se le dijo: el mayor servirá al menor. Como está escrito: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí» (Romanos 9:11-12).

Esta ilustración de Jacob y Esaú, elegida por Pablo en la Epístola a los Romanos, de la forma en que lo hace el apóstol, proporciona una excelente visión no solamente del proceso redentor, sino del tema personal de nuestra propia redención. Comencemos por preguntar: ¿Por qué fue Jacob elegido por Dios para ser contado entre los elegidos, y por qué fue Esaú rechazado? Esta pregunta nos encara con la totalidad del tema de la elección y la reprobación. ¿Por qué Dios elige a unos para la vida eterna, mientras que permite a otros que permanezcan bajo la culpa y la condenación del pecado? Pablo, proporciona la respuesta en el primer capítulo de su Epístola a los Efesios, donde escribe que los elegidos han sido «predestinados para ser adoptados hijos suyos según el puro afecto de su voluntad (la voluntad de Dios)», (v.5). Nosotros hemos sido elegidos como hijos de Dios, y le ha placido a Dios hacerlo precisamente de esa forma. Pablo, más adelante, aclara esta declaración en su Epístola a los Romanos donde cita las palabras del Señor: «Tendré misericordia…, y me compadeceré del que yo me compadezca» (9:15).

De estos y otros pasajes de la Escritura, los autores de los Cánones, formularon la definición de la elección manifestada en el Primer Título de la Doctrina, art. VII: «Esta elección es un propósito inmutable de Dios por el cual Él, antes de la fundación del mundo, de entre todo el género humano caído por su propia culpa de su primitivo estado de rectitud en el pecado y la perdición, predestinó en Cristo para salvación, por pura gracia y según el beneplácito de Su voluntad, a un cierto número de personas, no siendo mejores o más dignas que las demás, sino hallándose en igual miseria que las otras, y puso a Éste, también desde la eternidad, por Mediador y Cabeza de todos los predestinados, y por fundamento de la salvación.»

También podría preguntarse: ¿Sobre qué base lleva a cabo Dios su elección? La respuesta es: Sobre fundamentos que solamente son conocidos por Él Mismo. Una cosa es cierta, la elección no está hecha sobre la base de cualquier cosa que Dios encuentre o deje de encontrar en el hombre. Esto es precisamente lo que Pablo resalta en el caso de Jacob y Esaú, cuando escribe: «…(los niños) aún no habían nacido ni habían hecho ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por obras sino por el que llama» (Romanos 9:11).

Esto, como se reconocerá, parece contrario a mucho de lo que se enseña modernamente. No hace demasiado tiempo tuve en la mano un tratado del Evangelio. Alguien lo había dejado sobre la mesa en el hospital. En la primera página se leía: «Cómo puede usted nacer de nuevo.» En el interior se hallaban las instrucciones, mediante las cuales, presumiblemente, uno podría nacer de nuevo. Decía, en efecto, que si uno lee la Biblia, ora, se arrepiente y cree, nacerá de nuevo.

Esto es, pura y simplemente, la doctrina de las obras. Significa que uno tiene que hacer algo antes de que Dios le salve. Esto es lo que podría llamarse la salvación condicional. Se coloca delante la condición si. Si leo la Biblia, si oro, si me arrepiento, si yo creo, entonces seré salvado.

Y mientras tanto, ¿qué está haciendo Dios? Está esperando. Y lo que es peor todavía, Él espera desesperadamente. Está esperando para ver si leemos la Biblia; espera para ver si oramos, para ver si nos arrepentimos de nuestros pecados y, en fin, espera a ver si creemos. Y si yo hago tales cosas, entonces –y no antes– Él me salvará.

Pero la Palabra de Dios no enseña una salvación condicional. Por el contrario, la Palabra de Dios enseña una elección incondicional. Esto es lo que Pablo quiere decir cuando resalta que los no nacidos no habían hecho ni bien ni mal. En el vientre de la madre, los niños no han hecho absolutamente nada; con todo, Dios ya había hecho Su elección.

¿Quiere esto decir que no hay necesidad de arrepentimiento ni necesidad de la fe con objeto de ser salvados? En absoluto. Quiere decir que cuando Dios ha elegido a un hombre para salvación, el Espíritu Santo llevará la convicción de pecado al corazón del hombre, y el propio Dios pondrá una fe salvadora dentro de su corazón.

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Extracto del libro: La fe más profunda por  Gordon Girod

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