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Si piensas luchar con valor contra la oposición de este mundo en tu marcha hacia el cielo, tus principios deben estar bien fijados. De otra forma tu corazón será inestable y un corazón inestable es tan débil como una casa sin vigas; porque la primera ráfaga de viento la tirará. Hacen falta dos cosas para fijar tus principios:

  1. Conocimiento sólido de la verdad de Dios

Al que solo conoce de vista al Rey, fácilmente le persuadirán a ser desleal, o por lo menos intentará permanecer neutral ante la traición. Algunos que profesan ser cristianos solo conocen el evangelio por encima. Apenas pueden dar cuenta de en qué esperan. Y si eligen algunos principios que les agradan, son tan inestables que cualquier brisa los barre, como tejas sueltas del tejado.

Cuando Satanás te golpea y la tentación te abruma como las olas, tienes que aferrarte a las verdades de Dios. Son tu refugio en cada tormenta. Pero debes tenerlas a mano, listas para ser utilizadas. No esperes a hundirte para reconstruir la barca. Una entrega débil es muy insegura ante la tempestad. Mientras esta hace aguas y se hunde, la santa determinación fundada en la Palabra levantará tu cabeza como una roca entre las olas más furiosas.

La Palabra promete: “El pueblo que conoce a su Dios se esforzará y actuará” (Dn. 11:32). Un ángel le indicó a Daniel los hombres que permanecerían firmes por Dios ante la tentación y persecución de Antíoco. Algunos serían engañados por el soborno de hombres corruptos; otros serían víctimas de la intimidación y las amenazas. Pero unos pocos, bien fundados en la base de su fe, harían hazañas para Dios. Esto significa que los halagos no los corromperían, ni serían vencidos por el poder y la fuerza.

2. Un corazón bien dispuesto

El conocimiento intelectual de Cristo no es suficiente; seguir a Cristo es principalmente un asunto del corazón. Si tu corazón no tiene un propósito fijo, tus principios por buenos que sean se soltarán y no servirán en la batalla más que un arco sin cuerda. Una decisión a medias no hará mucho por Cristo. Tampoco un corazón con motivaciones falsas. Un hipócrita puede mostrar cierta fuerza por el momento, pero pronto abandonará su profesión cuando se le pise el callo del pie; esto es, cuando se le pida que niegue lo que su corazón malvado deseaba negar desde el principio.

Si eres un soldado serio, no coquetees con ninguno de tus deseos inferiores a Cristo y al Cielo, porque serán como rameras que te roban el corazón. Considera a Jehú, lo valiente y celoso que parecía al principio. Entonces, ¿por qué le falló la determinación antes de terminar ni siquiera la mitad de la obra? ¡Porque su corazón nunca estuvo únicamente puesto en Dios! Aquella ambición que primero avivó su celo, al final lo ahogó. Se comprometió con hombres malvados para obtener sus fines. Entonces, al alcanzar el trono, no se atrevió a poner por obra el plan de Dios por temor a provocar a aquellos mismos malvados y así perder el reino (2 Rey. 10:31). Su corazón estaba puesto en los placeres del mundo más que en el favor de Dios.

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Extracto del libro:  “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall

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