En ARTÍCULOS

1Co 9:1 ¿No soy apóstol? ¿No soy libre? ¿No he visto a Jesús el Señor nuestro? ¿No sois vosotros mi obra en el Señor?

No podemos abandonar el tema del apostolado sin un último vistazo al círculo de sus miembros, ya que este es un círculo cerrado; y todo esfuerzo por reabrirlo tiende a borrar una característica del Nuevo Pacto. Aun así, el esfuerzo se hace una y otra vez. Lo vemos en la sucesión apostólica romana; en la perspectiva ética, la cual borra gradualmente la línea divisoria entre apóstoles y creyentes; y en su forma más fuerte y concreta, entre los irvingitas.(Secta surgida de ciertas «manifestaciones del espíritu» extraordinarias —lenguas, profecías, curaciones, incluso resurrección de los muertos— que se dice habían ocurrido durante el ministerio de Irving en Londres)

Estos últimos dicen, no sólo que el Señor dio a Su Iglesia un colegio de apóstoles en el principio, sino que ahora ha llamado a un cuerpo de apóstoles en Su Iglesia para preparar a Su pueblo para lo que viene.
No obstante, esta posición no puede ser sostenida con éxito. Ni en los discursos de Cristo, ni en las epístolas de los apóstoles, ni en el Apocalipsis encontramos la más mínima sugerencia a tal evento. Repetidamente se habla del fin de todas las cosas. El Nuevo Testamento da cuenta frecuentemente de los eventos y señales que han de preceder al retorno del Señor. Se encuentran registrados tan cuidadosamente que algunos llegan a decir que se puede saber la fecha exacta de cuándo ocurrirán. Y aun así, en medio de todas estas profecías, no se encuentra la más mínima pista acerca de un apostolado. En el panorama de las cosas que han de venir, literalmente no hay espacio para este tema.

Ni siquiera los resultados han satisfecho las expectativas de estos hermanos. Su apostolado ha sido una tremenda desilusión. Sus logros son prácticamente nulos. Ha venido y se ha ido sin dejar rastro. No negamos que algunos de estos hombres hayan hecho cosas maravillosas; pero se debe notar, en primer lugar, que las señales hechas estuvieron muy por debajo de las de los apóstoles; en segundo lugar, que el pastor Blumhardt también ha hecho señales que merecen ser destacadas; en tercer lugar, que de vez en cuando la Iglesia Católica Romana también muestra señales que no son fingidas ni artificiales; y, por último, que el Señor nos advirtió en Su Palabra acerca de hombres que harán señales, pero que no vendrán de parte Suya.

Además, no olvidemos que los apóstoles de los irvingitas carecen completamente de las marcas del apostolado. Estas eran:
1) un llamado directo del Rey de la Iglesia;
2) una capacitación particular del Espíritu Santo que los hiciera infalibles en el servicio a la Iglesia.

Estos hombres que se llaman apóstoles, carecen de ambas. Nos cuentan, de hecho, de haber recibido un llamado por boca de profetas; pero esto no sirve de nada, pues el llamado de un profeta no es igual al llamado directo de Cristo; y, otra vez, el nombre “profeta” es demasiado engañoso.

El término «profeta» tiene, en la Escritura, una amplia aplicación, y se usa tanto en un sentido limitado como en uno general. El primero involucra la revelación de un conocimiento que la mera iluminación no puede suplir; mientras que el último se aplica a hombres que hablan en éxtasis santo para alabanza de Dios. Aceptamos que el profetizar, en el sentido general, es un charisma permanente de la Iglesia; por esa razón los reformadores del siglo XVI intentaron revivir este oficio. Por tanto, si los irvingitas creen que la actividad profética ha revivido en sus círculos, no lo disputaremos; aunque no podemos decir que los informes de sus profecías han tenido un efecto abrumador sobre nosotros. De todas formas, aceptemos que tal don ha sido restaurado. Pero entonces debemos preguntar: ¿Qué han ganado con él? Pues no hay la más mínima prueba de que estos profetas y profetisas sean como sus predecesores en el Antiguo Testamento. La voluntad oculta de Dios no les ha sido revelada. Si es que verdaderamente son profetas, entonces su profecía es meramente un hablar para alabanza de Dios en un estado de éxtasis espiritual.

La inutilidad de la apelación a tales profetas para apoyar a este nuevo apostolado es evidente. Este es, meramente, el esfuerzo para sostener un apostolado insostenible por medio de un profetismo igualmente insostenible.

Tampoco se debe olvidar que las labores de estos supuestos apóstoles no han cumplido con sus propias expectativas. Han fracasado en ejercer influencia perceptible alguna en el curso de las cosas. Las instituciones fundadas por ellos no han superado a ninguna de las nuevas organizaciones eclesiales de este siglo en ningún aspecto. No han establecido ningún nuevo principio; sus labores no han manifestado ningún nuevo poder. Todo lo que han hecho ha carecido del sello de origen divino. Y prácticamente todos estos nuevos apóstoles han muerto, no en cruces ni en hogueras como los doce genuinos, sino es sus propios lechos, rodeados por sus amigos y admiradores.

No obstante, esto no es todo. El nombre de apóstol puede tomarse (1) en el sentido de ser llamado directamente por Jesús a ser embajador de Dios, o (2) en un sentido general, refiriéndose a todo hombre enviado por Jesús a Su viña; pues la palabra apóstol significa “uno que es enviado.” En Hechos 14:14, Bernabé es llamado apóstol: no porque haya sido parte de los doce, sino meramente para indicar que fue enviado por el Señor como Su misionero y embajador. En Hechos 13:1-2, Bernabé es mencionado antes de Saulo, al cual ni siquiera se le llama por su nombre apostólico; todo esto muestra que este llamado del Espíritu Santo tenía un carácter temporal solamente, teniendo a la vista sólo esta misión especial. Por esta razón, el Señor Jesucristo, Aquel enviado por el Padre, el gran Misionero en este mundo, el Embajador de Dios a Su Iglesia, es llamado Apóstol: “Por tanto, hermanos santos,… considerad al Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús” (Heb. 3:1).

Si los irvingitas hubiesen llamado apóstoles a los grandes reformadores del siglo XVI , o a algún líder de iglesia prominente en el presente tiempo, no se podría hacer gran objeción. Pero no es esto lo que ellos quieren decir. Ellos presumen que estos nuevos apóstoles deberán presentarse frente a la Iglesia con un carácter peculiar, al mismo nivel que los primeros apóstoles, aunque con una tarea diferente. Y esto es inaceptable. Pues estaría en directa oposición a la declaración apostólica de 1 Cor.4:9: “Porque según pienso, Dios nos ha exhibido a nosotros los apóstoles como postreros, como a sentenciados a muerte.” ¿Cómo podría Pablo hablar de los postreros apóstoles si Dios tuviera contemplado en Su plan enviar a otros doce apóstoles al mundo después de dieciocho siglos? (La fecha corresponde a cuando el autor escribió este texto)

En vista de esta palabra positiva del Espíritu Santo, dirigimos a todos aquellos en contacto con los irvingitas a lo que la Escritura dice acerca de los hombres que se hacen llamar apóstoles pero no lo son: “Porque éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo.” También, el Señor Jesús testifica a la iglesia de Éfeso: “Has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos.”

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Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper

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