​Con su teología sistemática y su profunda visión de las verdades de la Escritura, Calvino pone a disposición de la iglesia una estructura de base bíblica a su pensamiento con respecto a las acciones sociales y políticas. Calvino no escribió tratados formales sobre tales materias, pero sus comentarios bíblicos y otros de sus  escritos abundan en material para guiar debidamente en tales temas.

CALVINO  COMO  HOMBRE  DE  ESTADO  EN LO  ECONÓMICO  Y  EN  LO  SOCIAL  por C. GEEGG SINGER

Fue en su papel de líder espiritual en Ginebra que Calvino llevó a la diaria atención del pueblo los aspectos sociales y económicos del Evangelio, y al hacerlo así sacó a luz de manera sorprendente la interior armonía que existe entre la gracia redentora que opera ‘en la vida del creyente y la gracia común que es operativa en la sociedad como un todo, ya que Ginebra no fue sólo un lugar donde los aspectos sociales del Evangelio fueron proclamados como parte del total consejo de Dios, sino que fue también el escenario de su aplicación práctica al cuerpo político. Aunque Calvino no tuvo posición oficial en Ginebra ni fue ciudadano hasta 1555 —un hecho que sus muchos críticos faltan en mencionar—, la legislación social y económica de 1541 lleva la impronta de su fuerte carácter y el sello de su devoción a la Palabra de Dios. En Ginebra el calvinismo surgió como una teología propia y como una guía para la conciencia de la comunidad cristiana. Porque el calvinismo tiene tal visión del mundo y de la vida y como tal ha ejercido verdaderamente una extraordinaria influencia en la vida de Occidente, ha sido objeto de repetidos y acervos ataques de todos los que buscaban quitar su influencia de la cultura contemporánea con el fin de hacer triunfar sus esquemas humanísticos de organización social y política. En un sentido verdaderamente real el marxismo es la culminación del odio de cuatro siglos contra el calvinismo como teología y como una visión de la vida en este mundo, ya que ambos hechos son inseparables.

No debemos esperar encontrar en Calvino cualquier tratado económico o sociológico tal y como podría surgir de la pluma de un erudito moderno. Sus pronunciamientos sociales fueron el resultado de su exégesis de pasajes de la Escritura, o sus respuestas a problemas prácticos que surgían ante el consistorio o consejo de Ginebra. Su tratamiento es siempre de carácter bíblico y los temas que trató lo fueron igualmente en el sentido de que no se aventuró en teorías económicas y sociales, sino en cuanto pudiesen ser formuladas a la luz de textos bíblicos. Calvino estaba convencido de que la base de toda la vida social sana estaba en los Diez Mandamientos y que los últimos seis eran la norma para toda actividad social y económica, humana. También estaba convencido de que el Estado tiene a su cargo la responsabilidad de hacer cumplir los últimos seis, al igual que los cuatro primeros. No se trata de un deber opcional de los magistrados civiles, ni era cosa de ser referida a la voluntad de los ciudadanos. El Estado está ordenado para este propósito y estos mandamientos son para el no creyente lo mismo que para el creyente, para el bienestar de la sociedad en general. Esta gran convicción dio inevitablemente un tono muy diferente al pensamiento de Calvino en cuestiones sociales y en la resultante legislación de Ginebra que el de los prescritos por los teóricos sociales contemporáneos que miran a otras fuentes de autoridad. Por esto es de sorprender que, mientras en algunos de sus pronunciamientos Calvino pudiera parecer como completamente moderno en su perspectiva, con más frecuencia tales pronunciamientos parecen extrañamente fuera de lugar para una sociedad que está fundamentada en la filosofía democrática y es extensamente utilitaria en su ética.

Por tal razón hubo una regulación mucho más rígida de la conducta privada en Ginebra de la que sería tolerada en una comunidad del siglo xx. El consistorio podía advertir y amonestar y el Consejo castigar ofensas tales como: estar ausente de los cultos de la iglesia, bailar o jugar a las cartas en el día del Señor; jurar y maldecir, desposarse con la hija de un católico, arreglar matrimonio entre una mujer vieja y un hombre joven, criticar la doctrina de la elección o negar la realidad del demonio y del infierno. A los ojos de los ministros y magistrados civiles todo eso no eran ofensas triviales, puramente personales en su naturaleza, sino contra la Ley de Dios, y tenían que ser tratadas como tales. Con todo, aun cuando en Ginebra la vida estaba estrictamente regulada, es necesario recordar que Calvino no quería obligar a una piedad extrabíblica, excepto cuando tales reglas eran absolutamente necesarias para el logro de una meta; Calvino tampoco era un puritano Calvino no abogó por un tipo sombrío de sociedad que excluyese la alegría y la jovialidad de las vidas del pueblo cristiano. No se oponía a la música ni a la risa e incluso a la danza como tal y estuvo lejos de tildar tales cosas buenas como mundanalidad o pecado.

En ninguna parte está prohibido reír, o satisfacerse con el alimento, o agregar nuevas posesiones a las ya disfrutadas por nosotros mismos o por nuestros mayores, o el gozarse con la música o el beber vino (Instituciones, III, xix, 9).

Calvino no fue un abstemio y es muy dudoso de que se hubiese aliado con el movimiento de prohibición moderno, si bien es muy verosímil que habría favorecido la estricta regulación de la venta de los licores para evitar la embriaguez, que él consideraba como un pecado. En su perspectiva general de las cosas, no se refugió en un pietismo ascético o una falsa retirada del mundo. En tal escape no encontró el vivir verdaderamente cristiano. Su oposición al baile en Ginebra era debida a la desgraciada inmoralidad con que había estado asociada tal diversión antes de la llegada de la Reforma.

Calvino creyó firmemente en la educación y en Ginebra fue un tenaz abogado de la educación libre y compulsoria. De su interés surgió la Universidad de Ginebra, que tanto hizo por la causa de la Reforma, no solamente en Suiza, sino en una gran parte del Continente durante varios siglos. Pero no debe inferirse de todo esto que Calvino pudiese ser nombrado entre los que apoyan el sistema educacional de nuestros días. No hubiera tenido paciencia con la falta de disciplina, o con la filosofía progresiva de los actuales programas centrados en la voluntad de los alumnos, o con la negación de la verdad absoluta. Quedaría totalmente sorprendido frente a la falta de interés escolar y educacional de la moderna alta enseñanza de los Institutos y Universidades con su variedad de cursos en tantos campos sin relación con el concepto histórico de lo que constituye la verdadera educación y lo que distingue a >un caballero culto.

Tampoco puede suponerse que hubiese hablado en defensa de una educación pública compulsoria en una sociedad casi completamente secularizada. Para él, el estado sólo podía asumir la responsabilidad para la educación de los jóvenes si ésta estaba sometida a la teología reformada de modo que las escuelas fuesen los agentes de los padres para dar a sus hijos aquella clase de educación que les llevase a la crianza y exhortación en el Señor. Para Calvino, el propósito básico de la educación era el formar buenos cristianos, no buenos ciudadanos en primer término. Para él, el espectáculo de una nación que prohibiese la enseñanza de la Biblia en las escuelas hubiera sido inimaginable. El jamás habría previsto la secularización de la vida, con la resultante intrusión del Estado en el dominio exclusivamente reservado a los padres.

Como hombre de estado social, Calvino aportó sus mejores contribuciones en el campo del matrimonio y la familia. La emancipación de tantos sacerdotes, frailes y monjas, de sus votos de castidad, constituyó un problema para todos los reformadores; y la crónica situación licenciosa de Ginebra antes de su llegada lo hizo un peculiar problema allí. Su propio casamiento en 1541, al igual que el de Lutero antes que él, fue una declaración de su ruptura con la posición de la iglesia católica acerca del celibato clerical y de su propio alto concepto del estado matrimonial.

Aunque negó que el matrimonio fuese un sacramento en el sentido que le da la iglesia católica, insistió con fuerza en que era una ordenación divinamente instituida y debía llevarse a cabo en la iglesia. Esta profunda convicción de que el matrimonio es una institución divinamente ordenada, sirve de fundamento a su posición sobre la gravedad del adulterio, el divorcio, y lo sagrado de los lazos del matrimonio .Consideró al adulterio como uno de los grandes pecados sociales.

Injuria al marido, lo expone a la vergüenza, deshonra también el nombre del padre, el de sus hijos sin nacer y a todo lo que concierne a su enlace legal. Cuando una mujer cae así en las manos del demonio, no queda otro remedio de que todo debería ser exterminado (Opera, XVIH, 51).

Calvino creía que antes de la caída el matrimonio tenía como propósito tan sólo la procreación de hijos; pero después de la caída se hacía necesaria también como un recurso contra la incontinencia de la naturaleza humana pecadora. De aquí que la relación del matrimonio sea una de las provisiones de la gracia común de Dios para la continuación de la raza y para una mejor ordenación de la sociedad. No hay ninguna virtud en el celibato y el matrimonio es el estado normal para hombres y mujeres. No puede decirse que sea una institución que la sociedad ha diseñado para su propia protección.1 En la filosofía social de Calvino no hay lugar para esas teorías que consideran al matrimonio como un producto de la evolución social para satisfacer las necesidades humanas.^
A causa de que el matrimonio es una institución divinamente ordenada y tiene como uno de sus principales propósitos la procreación de los hijos, Calvino estuvo definitivamente en favor de las grandes familias y la fertilidad debía considerarse como un don y una bendición de Dios. Aunque es muy cierto que él vivió en una época en que no existían apenas los contemporáneos problemas sociales y de superpoblación, no hay razón para creer que hubiera cualquier razón suficiente para cambiar su actitud en cuanto al tamaño de la familia. Sus principios sociológicos tenían su raíz en la Sagrada Escritura y no habría cedido a las presiones de una sociedad industrializada y urbanizada. El control de la natalidad habría resultado algo completamente extraño a todo su sistema de pensamiento.

La posición de Calvino en cuanto al divorcio vale la pena de ser estudiada por los sociólogos, que buscan consejo y experiencias en tales materias. En sus comentarios a Deuteronomio 24:1-4, adopta la posición de que la Escritura sanciona que el divorcio se produzca sólo por adulterio; pero en otra parte parece aceptar la incapacidad física y la obstinada deserción de los deberes conyugales como base legítima también. En todos los casos en que el divorcio tiene bases bíblicas, Calvino sostuvo que la parte injuriada podía volver a casarse legalmente. Pero en sus comentarios se comporta como un moderno consejero en relaciones matrimoniales, ya que resalta que el divorcio no es un remedio y que el perdón es, con mucho, la mejor solución.

En un aspecto particular Calvino es bastante contemporáneo nuestro en sus puntos de vista. Sostuvo la completa igualdad del sexo en el matrimonio, de modo que si el marido era culpable de adulterio, la esposa tiene también derecho a divorciarse del marido esquivo y pecador. Pero estuvo lejos de abogar por una general igualdad de los sexos. Por el contrario, en los términos más enfáticos, afirmó la superioridad del marido en el hogar como cabeza de la familia, y en sus comentarios sobre Deuteronomio 24:14 dijo que la no obediencia al marido es desobediencia a Dios. La condición de cabeza del marido era un punto base  en la teoría social de Calvino, con muchas condiciones derivadas. Por esta razón la mujer no debía ejercer función alguna en los cultos ni predicar en la iglesia. Considera que la concesión de tal derecho habría sido revestir las relaciones correctas que deben ser ostentadas por el hombre, ya que si el hombre se convierte en sujeto de dependencia de la mujer en los asuntos de la iglesia habría sido muy difícil para él asumir su debido lugar en el hogar. Por la misma razón, las mujeres no debían ostentar cargos políticos ni mezclarse en tales asuntos, ni en ninguna otra posición de autoridad, que hubiera distorsionado su papel en el divino esquema de la sociedad. Las mujeres no son para gobernar sino para estar sometidas. Resulta completamente verosímil que Calvino hubiera considerado el resurgimiento de las prerrogativas femeninas y el poder que ostentan en el siglo xx como una grave amenaza para las normas sociales bíblicas.

Sin embargo, debería ser tenido en cuenta que él no se opuso a la reina Isabel de Inglaterra ni a María, la reina de los escoceses, con la vehemencia que marcó la oposición de John Knox. Las mujeres gobernantes son una manifestación del divino disgusto contra una dinastía gobernante y tienen que ser aceptadas como tales. Revolverse contra ellas es como rechazar la voluntad de Dios.
Pero el papel del marido no tiene que ser el de un tirano. En sus comentarios sobre Mateo 19:5, Calvino escribió:

Que el marido gobierne como la cabeza, y no como tirano, de su esposa. Que la esposa, por otra parte, atienda con modestia a sus demandas (Opera, XLV, 529).

En la familia de Calvino no existió una camaradería democrática, ni reinó tampoco una monarquía absoluta. Más bien fue una relación divinamente ordenada e inspirada por el amor.

Es completamente desorientador e históricamente falso el intentar leer en los trabajos de Calvino todos los tópicos que se espera encontrar en un texto moderno sobre este asunto. El mundo en que él vivía y se movía era mucho menos complejo que el de nuestros países de a mediados del siglo xx, y él no tuvo que enfrentarse con la mayoría de los problemas que hoy son cosa corriente. Asuntos que parecen importantes hoy a los hombres eran inexistentes en la Ginebra de 1541, o ni siquiera eran considerados como tales problemas por la totalidad de aquella sociedad. La sociología moderna está grandemente preocupada con problemas tales como la seguridad social, el control de la natalidad, el cuidado de los ancianos, los problemas de la industrialización y urbanización, los cuidados médicos y la salud y la delincuencia juvenil. Algunos de éstos se han convertido en tales por nuestro descuido o por una abierta negación de la postura bíblica. El problema del cuidado de los ancianos es un resultado directo del decreciente ritmo de nacimientos durante los primeros cuarenta años del siglo presente. Las familias de cuatro o más hijos no encontraban el cuidado alterativo de los ancianos como una carga pesada como si se convirtieran en familias de un solo hijo. La solución para este problema lo encontró Calvino en las grandes familias.

Sin embargo, tiene que ser admitido que no todos nuestros problemas contemporáneos tienen soluciones tan fáciles y las respuestas no están tan a la mano. Pero hay pistas para que su actitud se integre en nuestras cuestiones sociológicas. Su respuesta estaría siempre de acuerdo con la luz de las grandes doctrinas de la Escritura, pues existe una sociología bíblica que tiene respuesta a todos los problemas. Calvino encontró en la Palabra de Dios esos principios que tienen que residir en el centro de cualquier teoría social y económica sana, y también estuvo convencido de que el cristiano debe de estar seriamente preocupado por los aspectos prácticos de su fe. En sus propios escritos encontramos las directrices y reglas para un departamento de servicio de incendios en Ginebra, para las patrullas nocturnas, para la limpieza de las calles y las facilidades para los mercados de aprovisionamientos. El consistorio de Ginebra fue instruido para sujetar toda la vida de la ciudad a la disciplina bíblica. En esta estricta regulación de la moralidad y de las condiciones sociales en general, Calvino estuvo dispuesto a conferir más poder al gobierno civil del que le gustaría hoy a muchos. Algunos podrían hallar en su sistema el precursor del moderno estado de bienestar social y considerarle como el heraldo del evangelio social de últimos del siglo xix y del siglo xx.

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