La fe: "Tendremos una definición correcta de la fe si la llamamos el conocimiento firme y seguro de la benevolencia de Dios hacia nosotros, fundado sobre la verdad de la libre promesa en Cristo, revelada a nuestras mentes y sellada sobre nuestros corazones por medio del Espíritu Santo". (Calvino)

El nuevo nacimiento es la primera etapa en que la actividad salvadora de Dios nos atañe como personas. Pero en la economía de Dios la regeneración es inseparable de lo que viene a continuación. Le suceden la fe y el arrepentimiento.

La fe es el canal indispensable para la salvación. En Hebreos 11:6 se nos dice que «sin fe es imposible agradar a Dios». Efesios 2:8-9 declara «por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe». Hasta Juan 3:16, que usa la forma verbal para la palabra «fe» («creer») en lugar del sustantivo, dice: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda mas tenga vida eterna».

 Lo que no es la fe:

Comencemos considerando lo que la fe no es. Hay bastante confusión con respecto a la fe por la sencilla razón que inevitablemente asignamos esta palabra a personas que no son dignas de confianza. Por ejemplo, hablamos de hacer algo «de buena fe». Pero cuando se trata de algo verdaderamente importante no aceptamos únicamente la palabra de una persona. Exigimos hechos, contratos y otras garantías escritas. Si hay dinero de por medio exigimos garantías colaterales. ¿Por qué? Porque, si bien ambas partes desean creer en la buena fe de la otra parte, ambas saben que no siempre se puede confiar en las personas y es necesario que existan acuerdos formales. Es fácil entender por qué la fe muchas veces tiene connotaciones muy personales.

Por lo general, además, se entiende la fe como algo subjetivo. Es la fe del sentimiento religioso separado de la verdad objetiva de la revelación de Dios. Hace unos años en una discusión bastante extensa sobre la religión, un joven me dijo que él era cristiano. En el curso de nuestra conversación, descubrí que no que creía que Jesucristo fuera plenamente divino. Decía que Jesús era el Hijo de Dios, pero en el mismo sentido en que todos somos hijos de Dios. No creía en la resurrección. No creía que Jesús había muerto por nuestro pecado ni que el Nuevo Testamento contenía un registro exacto sobre su vida y su ministerio. No reconocía a Cristo como el Señor en su vida. Cuando le señalé que estas creencias tienen que estar presentes en cualquier definición verdadera de un cristiano, me contestó que a pesar de todo él estaba convencido que era un cristiano porque lo sentía en lo profundo de su corazón. Lo que él llamaba fe era simplemente una perspectiva sobre la vida fundada en sus sentimientos.

Otro sustituto de la fe es la credulidad. La credulidad es la actitud de las personas que aceptan algo como verdadero, sin considerar la evidencia, simplemente porque desean fervientemente que sea verdad. Los rumores de curas milagrosas para algunas enfermedades incurables muchas veces fomentan esta actitud. En un cierto sentido se trata de un tipo de fe, pero no es el significado que la Biblia le asigna a la fe.

Un tercer sustituto para la verdadera fe es el optimismo, una actitud mental positiva que busca que lo que uno cree suceda. Un ejemplo serian los representantes de ventas que están tan seguros de su capacidad para vender que suelen volverse exultantes.

Norman Vincent Peale popularizó este enfoque en un libro que fue un éxito de ventas, The Power of Positive Thinking («El poder del pensamiento positivo»). Él sugiere que seleccionemos del Nuevo Testamento un número de afirmaciones sobre la fe, las memoricemos, permitamos que se asienten en nuestro subconsciente y nos transformen, y así nos convirtamos en creyentes en Dios y en nosotros. Si memorizamos versículos tales como «al que cree, todo le es posible» (Mr. 9:23) y «si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible» (Mt. 17:20), seremos capaces de llevar a cabo lo que hasta ese momento habíamos considerado imposible. Peale concluye: «Según la fe que tengas en ti mismo, según la fe que tengas en tu trabajo, según la fe que tengas en Dios, hasta allí llegarás».

Aparentemente, en el pensamiento de Peale la fe en uno mismo, la fe en el trabajo, y la fe en Dios están todas relacionadas, y lo que esto en realidad significa es que el objeto de la fe no tiene ninguna importancia. John R. W. Stott escribe: «Como parte de su ‘fórmula para evitar la preocupación’, él [Peale] recomienda que lo primero que hay que hacer todas las mañanas antes de levantarnos es decir tres veces en voz alta ‘creo’, pero no dice en qué debemos creer, tan confiadamente y con tanto ahínco. Termina su libro diciendo que lo único que debemos hacer es ‘creer y vivir así exitosamente’. ¿Pero creer en qué? ¿Creer en quién? Para el doctor Peale la fe es sólo otra palabra para la confianza en uno mismo, un optimismo sin ningún fundamento».204 Por supuesto, tener una actitud mental positiva tiene cierto valor relativo; puede ayudarnos a trabajar mejor. Pero esto no es lo que la fe significa en el sentido bíblico.

En respuesta a estas distorsiones debemos decir que la fe verdadera no se basa sobre los sentimientos ni las actitudes personales. En el contexto de estas definiciones humanas, la fe es inestable. En el contexto de la enseñanza bíblica, la fe es segura y firme, porque es la fe en el Dios digno de confianza que se revela a sí mismo.

Es por eso que la fe puede ser definida como «la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve» (He. 11:1). Algunos en ocasiones han utilizado este versículo como si estuviera sugiriendo una religión del tipo «un castillo en las nubes en el dulce porvenir». Pero esta definición singular sobre la fe, que encontramos en la Biblia, en realidad está enseñando todo lo contrario. La palabra certeza no significa «un sustituto de la evidencia», que es lo que la palabra sustancia (utilizada en la Biblia King James) sugiere a muchas personas. En realidad significa un «título de propiedad». Si bien ninguno de nosotros ha entrado en la plenitud de la herencia que nos corresponde por medio de la fe en Cristo, la fe constituye nuestro título de propiedad a esa herencia.

La fe en sí es la evidencia de las cosas que todavía no hemos visto. Si se tratara de un título de propiedad humano, todavía habría lugar para la duda. Pero cuando tratamos con Dios la duda no tiene ninguna base, debido a la naturaleza de Dios. Él es el Dios de verdad, por lo tanto es posible confiar completamente en cualquier cosa que Él declare. Él es fiel. Si promete algo, sabemos que cumplirá su promesa. Es Omnipotente, es Todopoderoso.  No puede surgir nada que frustre el cumplimiento de su Voluntad.

Cuando Dios nos llama a creer en Cristo, nos está llamando a hacer lo más sensato que podamos hacer. Nos está pidiendo que le tomemos la palabra al Único ser en el universo que es completamente digno de confianza.

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Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

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