Este odio del mundo no solamente se expresa religiosamente sino también culturalmente. El odio del mundo no necesita expresarse con persecuciones y quemando en la hoguera; puede expresarse por la negación y la ignorancia de las afirmaciones contra Cristo en la así llamada cultura “neutral”.

​Aquella parte de la humanidad caída que no fue restaurada por medio de Cristo continúa su existencia con una actitud de apostasía contra el Dios viviente. Como consecuencia hay, en este mundo, una gran oposición entre la vida vivida en apostasía y la vida vivida en obediencia al pacto, una vida que a través de Cristo fue restaurada al compañerismo con Dios. Y, dado que esta antítesis se arraiga en el corazón, no afecta meramente a la periferia, sino la totalidad de la vida del hombre bajo el sol. Ni un solo aspecto de la vida, incluso el más aparentemente neutral, yace fuera de esta antítesis de la piedad versus la impiedad. Dios es Soberano sobre su Creación y el reinado de Cristo se extiende a la totalidad de esta Creación de Dios. Jehová no solamente proclamó la antítesis en el Paraíso, sino que el Hijo de Dios la afirmó cuando dijo, “Mi reino no es de este mundo” (Juan 18:36), y, “No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada”. (Mat. 10:34). Puesto que Cristo fue odiado por este mundo, así también odiarán a sus discípulos, porque un discípulo no se halla por encima de su maestro, ni un siervo está por encima de su Señor (Mat. 10:24), “Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (II Tim. 3:12). No deberíamos sorprendernos si el mundo nos odia (I Juan 3:13) puesto que este odio no es sino la expresión de la antítesis irreconciliable entre la Simiente de la mujer y la simiente de la Serpiente. Este odio del mundo no solamente se expresa religiosamente sino también culturalmente. El odio del mundo no necesita expresarse en persecuciones y quemando en la hoguera; puede expresarse por la negación y la ignorancia de las afirmaciones contra Cristo en la así llamada cultura “neutral”.

Pero la doctrina de la antítesis correctamente interpretada sostiene una dualidad en la cultura que se corresponde a la dualidad en la raza – una cultura creyente y una cultura apóstata, ya que no hay posibilidad de reconciliación entre Belial y Cristo, y por tanto ninguna comunión, esto es, compañerismo espiritual, entre y creyente y un no creyente (II Cor. 6:15). Por lo tanto, en principio, la antítesis es absoluta. ¡No admite ningún compromiso! ¡Actúa sobre la totalidad de la existencia; no deja área de la vida sin tocar!

No ha habido falta de reacción a esta doctrina. Por parte de algunos, con tendencias anabaptistas, la reacción ha sido la lucha contra el mundo y la negación del mandato cultural de tener dominio sobre la tierra. Pero esto es desobediencia a la Voluntad del Creador-Señor. También muestra falta de fe en el Rey-Mediador, cuya hegemonía se extiende a todos los campos de la empresa humana. En los propios días de Kuyper tanto los liberales como los éticos negaban la doctrina de la antítesis absoluta, los primeros porque estaban comprometidos con el principio del monismo (la unidad del mundo espiritual), y los segundos, porque creían en la “Vermittlung” (teología de la mediación). Hoy la oposición viene del lado de los Barthianos, aunque aparentemente creen en una doble predestinación y consideran de gran importancia la distancia absoluta entre Dios y el hombre. Pero Barth no desea interpretar la predestinación como aplicándose a cantidades concretas de elegidos y reprobados, lo que separaría al mundo y a la Iglesia en la historia llana. Esto no se acomoda con la concepción de Barth de la salvación la cual es supra-histórica, y el carácter vertical de la antítesis, a saber, entre la eternidad y el tiempo, entre Dios y el hombre como criatura. Para Barth los hombres nunca pueden convertirse en los benditos poseedores de la salvación, porque esto no haría más que nutrir el fariseísmo y colocaría a la Iglesia fuera de la tensión de crisis y del juicio. Barth se mofa de la idea de Kuyper de un programa cristiano en la política y en las cuestiones sociales, la educación o el arte. Esto para él es un intento de exteriorizar la gracia y ponerla bajo el dominio del hombre, lo cual es imposible. El intento de cristianizar el mundo es fútil y fatídico para la verdadera religión, de acuerdo con estos críticos. Sostienen que aplicar el término “cristiano” a todo tipo de actividad terrenal es una negación del verdadero carácter de la obra de Cristo y constituye una anticipación de las condiciones paradisíacas de la nueva tierra. Además, el movimiento de aislamiento externo en los partidos políticos y las escuelas distintivamente cristianas llega a estar, especialmente, bajo el más severo criticismo. Tal separación es muestra de egoismo, de complacencia orgullosa y auto-seguridad, lo cual es acompañado de falta de simpatía y de entendimiento de las necesidades del mundo. Como resultado el proletariado ha abandonado la Iglesia, que es el refugio para los burgueses de conciencia, quienes están edificando un valiente nuevo mundo que les es propio.

Debe observarse que los calvinistas no son del todo libres de los pecados que se les imputan. Hay una cierta cantidad de complacencia de clase media (mentalidad burguesa) que dice “Soy rico, he obtenido riquezas, y no tengo necesidad de nada”; pero no sabe que es desdichado, miserable, pobre y ciego (Apoc. 3:17). Junto con esta auto-complacencia a menudo hay una despreocupación por la necesidad del mundo, y una falta de entendimiento de lo que ocurre en la mente y en el corazón de la humanidad. Pero la verdadera consideración es si estas aparentes debilidades deban ser adscritas al principio de la antítesis. Esto es, ¿son inherentes a la idea, son un resultado lógico de la doctrina de la antítesis? A esta cuestión el calvinista dará una respuesta categóricamente negativa, siempre que uno entienda la antítesis adecuadamente. La antítesis no niega la unidad de la raza humana en la creación, el pecado y la necesidad de redención. Todos son criaturas hechas a la imagen de Dios, y todos han pecado y han sido destituidos de la gloria de Dios. Pero la gracia de Dios se revela desde el cielo a través de Jesucristo. Esto produce la separación entre Caín y Abel, Ismael e Isaac, Esaú y Jacob, Israel y las naciones alrededor de ella. Cristo vino para echar fuego sobre la tierra (Lucas 12:49ss.); Él vino a este mundo para juicio (Juan 9:39), que entró en efecto cuando Cristo fue a la cruz (Juan 12:31).

Pero el asunto real es, ¿Cómo debemos visualizar esta separación? ¿Es externa, visible y física? Sin duda tal era el caso en el Antiguo Testamento. ¿Pero qué de la Nueva Dispensación? ¿No desaparece la línea de demarcación con el advenimiento de Cristo y la exposición del Apóstol a los Efesios de que por medio de Cristo la pared intermedia de separación fue abolida? De esta manera, algunos en nuestro tiempo van a negar la relevancia de la doctrina de la antítesis para hoy. El argumento es que la venida de Cristo al mundo ha abolido la antítesis que separaba previamente a los hombres, que la sangre de la expiación ha hecho de todos los hombres una raza una vez más. Ahora, este es un malentendido lamentable del significado de la cruz de Cristo y también de la posición de Pablo de que los gentiles son ahora conciudadanos con los judíos en la única casa de Dios. Cristo vino para levantamiento y caída de muchos, Él es piedra de tropiezo para los judíos y locura para los griegos (ambos no creyentes) pero es el poder de Dios para aquellos que creen. Claro, la pared intermedia de separación ha sido removida y por la crucifixión y ascensión Cristo ahora llama a todos los hombres hacia Sí (Juan 12:32). Sin embargo, esto es simplemente la enseñanza del universalismo [aquí universalismo no implica que todos los hombres sean salvos, n.tr.] del Nuevo Testamento, a saber, que todas las naciones de la tierra, y no solamente los judíos, han de ser herederos de la salvación, cumpliendo de esta manera la promesa del universalismo hecha a Abraham de que en él serían bendecidas todas las naciones de la tierra. Pero solamente aquellas piedras vivas (I Ped. 2:4) que se ajustan en la edificación, cuyo arquitecto es Dios, aquellos que están basados sobre la piedra angular, Cristo (Efe. 2:20) son miembros de la raza elegida, la nación santa, el reino de sacerdotes para Dios (I Ped. 2:9). Utilizar la doctrina del universalismo del Nuevo Testamento y el llamado a las naciones por medio del Evangelio y al reinado universal de Cristo como la base para la negación de la doctrina de la antítesis es un error atroz en la exégesis, lo cual tiene repercusiones fatídicas en la apologética y en la ética.

Por lo tanto, aquellos que sostienen la doctrina de la antítesis en la cultura no niegan la unidad de la raza en Adán, sino que confiesan que en el segundo Adán ha sido establecida una relación que desplaza a la primera, de manera que aquellos que reciben a Cristo tienen el privilegio de ser hechos hijos de Dios (Juan 1:12). Además, la confesión de la antítesis, como hecho y principio, no constituye una negación de la doctrina de la gracia común, puesto que estas dos doctrinas son correlativas en la revelación y ambas fueron afirmadas con igual ardor por A. Kuyper, quien dio a ambas su formulación moderna.

Extracto del libro El Concepto calvinista de la Cultura, por Henry R. Van Til (1906-1961)

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