En BOLETÍN SEMANAL

Como particularmente se trata de las promesas del Antiguo Testamento de las que los dispensacionalistas estarían privando a los cristianos, una mayor definición y una refutación más detallada se requieren ahora,  presentándose, como pueden ver, dentro del rango que ocupa nuestro tópico.   

Dado que la caída alejó a la criatura del Creador, no podía existir relación alguna entre Dios y el hombre a no ser por una promesa de Su parte. Nadie puede reclamar nada de la Majestad en las alturas sin una orden de Él mismo, ni la conciencia podría quedar satisfecha a no ser que posea una concesión divina para cualquier bien que esperamos de Él.

Dios ha dirigido a Su pueblo mediante Sus promesas durante todas las edades, a fin de que puedan ejercer fe, esperanza, suplicas, y dependencia de Él: les dio promesas para probarlos, para conocer si realmente confiaban y contaban con Él

El Intermediario de las promesas es Dios-hombre Mediador, Jesucristo, por cuanto no podía haber relación alguna entre Dios y nosotros sino solo a través del Árbitro escogido. En otras palabras, Cristo debe recibir todo bien  para nosotros, y nosotros recibirlo de segunda mano de Él (esto es, por intermedio de Él).

Que los cristianos siempre se cuiden de no contemplar ninguna de las promesas de Dios separadamente de Cristo. Sea lo que fuere la cosa prometida, la bendición deseada, sea temporal o espiritual, no podemos ni legítima ni realmente disfrutarla sino solo en y a través de Cristo. Por eso el apóstol les recordó a los Gálatas, “Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo.” (Gál 3:16) – citando a Génesis 12:3, Pablo no estaba demostrando, sino afirmando, que las promesas de Dios dadas a Abraham no eran con respecto a toda su descendencia carnal (natural), sino solamente a aquellos quienes eran de su simiente espiritual, los unidos a Cristo. Todas las promesas de Dios a los creyentes son hechas en Cristo, el Fiador del pacto eterno, y son conferidas desde Él a nosotros – tanto las promesas en sí mismas como las cosas prometidas. “Y esta [incluyendo todo] es la promesa que Él nos hizo, la vida eterna” (1 Juan 2:25). Y como 1 Juan 5:11 nos dice, “esta vida está en Su Hijo” – así también la gracia, y todos los otros beneficios.

“Si leo cualquiera de las promesas, encuentro que todas y cada una contienen a Cristo en su seno, Él mismo siendo la gran Promesa de la Biblia. A Él fueron hechas todas primero; de Él proviene toda la eficacia, dulzura, valor, e importancia de ellas; por Él son traídas y hechas perfectamente claras al corazón; y en Él son todas ellas sí, y amén.” (R. Hawker, 1810)

Dado que todas las promesas de Dios son hechas en Cristo, claramente se sigue que ninguna de ellas es aplicable a quien este fuera de Cristo, por cuanto estar fuera de Él es estar fuera del favor de Dios. Dios no puede mirar a la tal persona sino solo como un objeto de Su ira, como combustible para Su venganza; no hay esperanza alguna para ningún hombre hasta que éste se halle en Cristo. Pero podría preguntarse, ¿Dios no concede nada bueno a aquellos que están fuera de Cristo, cuando envía su lluvia sobre los injustos, y llena el vientre de los impíos con cosas buenas (Sal 17:14)? Sí, indudablemente lo hace. Entonces, ¿no son aquellas gracias temporales, bendiciones? Ciertamente no: muy lejos está de ello. Como Él dice en Malaquías 2:2, “maldeciré vuestras bendiciones; y aun las he maldecido, porque no os habéis decidido de corazón.” (cf. Deut. 28:15-20). Para el impío, las gracias temporales de Dios son como comida dada a los bueyes: no hacen más que “prepararlos para el día de la matanza” (Jeremías 12:3; cf. Santiago 5:5).

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Extracto del libro: “La aplicación de las Escrituras”,  de A.W. Pink

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