El próximo 31 de Octubre se cumplen 493 años del evento que dio inicio a la Reforma Protestante. Un monje agustino llamado Martin Lutero clavó 95 tesis en la puerta de una iglesia en Wittemberg invitando a un debate abierto sobre la venta de indulgencias. En ese momento, y sin saberlo, Lutero estaba encendiendo una llama cuyo fuego pondría en vilo tanto al poder religioso como al poder político europeos.

El impacto que este movimiento produjo en la Europa del siglo XVI traspasó ampliamente las fronteras de la Iglesia y vino a ser una fuerza religiosa e intelectual que afectó sensiblemente el pensamiento de la época. La Reforma marcó un hito en la historia y sentó las bases para el pensamiento moderno. Pero ¿cuál fue la esencia de este movimiento reformador?

Para la Iglesia Católico Romana, fue una división dentro del seno de la verdadera Iglesia; una deformación más que una reforma. Para los historiadores seculares, sobre en todo en el campo marxista, la Reforma fue el producto de algunos factores económicos, políticos y sociales. Para los reformadores, en cambio, fue un retorno a doctrinas cruciales del Nuevo Testamento que habían quedado sepultadas bajo los escombros de la tradición, la teología escolástica y la religión sacramentalista de los años oscuros de la Edad Media.

No fue casual el hecho de que uno de los instrumentos que Dios usara para dar inicio a la Reforma no fue un monarca ni un estadista, sino un monje agustino que invitaba al pueblo a reflexionar en un asunto teológico: ¿Cómo puede un Dios infinitamente justo perdonar a pecadores culpables? La respuesta del Nuevo Testamento es clara y diáfana como el sol del medio día: No por nuestras obras, sino únicamente por medio de la fe en la persona y la obra de nuestro Señor Jesucristo (Romanos 3:28; 4:4-5; 5:1; Efesios 2:8-9).

El problema esencial con el que se estaba lidiando aquí no era político, ni filosófico, ni económico, ni social; ni siquiera era de índole moral. Lo que se necesitaba con urgencia no era limpiar la casa simplemente, sino revisar sus cimientos, un retorno a la definición nuevotestamentaria de la Iglesia, basada en un fresco entendimiento del evangelio de Jesucristo. El movimiento reformador no intentaba crear una nueva religión, ni mucho menos producir un cisma, sino regresar a la Biblia como la única regla infalible de fe y práctica.

La noche que clavó sus famosas tesis, Lutero no pretendía provocar una revolución religiosa, sino llamar la atención de la iglesia que en ese momento amaba y respetaba. Pero esos martillazos habrían de cambiar para siempre la historia del mundo, como veremos en las próximas entregas.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo.

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