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Satanás quiere abrir una brecha entre Dios y el cristiano. Los odia a ambos y, por tanto, se esfuerza para dividirlos. “Si puedo hacer que Fulano peque —piensa—, Dios se enfadará y lo castigará duramente”. Así el diablo da por sentado que el cristiano cuestionará el amor de Dios para con él y, por consiguiente, se enfriará en su relación con el Señor.

¿Cómo responde Dios a estas maniobras engañosas? Hace que las tentaciones satánicas sean un correo de su amor para los cristianos. El diablo pensó haber ganado la partida cuando consiguió que Adán comiera el fruto prohibido. Creía tener al hombre en la misma situación apurada en que él mismo está. ¿Pero tomó a Dios por sorpresa? ¡Claro que no! Dios sabía el final antes de empezar, y utilizó la tentación satánica para dar paso al gran drama evangélico de la salvación humana en Cristo.

Por orden divina, Cristo se encargó de sacar a sus criaturas caídas de las garras de Satanás y restaurarlas a su gloria original con acceso a más beneficios que antes.

¿Y qué consiguió Satanás con toda la energía gastada en Job, sino ver cómo aquel creyente entendía por fin lo mucho que Dios lo amaba? Cuando el maligno derrotó vergonzosamente a Pedro, ¿no vemos cómo Cristo recupera al apóstol con todo su amor? Pedro fue el único discípulo a quien Cristo envió personalmente la gozosa nueva de su resurrección; como si dijera: “Consuela a Pedro con esta noticia. Quiero que sepa que sigo siendo amigo suyo, a pesar de su cobardía”.

Dios nunca consiente el pecado en sus hijos, pero tiene compasión de la debilidad de estos. Jamás ve a un cristiano enlutado sin proponerse vestirlo con la luz de su amor y misericordia.

De hecho, Dios puede utilizar los fracasos de sus hijos para fortalecer la fe de ellos, la cual, como un árbol, estará más fuerte para la sacudida. Las pruebas revelan la condición real del corazón. La fe falsa, una vez derrotada, pocas veces vuelve; pero la verdadera se levanta y lucha con más valor, como vemos en el caso de Pedro. La tentación es para la fe como el fuego para el oro (cf. 1 P. 1:17). El fuego no solo revela el oro verdadero, sino que lo purifica. Este sale menos abultado, separado de la escoria que tenía, y de mejor calidad y valor.

Antes de la tentación, la fe tiene mucha escoria superflua que se aferra a ella y pasa por fe; pero cuando llega la tentación, la escoria se descubre y el fuego de la prueba la consume. La calidad de la fe resultante es como el puñado de hombres de Gedeón: más fuerte sin todos los accesorios inútiles. Y lo único que saca el diablo, en lugar de destrozar la fe del cristiano, es servir para refinarla, haciéndola más fuerte y preciosa.

El amor de los cristianos tentados se enciende por Cristo con el fuego de la tentación. ¿Te acercaste demasiado a las llamas, y te has abrasado el alma? ¿A dónde irás a buscar limpieza, sino a Cristo? ¿Y no volverá su ayuda bondadosa a encender tu amor por Él, por encima de todo lo demás? El amor de Cristo es el combustible para el nuestro: mientras más manifiesta Él su amor, más se enciende el que nosotros tenemos. Y después del amor expresado en la muerte de Cristo, no hay otro mayor que su amor que nos rescata en la tentación. La mayor oportunidad para que una madre demuestre cuánto ama a su hijo es cuando este está mal: enfermo, pobre, preso. Cristo es madre y nodriza de nuestro amor. Cuando sus hijos están en la cárcel de Satanás, sangrando por las heridas de la conciencia, Él se apresura a revelar su corazón tierno en la compasión, su fidelidad en la oración, su cuidado enviándoles ayuda y su amor profundo al visitarlos con su Espíritu consolador. Ningún hijo es más obediente a su familia que aquel que se ha arrepentido de la rebelión. Jesucristo, a quien Satanás pensaba excluir del favor del alma, al final encuentra un lugar más alto y seguro que nunca en el afecto del cristiano.

¿Ves ahora por qué Dios permite que sus hijos pasen tentaciones? ¡Él lo controla todo! Sujeta las riendas de Satanás y no lo dejará que te pisotee. Si nunca experimentásemos el gran poder de Satanás dispuesto contra nosotros, no podríamos reconocer el poder supremo de Dios desplegado a nuestro favor.

En ese escenario, Dios extiende el escudo de su sabiduría y te deja mirar mientras reduce toda la astucia y las artimañas de Satanás a la incoherencia total. En la gloria, Dios será admirado por sus hijos no solo por su amor y fidelidad en la salvación de ellos, sino también por su sabiduría para conseguirla. La sabiduría es el atributo más admirado entre los hombres, y el que Satanás escogió como su primer cebo cuando hizo creer a Eva que sería como Dios en conocimiento y sabiduría. Por tanto, Dios, para hacer la caída de Satanás aún más vergonzosa, le deja utilizar toda su astucia para tentar y perturbar a los cristianos. Pero al final, el camino al Trono, donde se asientan con majestad tanto su sabiduría como su misericordia, estará pavimentado, por así decirlo, con las calaveras de los demonios.

Descansa tranquilo, creyente preocupado, el duelo no es entre la Iglesia y Satanás sino entre Satanás y Cristo. Estos son los paladines de ambos bandos. Ven a ver cómo el Dios Omnisciente libra combate con su astuto contrincante. Contemplarás cómo el Todopoderoso decapita a ese Goliat con su propia espada, y enreda a ese maligno paladín en sus propias trampas. Aquella fe que atribuye grandeza y sabiduría a Dios, reducirá el reto de Satanás a la nada. La incredulidad teme a Satanás como si fuera un león, pero la fe lo pisotea como si fuera un gusano.

Observa cómo trabaja Dios, y estarás seguro de que su obra será excelente. La sabiduría humana puede ser destruida por la necedad, pero el propósito de Dios nunca será coartado. Nadie puede apartarle de su obra. Un constructor no es capaz de trabajar en la oscuridad de la noche, y una fuerte tormenta le obliga a bajar del andamio; pero todas las conspiraciones infernales y los tumultos terrestres ni siquiera han hecho temblar el pulso de Dios haciéndole estropear ni una letra ni una línea que Él haya trazado. El misterio de su providencia puede ser como una cortina que oculta su obra para que no veamos lo que hace, pero hasta cuando le rodea la oscuridad, la justicia es el asiento de su Trono para siempre. ¿Dónde está nuestra fe, cristianos? Sea Dios sabio y todo hombre y demonio necio. Aunque parezca más probable que se erija una Babel que el que una Babilonia sea derribada, piensa que Dios está acercándose en secreto y sitiará la fortaleza satánica.

¿Qué importa que la Iglesia sea como Jonás en el vientre del pez, invisible a causa de la furia humana? ¿No recuerdas que el pez no pudo digerir al profeta? No te apresures a enterrar a la Iglesia antes de que esté muerta. Ten paciencia mientras Cristo demuestra su destreza antes de rendirte. Con tus oraciones, trae a Cristo a la tumba para pronunciar la palabra de resurrección. Los antiguos cristianos mostraban una fe admirable en circunstancias igualmente abrumadoras. Jeremías compró un campo de su tío y lo pagó aunque el ejército caldeo sitiaba Jerusalén, dispuesto a tomar la ciudad y llevarlo a él a la cautividad junto con los demás judíos (cf. Jer. 32). Todo esto fue por decreto divino, para que Jeremías mostrara al pueblo su confianza completa en el cumplimiento de la promesa de la vuelta de la cautividad, a pesar del triste estado de cosas. De hecho, deshonramos la Palabra de Dios si no aceptamos la promesa que hace como garantía de su liberación, cuando el poder de la Iglesia está en su punto más bajo.

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Extracto del libro:  “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall

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