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“Estad, pues, firmes…” (Ef. 6:14).

En Efesios 6:13 Pablo deja claro la clase de armadura que el creyente debe utilizar: la armadura de Dios. Luego, para que no caigas en la tentación de fabricar una armadura falsa en tu propia forja y la llames “armadura de Dios”, el apóstol describe la armadura verdadera pieza por pieza, empezando en el versículo 14. Tanto los católicos romanos como los protestantes se han hecho culpables de fabricar sus propias armas para luchar contra el diablo, armas que Dios nunca eligió.

Luego hablaremos de las piezas de la armadura en el orden citado por el apóstol, pero primero vamos a explorar otro asunto. Nótese que en el versículo 14 Pablo especifica la postura necesaria para el soldado cristiano: “Estad, pues, firmes…”. ¿De qué servirá el armarnos debidamente si no presentamos una oposición valiente contra el enemigo?

 Estar firme es lo opuesto de huir o ceder. Un capitán que ve cómo sus hombres se baten en retirada o están a punto de rendirse, da la orden: “¡Permaneced firmes!”; y todo soldado digno de ese nombre responde de inmediato. De igual manera, todo cristiano debe acatar la orden divina de permanecer firme; esto es, de resistir y no ceder nunca ante los ataques de Satanás.

Basten tres razones para demostrar la importancia de esto…

  1. Es un mandato de la Palabra de Dios

Pedro dice respecto a Satanás: “Al cual resistid firmes en la fe” (1 P. 5:9). Como la palabra “firmes” implica, hay que sostener el frente en la batalla contra Satanás; combatirlo en cada avance. Los soldados deben cumplir estrictamente las órdenes aunque les cueste la vida. Cuando Joab envió a Urías al frente de la batalla por orden de David, no hay duda de que Urías era consciente del peligro que corría. Pero no discutió con su general; tenía que obedecer, aunque por ello muriera (2 S. 11:14- 17).

Entre soldados, la cobardía y la desobediencia son las peores faltas. Entonces, ¿cómo pueden considerarlas ofensas menores los que tienen a Cristo por capitán y al pecado y al diablo por enemigos? Resistirnos a ceder a ciertas tentaciones puede costamos caro: “Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado” (Heb. 12:4). El apóstol quiere decir que la guerra espiritual bien puede llegar a derramar la sangre; de ser así, eso no cambia la situación ni nos da excusa alguna para optar por el pecado en lugar del sufrimiento.

¿Podría ser permisible que un cristiano abandonara su deber por el peligro que entraña? Para ser soldados eficaces, el preservar el honor de Dios siempre debe estar por encima de nuestros temores. Igual que el soldado terrenal encarna el honor de su país en la batalla, el cristiano representa el honor de Dios cuando se le llama a contender contra la tentación. Tal prueba pronto revela hasta dónde estamos dispuestos a llegar para defender la reputación de nuestro Soberano. Los súbditos de David lo valoraban en 10.000 de sus propias vidas; cada uno estaba dispuesto a morir antes que poner a su capitán en peligro. Ciertamente Dios merece lo mismo de sus súbditos. ¡No es noble exponer su Nombre bendito al reproche, en lugar de arriesgarnos nosotros a un poco de desprecio, alguna pérdida temporal o dificultad!

Pompeyo, el general romano, se jactaba de que con una sola señal podía hacer que sus soldados treparan por la roca más empinada, aunque fueran derribados a cada paso. Esta es la clase de lealtad que Dios desea de nosotros. Aunque Él nunca juega con la sangre de sus siervos, a veces prueba nuestra lealtad con servicios duros y agudas tentaciones, para que por medio de nuestra fidelidad y valor Él triunfe sobre Satanás.

Tal vez recuerdes cuando Satanás acusó descaradamente a Dios de “sobornar” a Job, diciendo que este siervo escogido realmente se servía a sí mismo al servir al Señor. “¿Acaso teme Job a Dios de balde?” (Job 1:9). El diablo desafió a Dios a quitarle a Job su bendición, insistiendo en que este le maldeciría en su cara antes que someterse al sufrimiento. Dios le dejó hacer al diablo; ¿y cuál fue el resultado? Ya que Job se mantuvo firme en la adversidad, vemos al Señor jactarse ante Satanás: “Todavía retiene su integridad, aun cuando tú me incitaste contra él” (Job 2:3). En esencia, lo que Dios dijo fue: “Ya ves, cuento con algunos que me sirven sin necesidad de soborno, que se aferran a su decisión cuando no les queda nada más. Le quitaste a Job sus bienes, siervos e hijos, y él se mantiene firme. ¡No has podido con su voluntad ni con su integridad!”

  • 2. Dios proporciona una armadura suficiente para la batalla

Permitir que una fortaleza bien armada cayera en manos del enemigo sería una vergüenza para los soldados defensores. Espiritualmente hablando, tal derrota resulta aún más vergonzosa porque Dios, en Cristo, da a sus soldados todo el poder necesario para resistir siempre al diablo.

No debemos sorprendernos cuando el alma no regenerada cede fácilmente ante una tentación que promete placer carnal y beneficios. Los que están sin Cristo no tienen armadura que repela el ataque del enemigo; no saben nada de la dulzura del Señor. Es natural que, a falta de mejor alimento, se sienten a la mesa con el diablo. Decimos que la cabra pacerá donde la aten; el pecador también debe alimentarse de lo mundano porque está atado a la tierra por su corazón carnal.

Pero el cristiano tiene una esperanza de algo superior a lo que ofrece este mundo. Su fe presente es un pagaré escrito por la mano del Espíritu Santo, asegurándole la victoria final. La postura que se debe mantener en la guerra: El yelmo de la salvación (si lo lleva puesto), y el escudo de la fe (si lo levanta) repelerán la lluvia de dardos diabólicos.

Con mucha razón Dios se disgusta cuando uno de sus hijos, que podría resistirse utilizando sus dones y pidiendo ayuda al Cielo, cede ante el enemigo. En el huerto, Dios le preguntó a Adán: “¿Has comido del árbol de que yo te mandé no comieses?” (Gn. 3:11). Es como si Dios dijera: “Sé que no lo comiste por tener hambre; ¡tenías todo el Paraíso donde escoger!

¿Cómo pudiste caer estando tan bien equipado para resistir?”. Igualmente, Dios te puede decir a ti: “¿Has estado comiendo las golosinas del diablo cuando posees la llave de mi abundante alacena? ¿Es tan escasa la provisión de tu Padre que te apetecen las migajas del diablo?”.

  • 3. La seguridad del cristiano estriba en la resistencia

Dios da la armadura para defender al cristiano en la lucha, no para protegerlo en la retirada. Mantente firme y ganarás; huye o cede, y todo estará perdido. He leído acerca de grandes capitanes que cortaron a propósito toda vía de retirada para que sus soldados lucharan hasta la muerte. Guillermo el Conquistador, en cuanto su ejército puso el pie en Inglaterra, despidió a los barcos a la vista de sus hombres. Del mismo modo, Dios tampoco hace provisión para los cobardes. En su armadura no hay ni una sola pieza para la espalda. He aquí una verdad asombrosa: “El justo vivirá por fe; y si retrocediere, no agradará a mi alma” (He. 10:38). El que entra en la batalla con confianza, sale vivo de ella; pero el que huye, solo obtiene el desagrado de Dios.

¡Qué mísero trueque el de volverse de luchar contra Satanás y poner a Dios por enemigo! Hay consuelo cuando se pelea contra el pecado y el diablo, aun cuando se llegue a la sangre. Pero no lo hay en absoluto soportando la ardiente ira de un Dios vengador. Lo que te imponga Satanás, Dios te lo puede quitar; pero ¿quién te aliviará de lo que Dios te impone? ¿No prefieres morir en el fragor de la batalla por tu país a ser ejecutado por traición o cobardía?

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Extracto del libro:  “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall

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