En ARTÍCULOS

Esta prueba nos permite saber que conocemos a Dios y podemos tener nuestros corazones seguros delante de Él. En medio de sus palabras finales antes de su crucifixión, Jesús impartió un nuevo mandamiento, el mandamiento de amar. «Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros» (Jn. 13:34-35).

El amor es la señal por medio de la cual el mundo puede saber que los cristianos verdaderamente son cristianos. En 1ª Juan el mandamiento se repite, pero con una diferencia: por el amor, los cristianos (como el mundo) pueden saber que son cristianos. Es decir, cuando los cristianos se encuentran a sí mismos amando y amando realmente a aquellos por quienes Cristo murió, pueden estar seguros de que conocen a Dios. Juan desarrolla esta prueba en 2:7-11 y la repite luego en 3:11-18 y 4:7-21. La afirmación más clara de esta prueba la encontramos en 2:9-10: «El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas. El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo».

Como en el caso de la prueba moral, estos versículos también contienen dos grupos específicos para hacer de esta prueba una prueba concreta. El primer grupo está tipificado por la persona que «dice que está en la luz, y aborrece a su hermano». Estas personas están en la oscuridad. Es obvio que Juan está pensando en sus oponentes gnósticos que decían estar «iluminados». Pero lo mismo es cierto de cualquiera que profese ser regenerado sin este cambio. Pablo dice esencialmente lo mismo: «Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy» (1 Cor. 13:2).

El segundo grupo está constituido por los que muestran que están en la luz amando a sus hermanos cristianos. Juan dice que en su conducta «no hay tropiezo». Esta idea de tropiezo podría ser aplicada a aquellos que no sólo están caminando en la luz, sino que tampoco hacen que otros tropiecen en las tinieblas. O, el tropiezo se podría aplicar a quienes caminan en la luz y por lo tanto no tropiezan. El contexto de este pasaje casi requiere esta segunda explicación, porque el propósito de los versículos no es mostrar lo que le ocurre a los demás, sino mostrar el efecto del amor y el odio sobre las propias personas. El equivalente negativo de esta afirmación aparece un versículo más adelante. «Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos» (1 Jn. 2:11).

Este último versículo introduce el término caminar que puede aplicarse a la vida de amor. Sugiere pasos prácticos. El amor no es un sentimiento benigno ni una sonrisa. Es la actitud que determina lo que hacemos. Es imposible hablar significativamente del amor en un sentido cristiano sin hablar de las acciones que brotan de él, de la misma manera que es imposible hablar significativamente del amor de Dios sin mencionar cosas tales como la creación, la revelación del Antiguo Testamento, la venida de Cristo, la cruz y el derramamiento del Espíritu Santo.

¿Qué sucederá cuando los que profesan la vida de Cristo realmente se amen unos a otros? Francis Schaeffer tiene varias sugerencias:

Primero, cuando un cristiano no ha amado a otro cristiano sino que se ha comportado de mala manera hacia esa persona, el creyente debe acercarse a esa persona y pedir perdón. Así estará expresando amor y restaurando la unidad que Jesús dijo que brotaría cuando los cristianos se amaran unos a otros. Verifica su cristianismo en el mundo.

Segundo, cuando alguien nos hace daño, debemos mostrar nuestro amor perdonándolo. Esto es muy difícil, y más aún cuando la otra persona no nos pide perdón. Schaeffer escribe: «Constantemente debemos reconocer que no practicamos el perdonar como debiéramos. Y sin embargo, la oración es: ‘Perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores’. Debemos tener un espíritu perdonador aun antes de que la otra persona exprese su arrepentimiento.

La oración del Señor no sugiere que cuando la otra persona muestre que está arrepentida, entonces nosotros debemos mostrar la unidad perdonándola. Se nos llama a tener un espíritu perdonador antes que el otro haya dado el primer paso. Podemos decir que está equivocado, pero al mismo tiempo tenemos que estar perdonándolo».

Juan era conocido como uno de los «hijos del trueno». En cierta oportunidad le había pedido a Jesús que mandara fuego del cielo para que consumiera a los que lo rechazaban (Le. 9:54). Pero en la medida que llegó a conocer más sobre Dios, hizo un llamamiento al amor entre los hermanos.

Tercero, debemos mostrar nuestro amor aun cuando nos resulte costoso. El amor le costó al samaritano en la parábola de Cristo. Le costó tiempo y dinero. El amor le costó al pastor que soportó dificultades para rescatar la oveja que se había perdido. El amor le costó a María de Betania quien, por amor, rompió el ungüento valioso sobre los pies de Jesús. El amor siempre le costará a quienes lo practiquen. Pero lo que compremos con dicho amor será de gran valor. Será la prueba de la presencia de la vida de Dios para el cristiano individual y para el mundo que está mirando.


Extracto del libro “Fundamentos de la fe cristiana” de James Montgomery Boice

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