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Cristo fue semejante a nosotros tanto en la tentación como en el sufrimiento. «Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado» (Heb. 4:15). Tenemos una ilustración dramática de lo que este pasaje significa en la historia de la tentación de Cristo por parte de Satanás, como está registrada en Mateo 4:1-11 (y en el pasaje paralelo de Lucas 4:1-13). Después de su bautismo a manos de Juan, Jesús fue llevado al desierto para ser tentado por el diablo. Permaneció cuarenta días ayunando y entonces comenzaron las tentaciones.

La primera tentación fue física, para que convirtiera las piedras en pan. Aprendemos su significado por la respuesta que Jesús le dio a Satanás: «No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt. 4:4). Era la tentación de poner las cosas físicas por encima de las cosas espirituales.

La segunda tentación fue espiritual. El diablo llevó a Jesús al pináculo del templo en Jerusalén y lo desafió a tirarse desde lo alto, bajo la suposición que Dios lo rescataría. El diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, y en sus manos te sostendrán para que no tropieces con tu pie en piedra» (4:6). Jesús le respondió que estaría mal hacer tal cosa porque también está escrito que no se debe tentar a Dios.

Por último, el diablo produjo una tentación vocacional. Sabía que Jesús recibiría los reinos de este mundo para su gloria; así había sido profetizado en el Antiguo Testamento. «Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra» (Sal. 2:8). Pero el camino para esa herencia era la cruz, y Satanás ahora está argumentando que podría recibirla sin sufrimiento. Él mismo le ayudaría. Le dijo: «Todo esto te daré, si postrado me adorares» (Mt. 4:9). Jesús rechazó la propuesta de Satanás, y en lugar de aceptarlo se encaminó en la dirección que Dios había puesto delante de Él.

Una última área en la que Jesús fue como nosotros para que nosotros pudiésemos ser como Él fue en el sufrimiento. En parte fue un sufrimiento emocional y espiritual; y en parte fue físico. Leemos que Cristo experimentó hambre. Sin duda que la sufrió en varias ocasiones, pero se nos dice explícitamente en relación a la tentación en el desierto (Mt. 4:2). También experimentó sed. En una ocasión, cansado de su viaje, se sentó en el pozo le Jacob y le pidió a una samaritana que le diera de beber. En la cruz, exclamó: «Tengo sed», y le dieron de beber vinagre (Jn.19:28-29). Otra vez, cuando se durmió en una barca, estaba tan cansado que ni las olas ni el viento pudieron despertarlo. Pero el ejemplo más grande de su sufrimiento fue la angustia que su alma y su cuerpo tuvieron que sobrellevar en la cruz. (Lc.22:39-46; comparar con Mt. 26:36-46; Mr. 14:32-42). Jesús, por medio de la Encarnación, pudo conocer todas las vicisitudes de la vida: las pruebas, los gozos, los sufrimientos, las pérdidas, las ganancias, las tentaciones, las aflicciones. Pudo entrar en ellas, comprenderlas, y así convertirse en el modelo para nosotros, a fin de que podamos atravesar estas experiencias como Él lo hizo, y para animarnos a venir a Él en oración, sabiendo que Él comprende lo que estamos atravesando.

Pedro habla sobre el valor que Cristo tiene como modelo cuando animó a los cristianos en su día a soportar el sufrimiento del mismo modo que lo hizo Cristo. «Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas» (1 P. 2:21). El autor de la carta a los Hebreos nos anima a orar cuando dice: «Porque ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham. Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados» (Heb. 2:16-18).


Extracto del libro “Fundamentos de la fe cristiana” de James Montgomery Boice

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