En BOLETÍN SEMANAL
​Los beneficios de la Santa Cena: El pan y el vino nos recuerdan cuán grande es nuestra deuda de gratitud al Señor y cuán completa debería ser nuestra consagración a Aquél que murió por nuestros pecados.

​Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así de aquel pan, y beba de aquella copa. (l. Corintios 11:28.)

La Cena del Señor no fue instituida como medio de justificación o de conversión. En el corazón donde no hay gracia, no puede infundir gracia; en el alma que no ha sido perdonada, la Cena no puede conceder el perdón. No puede suplir la falta de arrepentimiento hacia Dios y fe en el Señor Jesucristo. Es una ordenanza para el penitente y no para el impenitente; para el creyente y no para el incrédulo; para el convertido y no para el inconverso. El inconverso quizá se imagine que participando de la Cena del Señor encontrará un camino más corto al cielo; pero llegará el día cuando se convencerá de cuán engañado estaba y experimentará las consecuencias terribles de su proceder. La Cena del Señor aumenta y fortalece la gracia que el creyente ya posee, pero no es para impartir gracia al que no la tiene. No fue instituida con el fin de convertir al hombre, justificarle y darle paz para con Dios.

El beneficio espiritual que el verdadero comulgante puede esperar de la Santa Cena es, como lo expresa el catecismo, “un fortalecimiento y refrigerio del alma.” La Cena nos brinda conceptos más claros sobre Cristo y su obra redentora; ideas más claras sobre los diferentes oficios que Cristo desempeña como Mediador y Abogado; una visión más profunda de la muerte vicaria de Cristo por nosotros; un juicio más perfecto y completo de la aceptación que en Cristo tenemos delante de Dios; unas razones más evidentes para el arrepentimiento y para una fe viva. Estos, entre otros, son los beneficios que el creyente puede esperar de la Cena.

La debida participación de la Cena del Señor obra en el alma del creyente un sentimiento de humillación. La visión de los símbolos de la sangre y cuerpo de Cristo nos recuerda cuán terrible es el pecado, ya que únicamente la muerte del Hijo de Dios podía satisfacer por el mismo y redimirnos de su culpa. En esta ocasión, más que en ninguna otra, el creyente ha de “revestirse de humildad” al arrodillarse delante de la mesa.

La debida participación de la Cena del Señor tiene efectos consoladores para el alma. La visión del pan partido y del vino derramado, nos recuerda cuán completa y perfecta es nuestra salvación. Esos símbolos nos muestran aquella poderosa verdad de que creyendo en Cristo no tenemos que temer nada, pues nuestra deuda ha sido pagada y satisfecha. La “preciosa sangre de Cristo” responde por cualquier acusación que pueda hacerse en contra de nosotros. Dios puede ser “un Dios justo y el que justifica al que es de la fe de Jesús.” (Romanos 3:26).

La debida participación de la Santa Cena constituye un medio de santificación para el alma. El pan y el vino nos recuerdan cuán grande es nuestra deuda de gratitud al Señor y cuán completa debería ser nuestra consagración a Aquél que murió por nuestros pecados. Parece ser como si los elementos nos dijeran: “Recuerda lo que Cristo ha hecho por ti; ¿hay algo que tú puedas hacer por Él y que te parezca demasiado grande?”

La debida participación de la Cena del Señor origina sentimientos que constriñen el alma. Cada vez que el creyente se acerca a la mesa, se da cuenta de que la profesión cristiana es seria y de que sobre él pesa la obligación de vivir una vida conforme a lo que profesa creer. Habiendo sido comprado, no con oro o plata, sino con la preciosa sangre de Cristo, ¿no le glorificará con su cuerpo y con su espíritu? El creyente que regularmente participa de la Cena del Señor y de una manera consciente discierne los elementos, no caerá fácilmente en el pecado, ni se someterá al mundo.

Esta es, pues, una breve relación de los beneficios que el verdadero comulgante puede esperar de la participación de la Cena del Señor. Al comer el pan y beber de la copa, el arrepentimiento del creyente profundizará, su fe aumentará, su conocimiento se ensanchará y sus hábitos de santificación se fortalecerán. Percibirá más en su corazón, “la presencia real de Jesucristo.” Al participar por la fe del pan, el creyente experimentará una comunión más íntima con el cuerpo de Cristo; al beber por la fe del vino, experimentará una comunión más íntima con la sangre de Cristo. Entenderá entonces perfectamente lo que significa esta unión íntima entre el creyente y Cristo y entre Cristo y el creyente; su alma notará la influencia de las aguas espirituales haciendo profundizar sus raíces, y sentirá como la obra de gracia se reafirma en su corazón y crece. No nos debe extrañar, pues, que el verdadero cristiano encuentre en la Cena del Señor una fuente de bendición.

Extracto del libro: «El secreto de la vida cristiana» de J.C. Ryle

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