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Una razón por la que somos tan fácilmente persuadidos a pecar es que no comprendemos los fines de Satanás. Este hace con los hombres en el pecado lo mismo que un general con los hombres en la guerra. Los capitanes tocan el tambor en busca de voluntarios, prometiendo paga y ascensos a los reclutas. La garantía de esos beneficios excelentes hace acudir a los soldados en masa, sin pensar en la dudosa justicia de la guerra. Satanás atrae hacia el pecado haciendo promesas doradas de recompensa por servirle: poder, fama o fortuna. Muchas almas necias son ganadas con sus astutos argumentos y el acicate de su propia naturaleza egoísta. Pocos se molestan en preguntar:

“¿Por qué está tan interesado en reclutarme?”. ¿Te lo digo? ¿Crees que está interesado en tu placer o provecho? ¡Ni mucho menos! Sus aspiraciones son todas egoístas. Tiene una inquina personal contra Dios, y te atrae, por medio del pecado, hacia su bando en la lucha. Lo que no te menciona es que tu misma alma corre peligro al defender su orgullo y su codicia. Pero poco se preocupa de tu bienestar. No pierde el sueño por tu segura condenación, como un general demente no lo hace por los hombres a quienes envía a una misión suicida.

Sabiendo esto, ¿por qué unirte a Satanás en su lucha contra Dios? ¡Te manda a una misión suicida! Este Joab sanguinario te enviará allí de donde nadie salió nunca con vida. Si te pones ante las balas de Dios, eres hombre muerto; a no ser que tires las armas y te rindas enseguida.
b) La maldad espiritual en los cristianos: su causa y su cura

Estos espíritus malignos son principalmente responsables de provocar a los cristianos hacia la maldad espiritual. No hay pecado que no tenga consecuencias espirituales; pero algunos pecados son más específicamente “espirituales” que otros. Dos clases se destacan:

1) los pecados guardados en el corazón; y
2) los pecados directamente relacionados con cuestiones espirituales: la idolatría, la soberbia espiritual, el ateísmo, las herejías, etc.

Pablo los llama contaminación del espíritu, y los distingue de la contaminación de la carne (2 Cor. 7:1). Hoy veremos…

1) La primera clase de maldad espiritual: el pecado del corazón.

Cuando el escenario donde se interpreta el pecado es el espíritu o corazón, entonces se trata de un pecado espiritual; tal como los pensamientos impuros, los afectos viles y los deseos que no se manifiestan en una acción abierta pero, sin embargo, son actos reales del hombre interior. Igual que sucede con todo pecado, Satanás es el gran instigador invisible de cualquier pecado del corazón.

Cuando te abruman pensamientos o sentimientos que sabes que no agradan a Dios, ¿qué puedes hacer? No quieres criticar, pero lo haces; no quieres codiciar, pero lo haces. ¿Cómo se pueden utilizar estas piedras de ofensa y tropiezo que Satanás arroja en tu camino para edificar un monumento a la gloria del Padre? Principalmente de dos formas: vigilando de cerca tu corazón y resistiendo firmemente a sus pecados.

Primero, vigila de cerca tu corazón. ¿Qué acogida encuentra Satanás al llegar con esas “malicias espirituales” y pedirte que les prestes atención? No te pregunto si tales invitados entran por la puerta. Si tuviéramos la capacidad divina de ver el corazón humano, descubriríamos los peores pecados agitando el corazón de todo creyente. Sabemos que ya están sembrados en el campo del corazón, y sabemos quién lo hizo: ese inmundo sembrador que es Satanás. Lo importante es si encuentran en nuestro corazón un campo abonado o si con pensamientos santos y oración seria, echamos aceite sobre ellos y les prendemos fuego, para que el fuego santo los consuma.

Satanás es insidioso. Muchos que se apartarían horrorizados al ver los pecados espirituales operando a la luz del día como deseos carnales, se han dejado engañar hasta acogerlos en sus cámaras privadas como invitados de honor.

¿Qué buen miembro de la iglesia se dejaría ver del brazo de una prostituta? Pero en lo secreto de su corazón puede dar rienda suelta a sus deseos en una lujuria inmunda. La mayoría no cometeríamos un asesinato, ¿pero cuántas veces hemos llevado a algún vecino a un callejón oscuro del pensamiento para allí desmembrarlo con el deseo de vengarnos por una riña insignificante?

Cristiano, es imperativo que te des cuenta de esto: cuando los pensamientos malos o inmundos se presentan en tu mente por primera vez, aún no has pecado. Eso es obra del diablo. Pero si les ofreces asiento y empiezas a conversar con ellos, te has hecho su cómplice. En poco tiempo acogerás estos pensamientos en tu corazón. Tu resolución de no ceder a una tentación que ya has admitido no puede contra Satanás y los anhelos de la carne.

Tu confianza tiene que descansar en este hecho: los pensamientos inmundos no permanecen allí donde el amor de Cristo reina supremo. Les da tanto pánico oír tus conversaciones con Cristo como a un asesino fugitivo saber que le han visto en la ciudad. Bien hacen; porque tus pensamientos santos buscarán a los malignos y los matarán al momento. Tanto el juicio como la sentencia serán rápidos.

Segundo, resiste firmemente los pecados del corazón, demostrando así tu verdadera lealtad. Necesitamos recordar constantemente que estos son tan pecaminosos como cualquier otro: “El pensamiento del necio es pecado” (Pr. 24:9). Cada lugar del Infierno es Infierno. La lujuria, la envidia y el asesinato son pecados tanto al cometerlos en el corazón como con hechos externos. Tales pensamientos no pueden correr desbocados en el creyente sin graves consecuencias. Tu alma es morada del Espíritu Santo; Él ocupa todo el corazón como aposento. Cuando ve que has alquilado ciertas habitaciones a los deseos diabólicos, es hora para él de marcharse. Si valoras la presencia del Espíritu, declara tu lealtad a Cristo ante la primera llamada de Satanás, renunciando a todo pensamiento que no sea voluntariamente cautivo de Dios.

¿Ves como los pecados del corazón pueden ser aún más graves que los pecados físicos? Mientras más participan el corazón y el espíritu en una acción maligna, peor resulta. Y cuanto más lo hacen en una acción santa, es realmente mejor, aunque los demás no opinen así. Según Cristo, las dos blancas de la viuda eran la mejor ofrenda, ¿por qué? No porque el acto externo excediera a los otros presentes, sino porque la actitud interna de su corazón sobrepasaba a todos. Deja que Satanás intente golpear tu corazón con sus viles imaginaciones. No puedes evitar que sople, como tampoco se puede frenar un huracán en su camino a la costa. Pero sí puedes tomar precauciones a tiempo ante una tormenta de malos pensamientos.

Primera precaución: Sella las ventanas de tu corazón con la oración. Si la lengua es tan rebelde y difícil de domar, ¿qué será de la mente, de donde los pensamientos salen volando tan raudos y apretados como las abejas de una colmena volcada? He aquí el secreto: para controlar tus pensamientos, pide a Cristo que controle tu corazón.

¡Cuántas veces clamó David por esto! Sabía que le era imposible controlar su corazón. Pero tenía la promesa de Dios de ayudarle, y tú también la tienes, si eres su hijo (Sal. 37:23; Pr. 30:5). ¿Cómo te sentirías como padre terrenal viendo que una inundación sube hacia tu casa, y que tu hijo atrapado se niega a permitirte que lo lleves a un lugar seguro? Así debe sentirse nuestro Padre celestial cuando la tentación amenaza con anegarnos y no queremos aferrarnos a su promesa para que nos haga pasar por encima del tumulto.

Tendrás que orar más y con mayor firmeza cuando se te llame a cumplir con un deber en el que tengas un contacto más estrecho de lo normal con el mundo. Entonces los pensamientos diabólicos atacarán como una plaga de langostas. Primero, asegúrate de que te estás ocupando de los negocios del Padre y no de los tuyos propios. La promesa de Dios de protegerte es condicional: “Encomienda a Jehová tus obras, y tus pensamientos serán afirmados” (Pr. 16:3). No intentes defenderte de Satanás con tus propias fuerzas. Dile a Dios que temes lo que pueda pasar si no intercepta esas imaginaciones malignas. Hazle censor de tus pensamientos, y no necesitarás preocuparte. El brazo del diablo no te puede alcanzar cuando, con oración ferviente, te pones bajo la sombra del Omnipotente.

Segunda precaución: Pon fuerte guardia a tus sentidos externos. Satanás te sobrevuela buscando un lugar donde aterrizar, como tus oídos u ojos, que le de acceso fácil al hombre interior. Igual que el aire viciado contamina todo aquello con lo que entra en contacto, los pensamientos perniciosos corrompen a toda la persona. ¡Asegúrate de respirar aire puro! Fija la vista en el Cielo. Los objetos lujuriosos provocan pensamientos lascivos, ¿no provocarán entonces los objetos santos puros pensamientos?
Tercera precaución: Inspecciona tu corazón diariamente. Toma tiempo cada día para reflexionar acerca de los pensamientos que han moldeado tus actitudes y acciones en esa jornada. Un maestro no llama al orden para luego ausentarse del aula durante todo el trimestre. ¿Cuánto tiempo permanecerían los alumnos en sus mesas ocupándose en tareas productivas? El ruido de sus juegos pronto llenaría los pasillos de todo el colegio. Tu corazón suele ser un alumno rebelde. Gran parte del ruido profano en que prorrumpe (ira, envidia, impaciencia, amargura y demás) resulta de haberlo dejado a su aire. La mente es el aula del cuerpo; el corazón es el alumno. Vigila lo que allí se aprende.

He aquí una forma rápida de revisar el corazón. ¿Son tus pensamientos buenos o malos? Cuando son buenos, ¿recibe Cristo el crédito por ellos? Cuando son malos, ¿te horrorizas y te determinas a expulsar a esos mocosos desagradables? De ser así, demuestras que tales “malicias espirituales” son más de Satanás que tuyas. Además de los pensamientos malos, hay otros que tampoco deben albergarse. Estos son las imaginaciones vanas, vacías y mundanas. Aunque en sí no parezcan tan abominables, te apartan de lo mejor. ¿Y quién de nosotros tiene tiempo que malgastar en esta vida? Igual que el agua que corre por el molino, todo pensamiento que no te ayuda en la obra de Dios se malgasta. La abeja no se posa en una flor sin néctar. Tampoco el cristiano debe dar lugar a pensamiento alguno que no alimente su alma.

Ni siquiera tus buenos pensamientos son inmunes a la contaminación de Satanás. Por ejemplo, puede que te abrume la convicción de tus pecados y llores sinceramente ante el Señor. Pero si te consume el remordimiento, corres peligro de perder la fe en la gloriosa promesa divina de la redención por gracia. O tal vez meditas en las necesidades y el cuidado de tu familia. Proveer para los tuyos es muy bíblico; pero si te preocupas tanto por esta responsabilidad que olvidas que Dios es tu proveedor, de nuevo demuestras una grave falta de fe.

Se nos enseña que aprendamos y obedezcamos todo el consejo de Dios. ¿De qué sirve fijarte en algún mandamiento divino como tu favorito, desechando los demás? Tendrás tantos problemas como la persona cuyo cirujano restaura una vena menor cortando al hacerlo una arteria principal. Tal descuido probablemente lisiará al paciente, si no lo mata. Tu alma es una criatura delicada, y mantener su equilibrio requiere gran destreza. Guárdate constantemente de centrarte tanto en una o dos de las ordenanzas de Dios que no tengas tiempo para todas las demás.

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Extracto del libro: “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall

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