En BOLETÍN SEMANAL

Cuando san Pablo, recordando a los Gálatas su condición anterior al momento de ser iluminados con el conocimiento de Dios, dice que «sirvieron a los que por su naturaleza no eran dioses» (Gál.4:8). Aunque el Apóstol no dice «latría», sino “dulía”, ¿era acaso por eso excusable su superstición? Ciertamente no la condena menos por llamarla «dulía» que si la denominara «latría». Y cuando Cristo rechaza la tentación de Satanás con esta defensa: “Escrito está: al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás» (Mt. 4: 10), no se trataba para nada de “latría», puesto que Satanás no le pedía más que la reverencia que en griego se llama «proskynesis». Asimismo cuando san Juan es reprendido por el ángel porque se arrodillaba ante él (Ap 19:10), no se debe entender que san Juan fuera tan insensato que haya querido dar al ángel la honra que sólo a Dios se debe. Mas como quiera que la honra que se tributa por devoción no puede por menos de llevar en sí algo de la Majestad de Dios, san Juan no podía adorar al ángel sin privar en cierto modo a Dios de su gloria.

Es cierto que con frecuencia leemos que los hombres han sido adorados; pero se trata de la honra política que se refiere a la moralidad humana; la honra religiosa tiene otro matiz muy distinto, porque al ser honradas las criaturas religiosamente se profana con ello la honra de Dios. Lo mismo vemos en el centurión Cornelio, pues no andaba tan atrasado en la piedad, que no supiese que el honor soberano se tributa sólo a Dios. Y si bien se arrodilla delante de san Pedro (Hch. 10:25), ciertamente no lo hace con intención de adorarle en lugar de Dios; no obstante, Pedro le prohíbe absolutamente que lo haga. ¿Por qué, sino porque los hombres jamás sabrán diferenciar a su vez en su lenguaje entre la honra que se debe a Dios y la que se debe a las criaturas, de tal manera que den indistintamente a las criaturas el honor que se debe solamente a Dios?

Por lo tanto, si queremos tener un Dios sólo, recordemos que no se le debe privar en lo más mínimo de su gloria, sino que se le ha de dar todo lo que le pertenece. Por esto Zacarías, hablando de la reedificación de la Iglesia, abiertamente declara que no solamente habrá entonces un Dios, sino que su mismo Nombre será uno sólo, a fin de que en nada se parezca a los ídolos (Zac. 14:9).

Cuál es el servicio y culto que Dios exige, se verá en otra parte. Porque Dios quiso con su Ley prescribir a los hombres lo que es justo y recto, y por este medio someterlos a una regla determinada, para que no se tomase cada cual la libertad de servirle a su antojo.

Mas, como no es conveniente cargar al lector con muchos temas a la vez, dejo por ahora este punto. Bástenos saber de momento, que cuando los hombres tributan a las criaturas algún acto de religión o de piedad, cometen un sacrilegio. La superstición primeramente tuvo por dioses al sol, a las estrellas y a los otros ídolos. A esto sucedió la ambición, que adornando a los hombres con los despojos de Dios, se atrevió a profanar todas las cosas sagradas. Y aunque permanecía en pie el principio de honrar a un Dios supremo, sin embargo, se introdujo la costumbre de ofrecer sacrificios indistintamente a los espíritus, a los dioses menores y a los hombres notables ya difuntos. ¡Tan inclinados estamos al vicio de adjudicar a muchos lo que Dios tan rigurosamente manda que se le reserve sólo a Él!


Extracto del libro: “Institución de la Religión Cristiana”, de Juan Calvino

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