En BOLETÍN SEMANAL

Los que quieren debatir sobre quien es Dios, no hacen más que fantasear con vanas especulaciones, porque más bien nos conviene saber cómo es, y lo que pertenece a su Naturaleza.  Porque ¿qué aprovecha confesar, como Epicuro, que hay un Dios que, dejando a un lado el cuidado del mundo, vive en el ocio y el placer? ¿Y de qué sirve conocer a un Dios con el que no tuviéramos nada que ver? Más bien, el conocimiento que de Él tenemos nos debe primeramente instruir en su temor y reverencia, y después nos debe enseñar y encaminar a obtener de Él todos los bienes, y darle las gracias por ellos.

Porque ¿cómo podremos pensar en Dios sin que al mismo tiempo pensemos que, ya que somos hechura de sus manos, por derecho natural y de creación estamos sometidos a su Imperio; que le debemos nuestra vida, que todo cuanto emprendemos o hacemos lo debemos referir a Él? Puesto que esto es así, se sigue como cosa cierta que nuestra vida está miserablemente corrompida, si no la ordenamos a su servicio, puesto que Su Voluntad debe servirnos de regla y ley de vida. Por otra parte, es imposible ver claramente a Dios, sin que lo reconozcamos como fuente y manantial de todos los bienes. Con esto nos moveríamos a acercarnos a Él y a poner toda nuestra confianza en Él, si nuestra malicia natural no apartase nuestro entendimiento de investigar lo que es bueno. Porque, en primer lugar, un alma temerosa de Dios no se imagina un tal Dios, sino que pone sus ojos solamente en Aquél que es Único y Verdadero Dios; después, no se lo figura cual se le antoja, sino que se contenta con tenerlo como Él se le ha manifestado, y con grandísima diligencia se guarda de salir temerariamente de la voluntad de Dios, vagando de un lado para otro.

– Del conocimiento de Dios como soberano fluyen la confianza cierta en Él y la obediencia

El alma que ha conocido de esta manera a Dios, entiende en lo profundo de su alma que Él lo gobierna todo, y entonces confía en estar bajo su amparo y protección y se pone bajo su guarda, por entender que es el Autor de todo bien; si alguna cosa le aflige, si alguna cosa le falta, al momento se acoge a Él esperando que le ampare. Y porque se ha persuadido de que Él es bueno y misericordioso, con plena confianza reposa en Él, y no duda de que en su clemencia siempre hay un remedio preparado para todas sus aflicciones y necesidades; porque lo reconoce por Señor y Padre, concluyendo que es muy justo tenerlo por Señor absoluto de todas las cosas, darle la reverencia que se debe a su Majestad, procurar que su gloria se extienda por todo el mundo y obedecer sus mandamientos. Porque como ve que es Juez justo y que está armado de severidad para castigar a los malhechores, siempre tiene delante de los ojos su tribunal; y por el temor que tiene de Él, se detiene y se domina para no provocar su ira.

Con todo no se atemoriza de su juicio, de tal manera que quiera apartarse de Él, aunque pudiera; sino más bien lo tiene como Juez de los malos, como Bienhechor de los buenos; puesto que entiende que tanto pertenece a la gloria de Dios dar a los impíos y perversos el castigo que merecen, como a los justos el premio de la vida eterna. Además de esto, no deja de pecar por temor al castigo, sino porque ama y reverencia a Dios como Padre, lo considera y le honra como Señor; aunque no hubiese infierno, sin embargo, tiene gran horror de ofenderle. Ved, pues, lo que es la auténtica y verdadera religión, a saber: fe unida a un verdadero temor de Dios, de manera que el temor lleve consigo una voluntaria reverencia y un servicio tal cual le conviene, según el mismo Dios lo ha mandado en su Ley. Y esto se debe notar con mayor diligencia cuanto vemos que todos honran a Dios de forma indiferente pero muy pocos le temen, puesto que todos cuidan de la apariencia exterior y muy pocos de la sinceridad de corazón requerida.

 

Extracto del libro: “Institución de la Religión Cristiana”, de Juan Calvino

 

 

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