En BOLETÍN SEMANAL

Esto deberán tener por seguro todos aquellos que juzgan rectamente: que está esculpida en el alma de cada hombre una conciencia de la Divinidad, la cual de ningún modo se puede destruir; y que naturalmente está arraigada en todos esta convicción de que hay un Dios. Y que esta persuasión está casi como vinculada a la médula misma de los huesos, es suficiente testimonio la contumacia y rebeldía de los impíos; los cuales, esforzándose y luchando furiosamente por desentenderse del temor de Dios, nunca, logran salirse con la suya, aunque Diágoras y otros como él, hagan escarnio de cuantas religiones ha habido en el mundo; aunque Dionisio, tirano de Sicilia, robando los templos haga burla de los castigos de Dios, sin embargo, esta risa es fingida y no pasa de los labios; porque por dentro les roe el gusano de la conciencia, el cual les causa más dolor que cualquier cauterio. No intento decir lo que afirma Cicerón: que los errores se desvanecen con el tiempo, y que la religión de día en día crece más y se perfecciona; porque el mundo, como luego veremos, procura y se esfuerza cuanto puede en apartar de sí toda idea de Dios y, corromper por todos los medios posibles el culto divino. Únicamente digo esto: que aunque la dureza y aturdimiento, que los impíos muy de corazón buscan para no hacer caso de Dios, se corrompa en sus corazones, sin embargo aquella conciencia que tienen de Dios, la cual ellos en gran manera querrían que muriese y fuera destruida, permanece siempre viva y real.

De donde concluyo, que ésta no es una doctrina que se aprenda en la escuela, sino que cada uno desde el seno de su madre debe ser para sí mismo maestro de ella, y de la cual la misma naturaleza no permite que ninguno se olvide, aunque muchos hay que ponen todo su empeño en ello. Por tanto, si todos los nombres nacen y viven con esta disposición de conocer a Dios, y el conocimiento de Dios, si no llega hasta donde he dicho, es caduco y vano, queda claro que todos aquellos que no dirigen cuanto piensan y hacen a ese blanco, degeneran y se apartan del fin para el que fueron creados. Lo cual, los mismos filósofos no lo ignoraron. Porque no quiso decir otra cosa Platón, cuando tantas veces enseñó que el sumo bien y felicidad del alma es ser semejante a Dios, cuando después de haberle conocido, se transforma toda en Él. Por eso Plutarco introduce a un cierto Grilo, el cual muy a propósito disputa afirmando que los hombres, si no tuviesen religión, no sólo no aventajarían a las bestias salvajes, sino que serían mucho más desventurados que ellas, pues estando sujetos a tantas clases de miserias viven perpetuamente una vida tan llena de inquietud y dificultades. De donde concluye que sólo la religión nos hace más excelentes que ellas, viendo que por ella solamente y por ningún otro medio se nos abre el camino para ser inmortales.

 

Extracto del libro: “Institución de la Religión Cristiana”, de Juan Calvino

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