En BOLETÍN SEMANAL
​Una vida negativa: Muchos lo consideran de esta manera y dicen: "tu vida cristiana es una vida meramente negativa; no es sino una vida de prohibiciones en la que no haces más que subrayar el orden, el control, la disciplina, el cuidado, y cosas por el estilo. ¿Acaso no es este cristianismo una vida totalmente negativa?"

La vida cristiana en contraste con la vida de ebriedad y disolución, no agota al hombre. Esa es la tragedia de aquella otra vida. El pobre borracho se cree estimulado; pero en realidad se está agotando debido a su uso pródigo de energías y de todo lo demás. Pero la vida cristiana no produce ese agotamiento; produce precisamente lo opuesto, a Dios gracias.

En este punto emerge un gran principio. No sólo se aplica a la bebida, sino a muchos otros elementos que producen el mismo efecto que la bebida. En términos sencillos nos dice que la diferencia entre la operación del Espíritu sobre nosotros y cualquier otra influencia que a primera vista pudiera parecernos semejante a la influencia del Espíritu es que todas estas otras agencias nos dejan exhaustos, mientras que el Espíritu siempre derrama su poder dentro de nosotros.

Permítame ilustrar lo que quiero decir. Recuerdo haber oído hace algunos años algo de una obra misionera que era auspiciada por cierta organización cristiana durante un determinado período. Luego recuerdo haber oído que el tiempo inmediatamente posterior fue una de las peores épocas en sentido espiritual de la historia de dicha organización. Se redujo el número de gente que asistía a las reuniones de oración y a las demás reuniones. La gente no sólo dejó de asistir a las reuniones de oración o de cumplir con su trabajo regular de cristiano, sino que tampoco leían las Escrituras como debían de haberlo hecho. Alguien preguntó por la causa de este extraño fenómeno y la explicación, la respuesta dada, fue ésta: todo ello se debe a lo que llamaron ‘el agotamiento post-campaña’. Cada participante estaba cansado y exhausto. ¿No es esto algo que nos impulsa a pensar?

El Espíritu Santo, afirmo, no agota; Él pone poder en nosotros. Muchos otros medios nos agotan. Si una iglesia u organización cristiana está agotada después de una campaña evangelística, yo pondría muy en duda la base sobre la cual la campaña fue conducida. El Espíritu no agota, pero sí la energía producida y gastada por el hombre. El alcohol o cualquier otro estimulo artificial inventado por el hombre siempre nos dejan agotados y cansados. No hace así el Espíritu. La ebriedad agota; el Espíritu Santo no agota, todo lo contrario, da energía.

Del mismo modo podemos indicar que este exceso, esta ebriedad siempre empobrece. El
pobre borrachín despierta para ver que no le queda nada. Es lo que vemos en la historia del hijo pródigo. Allí estaba, pobre hombre; el dinero se le había terminado, todo se había ido, y él trataba de mantenerse vivo comiendo las algarrobas con las que se alimentaban los cerdos. Pero ‘nadie le daba nada’. Ya no tenía absolutamente nada, había empobrecido totalmente. Entonces recuerda su hogar y a su padre y dice: «Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan». Tenían lo suficiente, incluso para ahorrar. «Y yo aquí perezco de hambre». Aquí está, completamente agotado. Todas sus cosas se han desvanecido totalmente y él se ha quedado sin dinero, sin esperanza, sin ayuda y sin amigos. La vida cristiana es exactamente lo opuesto de tal condición. El apóstol vuelve a expresarlo al escribir a Timoteo: «atesorando para sí buen fundamento para lo porvenir» (1Ti. 6:19). ¿Estamos construyendo nosotros, estamos aumentando nosotros, estamos creciendo, nos estamos desarrollando? Esta es la prueba más profunda que indicará si el Espíritu está en toda su plenitud en nosotros o no. La vida antigua natural y pecaminosa empobrece y nos deja con las manos vacías.

Pero permítanme apresurarme hacia el tercer principio. He estado subrayando que la vida cristiana es una vida controlada y ordenada, que se trata de una vida productiva en contraste con todas las demás. Pero sobre todas las cosas deseo subrayar que la vida cristiana no es una vida meramente negativa. Creo que para expresar precisamente esto el apóstol utilizó esta comparación. Quizá hayan estado leyendo esta epístola a los efesios y especialmente desde el versículo 17, del capítulo cuatro hasta aquí, y pueden en una lectura superficial haber tenido la impresión de que la vida cristiana es una vida negativa. «No debes hacer esto, no debes hacer aquello, no debes participar en conversaciones necias, no debes embriagarte, etcétera». Muchos lo consideran de esta manera y dicen: «tu vida cristiana es una vida meramente negativa; no es sino una vida de prohibiciones en la que no haces más que subrayar el orden, el control, la disciplina, el cuidado, y cosas por el estilo. ¿Acaso no es este cristianismo una vida totalmente negativa?» La respuesta es, «No, y mil veces no».

¿Cómo se puede destacar y acentuar esta realidad? Podemos expresarlo de la siguiente manera. Como hemos visto, hay algo en la vida cristiana por lo cual un incrédulo puede pensar que la persona que es cristiana está ebria: ‘están llenos de mosto’. «No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución: mas sed llenos del Espíritu». No, esta no es una vida negativa. Y creo que el apóstol estaba particularmente preocupado por destacar esto. Hay algunos que aparentemente piensan del cristiano como de un hombre que, para usar las palabras de Milton, «se burla de los deleites y vive días difíciles». Lo considera un hombre triste, casi miserable, un hombre meramente moral.

¿Cómo se podría destacar, con mayor fuerza que la del versículo que estamos considerando, que la vida cristiana no es sólo una moralidad negativa? ¿Acaso alguno está sorprendido de que yo hable de esta manera de la moralidad? Lo hago así porque en muchos sentidos la moralidad es el mayor enemigo del cristianismo. Hoy en día los hombres de elevada moral son los peores enemigos de la cruz de Cristo; en consecuencia deben ser denunciados. El cristianismo no es mera moralidad, o la ausencia de ciertas cosas en la vida del hombre. Por cierto, no hay nada que cause tanto daño a la fe cristiana que precisamente este punto de vista. Estoy subrayando este punto porque estoy cada vez más convencido de que la condición de la iglesia actual se debe, mayormente, al hecho de que durante aproximadamente un siglo la iglesia ha estado predicando moralidad y ética, en vez de la fe cristiana. Se ha predicado sobre ser bueno, ser una buena persona, y de considerar a la religión como ‘moralidad con un toque de emoción’, para usar las palabras de Matthew Arnold. Y esto ha sido una maldición. Estos hombres han echado a un lado las doctrinas; se oponen a cualquier idea referida a la expiación, descartan en su totalidad la noción de lo milagroso y sobrenatural, y ridiculizan toda conversación referida al nuevo nacimiento. Para ellos el cristianismo es lo que enseña a alguien a ser buena persona.

Pero eso es totalmente falso. El cristianismo da al hombre una vida nueva. No se trata de una mera moralidad negativa y mecánica que adormece al alma despojándola de toda su vida y vitalidad. Afirmo que el apóstol, al usar esta comparación, hace tronar ante nosotros este tremendo hecho, este hecho de que la vida cristiana no es una simple vida negativa, una mera ausencia del mal y del pecado.

Extracto del libro: «Vida nueva en el Espíritu», de Martin Lloyd-Jones

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