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Como en la mayoría de las enfermedades, cuanto antes se aísle la causa, antes se podrá curar.

a) Síntomas falsos o engañosos:
Antes de llegar a la causa raíz, primero te aviso acerca de algunos síntomas falsos que pueden hacerte creer erróneamente que tu virtud está en declive.

1) Una convicción de pecado en aumento. No pienses necesariamente que tu virtud se ha debilitado porque tu convicción de pecado personal es más fuerte que antes. Este error común, a menudo causa grandes molestias al cristiano. De repente el creyente es terriblemente consciente del orgullo o la hipocresía, o de alguna otra corrupción que parece brotar como una mancha horrenda en su propia naturaleza. Le horroriza ver su propio pecado. Satanás entonces le carga de culpa, y pronto el cristiano se siente casi abrumado por el dolor y el remordimiento. Si este es tu caso, déjame preguntarte algo: ¿No es muy posible que el pecado que ahora te pesa lleve años en ti, y antes nunca lo habías notado? De ser así, regocíjate porque tu gracia no se desvanece, sino que florece y ahoga algunos hierbajos perennes que Satanás puede haber sembrado hace tiempo. Si sigues acongojado, afírmate al saber que el pecado no puede vencer a aquel cuyo horror ante su presencia va en aumento (cuidado con emplear esto como excusa para los pecados nuevos, sé sincero contigo mismo y con Dios).

Nadie está tan lleno de remordimiento ante el menor pecado como los que crecen en su amor por Cristo. A medida que pasa el invierno y se acerca la primavera, el sol se hace más fuerte y derrite la escarcha más temprano cada día. Una señal segura del aumento del amor de Cristo en tu corazón es que el pecado no puede permanecer mucho tiempo antes de derretirse con pena y arrepentimiento verdadero. El alma deteriorada es aquella en que los pecados permanecen congelados y endurecidos, con poca tristeza aparente por ellos.

2) Disminución del consuelo. La gracia puede estar obrando en ti cuando menos sientes su presencia. ¿Cuándo triunfó más la fe que en el momento en que el Salvador clamó con total desesperación: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mr. 15:34). Aquí la fe estaba en su apogeo, aunque para el gozo era un mal momento. Tal vez acabas de hacer algo por obediencia y vuelves a casa sin las gavillas de gozo que sueles recoger después de trabajar en los campos del Padre. No creas por ello que algo ha estado mal en tu trabajo. Los sentimientos no siempre son una medida exacta de tu estado espiritual.

El consuelo no es esencial en el cumplimiento del deber; se trata de una gratificación que Dios puede dar o no dar. Lo bien que hayas desempeñado el cargo que Él te encomendó no tiene nada que ver. Un viajero puede ir tan rápido y llegar tan lejos con tiempo nublado como con un sol radiante. De hecho, a veces irá más rápido con nubes: el calor del sol puede darle sueño y hacer que se pare a descansar; pero con frío y oscuridad espoleará su caballo y llegará antes a su destino. Algunas virtudes, como algunas flores, crecen mejor a la sombra: la perseverancia, la humildad y la dependencia de Dios, por ejemplo.

3) Aumento de la tentación. Si oyes decir a alguien que está débil porque no puede correr tan rápido hoy cargando con 50 kg como corría ayer sin ellos, pronto le dirás que se ha equivocado. Pero tú puedes cometer el mismo error en cuanto a la tentación. Esta no siempre supone la misma carga para la conciencia.

Puedes vencer una tentación con poco esfuerzo consciente, mientras que otra te oprime día y noche. Es fácil desalentarse y llegar a la conclusión de que eres perezoso o no sincero. Pero la gracia puede estar actuando más fuertemente en ti mientras lucha contra esta tentación obcecada, que cuando vence una menor. Un barco con poca carga y navegando viento en popa vuela sobre las aguas. El mismo barco, en cambio, con carga pesada y luchando contra el viento, casi no se mueve. Pero la tripulación tendrá que utilizar todas sus energías en esta última situación, mientras en la primera la mitad de los hombres podrá retirarse a descansar.

b) Síntomas genuinos de la espiritualidad en declive

1) Negligencia ante la tentación.

¿Se ha vuelto tu conciencia tan descuidada y adormilada que prestas poca atención a las redes del diablo? A David le dolió el corazón solo por cortar el manto de Saúl. Pero más tarde no parece haber sentido ningún escrúpulo al mirar a Betsabé con el corazón lleno de lujuria. El hecho de que fuera tan fácilmente llevado por Satanás de un pecado horrendo a otro, demuestra que la piedad de David se había dormido y que su corazón era menos consagrado que antes. Cuando la conciencia se hace insensible ante la tentación, la gracia se halla en estado crítico.

Si tu conciencia está alerta a la tentación pero no tiene ánimo para luchar contra ella, tus virtudes aún deben considerarse muy enfermas. Si permitimos que la tentación merodee por las fronteras de nuestra conciencia, ello demuestra que somos malos guardianes de nuestra piedad. Si no tomas las armas contra tu enemigo y buscas la liberación de Dios con fervor, puedes estar seguro de que la concupiscencia pronto obtendrá ventaja sobre la gracia. Sin embargo, el hecho de poder resistir la tentación no significa que la gracia de Dios sea muy fuerte en ti. Por si te vuelves autosatisfecho, pregúntate por qué resistes la trampa del diablo. Tal vez recuerdes una época en que tu amor por Cristo habría echado fuego contra Satanás por tentarte a pecar. Pero ahora ese fuego santo está tan cerca de apagarse que lo único que evita que peques es un motivo mezquino. Si solamente te importa tu reputación, por ejemplo, y te importa poco o nada la de Dios, tu virtud está muy débil. A fin de cuentas Él es el más ofendido por tu pecado. Cada acto de gracia debe ser una piedra del monumento a su gloria, o se volverá en piedra de tropiezo.

2) Distracción durante el culto.

Tal vez en cierta época tu corazón respondía de buen grado al Espíritu Santo cuando te llamaba a buscar el rostro de Dios: “Tu rostro buscaré, oh Jehová” (Sal. 27:8). Anhelabas tanto la llegada del culto como el pecador anhela que este se acabe. Atesorabas el tiempo a solas con tu Padre celestial. El hambre y la sed de justicia son señal de salud, porque un alma hambrienta es alma sana. Por otra parte, el alma que no clame constantemente a Dios para obtener el alimento espiritual se debilitará día a día.

Los que más comunión tienen con Dios saben mejor servirle. Un capitán solo puede dirigir a sus soldados si estos están cerca para poder oír su voz. Tus frecuentes retiros para tener comunión con Dios aseguran que lo oirás cuando hable, y así recibirás las órdenes directamente de Él. No es la frecuencia sino la espiritualidad del servicio lo que hace crecer la gracia en el cristiano. Ocuparse haciendo algo para el Señor no basta; hay que estar seguro de que la obra lleva el sello de la fe, el celo y el amor. Si te encuentras haciendo las tareas espirituales como hábito en lugar de por amor, es hora de reparar tu armadura.

¿Sigue tu corazón recibiendo las mismas porciones generosas de alimento espiritual cuando estás en comunión con Dios?

Esa comunión debe fortalecer tanto tu fe como tu obediencia. ¿O quizá escuchas y oras, pero sin encontrar ya la fuerza para cumplir con una promesa o vencer la tentación? ¡Deshonras a Dios cuando bajas del monte de la comunión y rompes las tablas de su ley en cuanto te alejas! No encontrar la fe y la fuerza renovadas en la comunión con Él es señal segura del declive espiritual.

3) Una actitud obsesiva en cuanto al trabajo.

Qué fácil es dejar que las responsabilidades de trabajo y familia nos dejen menos espirituales que antes. Si lo permitimos, los afanes de este mundo nos seguirán al lugar de oración y se pegarán al alma, dando un olor rancio y mundano a nuestras oraciones y meditación.

Una manera como nos oprimen los afanes de este mundo es dándoles demasiada importancia a los bienes mundanos. Tal vez trabajas duro sin recibir mucha remuneración, o predicas sin obtener reconocimiento. Cuando te convertiste a Cristo, lo único que te importaba era conocerle mejor. Los bienes y el rango no eran nada para ti, y las desilusiones de la vida te unían más a Dios. Pero ahora este anhelo de tu corazón por los tesoros y la estima del mundo te atosiga sin misericordia. ¡Necesitas urgentemente que se te restaure la gracia! Si trabajaras menos para mejorar tu estado mundano y oraras más para mejorar la calidad de tus dones espirituales, pronto encontrarías paz en tu alma en cuanto a la providencia de Dios.

¿Cómo recuperar la virtud decadente?

La armadura del cristiano se daña de dos maneras. Primero, por el asalto violento: cuando la tentación al pecado te vence. Segundo, por negligencia: cuando dejas de cumplir con aquellos deberes que, como el aceite, mantienen pulida y brillante tu armadura. Busca la causa; es probable que sea por ambas cosas.

a) Cómo recuperarte del pecado

1) Renueva el arrepentimiento. Este es el consejo de Cristo a la iglesia en Efeso: “Arrepiéntete, y haz las primeras obras” (Ap. 2:5). En esencia, le dice: “Arrepiéntete para que puedas volver a las primeras obras”. Se promete sanidad al alma arrepentida (Os. 14:2-4); por tanto, examina tu corazón con la diligencia que emplearías en tu casa si sospecharas la presencia de un asesino oculto, esperando la noche para matarte. Cuando hayas encontrado el pecado culpable, llena tu corazón de vergüenza e indignación por ello. Déjalo ante el Señor mediante confesión quebrantada.

2) Reafirma tu fe. Una vez renovado el arrepentimiento, renueva tu fe en la promesa de Dios en cuanto al perdón (1 Jn. 1:9). El arrepentimiento es un purgante para la tendencia al pecado; la fe un tónico que restaura la fuerza. Aun si tu carácter santo se ha gastado casi del todo, la fe puede restaurar su fuerza rápidamente. La fe te infunde la paz de la promesa, llamada la “paz en el creer” (Ro. 15:13). De la paz fluye el gozo, y el gozo, según la Palabra da fuerza: “El gozo de Jehová es vuestra fuerza” (Neh. 8:10).

3) Renuncia a tus deseos pecaminosos. Una vez arrepentido, y reclamada la promesa del perdón de Dios, respalda tus acciones desarraigando el pecado allí donde asome. Donde hay mucha maleza las flores mueren. La gracia que no crece con vigor ni florece en profusión está siendo ahogada por un deseo contrario. ¡Sabes bien lo fuertes que son tus malos deseos! Si no los mortificas a diario por el Espíritu, brotan de la noche a la mañana. Corta de raíz todo pecado con el hacha de la mortificación. Verás cómo Dios bendice y mejora el carácter de tu virtud.

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Extracto del libro: “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall

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