En BOLETÍN SEMANAL

De las razones que mueven a las esposas a realizar su deber, de todas, la principal razón que el apóstol da a entender aquí, está tomada del lugar en el que Dios ha colocado al marido y que, por ello, se da a entender primeramente en las palabras “como al Señor”. A continuación, se expresa con mayor claridad y de un modo más directo en las siguientes palabras: “El marido es la cabeza de la esposa”… Sobre la semejanza entre el marido y Cristo, el Apóstol deduce que la esposa debería parecerse a la Iglesia y, por tanto, concluye: “Pero así como la iglesia está sujeta a Cristo, también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo”.

Razón 1: El lugar donde Dios ha establecido al marido, al servir para dirigir a la esposa en su forma de sujetarse, también sirve para impulsarla a rendirse a dicha sujeción tal como se le exige, lo cual aparecerá en las dos conclusiones que siguen y derivan de ello:

1. Al sujetarse a su marido, la esposa está sujeta a Cristo.

2. Al negarse a sujetarse a su esposo, la mujer se está negando a sujetarse a Cristo.

Que estas dos conclusiones se sacan justamente y con derecho de la razón antes mencionada, es algo que demuestro mediante una inferencia similar a la que hace el Espíritu Santo de la misma manera… Es evidente que Jesucristo, incluso en la condición de hombre y hecho carne, estaba en la habitación y en el lugar de su Padre, tras lo cual le dijo a Felipe, quien deseaba ver al Padre: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn. 14:9).

Ahora, observa lo que Cristo sugiere, por una parte: “El que me recibe a mí, recibe al que me envió” (Mt. 10:40) y, por otra: “El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió” (Jn. 5:23). Asimismo, es evidente que los ministros del evangelio ocupan el lugar de Cristo porque esto es lo que afirma el Apóstol de sí mismo y de otros: “Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo” (2 Co. 5:20)…

Aplicando esta razón, espero que las esposas que viven bajo el Evangelio posean tanta fe y piedad como para reconocer que les conviene estar sujetas al Señor Jesucristo. Aprendan aquí, pues, una parte especial y principal de la sujeción a Cristo, que es estar sujetas a sus maridos. Así mostrarán que son las esposas de Cristo el Señor, como afirma el Apóstol acerca de los siervos obedientes: “[Son] siervos de Dios” (1 P. 2:16).

Una vez más, espero que nadie esté tan vacío de toda fe y piedad como para negarse a someterse a Cristo: Tomemos nota aquí de que, si alguna se niega deliberadamente a sujetarse a su marido, se estará negando a sujetarse a Cristo. Por este motivo, puedo aplicar adecuadamente a las esposas lo que el Apóstol dice sobre los súbditos: Cualquiera que se resista al poder y a la autoridad del esposo, se resiste a la ordenanza de Dios y, quien se resista a ella, recibirá sobre sí condenación (Rom. 13:2).

Este primer motivo es fuerte. Si las esposas cristianas lo consideraran como es debido, estarían más dispuestas y se someterían con mucha más alegría que muchas otras; no pensarían tan a la ligera del lugar del esposo, ni hablarían con tanto reproche contra los ministros de Dios que declaran con claridad el deber que ellas tienen para con ellos, como hacen muchas.

Razón 2: La segunda razón es parecida a ésta y está tomada del cargo del marido: él es la cabeza de su esposa (1 Cor. 11:3) y, en otros lugares, también se da esta misma razón. Esta metáfora muestra que, para su esposa, él es la cabeza de un cuerpo natural, ocupa un lugar más eminente y también es más excelente en dignidad. En virtud de ambos, es quien dirige y gobierna a su mujer. La naturaleza nos enseña que esto es así en el caso de un cuerpo natural y, al darle el Apóstol al marido el derecho de ser cabeza nos enseña que también es la norma respecto al esposo…

Id, oh esposas, a la escuela de la naturaleza, contemplad las partes y los miembros externos del cuerpo. ¿Acaso deseáis estar por encima de la cabeza? ¿Sois renuentes a someteros a la cabeza? Dejad que vuestra alma aprenda del cuerpo. ¿No sería monstruoso que el costado estuviera por encima de la cabeza? Si el cuerpo no quisiera estar sujeto a la cabeza, ¿no sobrevendría destrucción sobre ella, sobre el cuerpo y sobre todas sus partes? Igual de monstruoso y, mucho más, es que la esposa esté por encima de su marido, ya que el trastorno y la ruina que caerían sobre la familia serían tan grande o más. Así, el orden que Dios ha establecido en esto se vería derrocado por completo. Y aquellos que lo derriben se mostrarían en oposición a la sabiduría de Dios porque Él ha establecido dicho orden. Como esta razón sacada de la naturaleza tiene fuerza para llevar a las paganas y a las salvajes mismas a sujetarse, ¿cuánto más deberían las esposas cristianas estar sujetas, ya que esto es conforme a la Palabra de Dios y ésta lo ratifica?

Razón 3: La tercera razón, tomada de la semejanza del marido con Cristo en esto, añade aún más a la primera razón: Al ser cabeza, es como Cristo. Existe una especie de comunión y coparticipación entre Cristo y el marido. Son hermanos de oficio, como dos reyes de varios lugares.

Objeción: No existe igualdad entre Cristo, el Señor del cielo y un marido terrenal. ¡La disparidad entre ellos es infinita!

Respuesta: Aun así, puede haber parecido y comunión… Podría haber un parecido donde no hay paridad y una semejanza donde no hay igualdad. El glorioso y resplandeciente sol en el firmamento y la tenue vela de una casa tienen cierta comunión y el mismo oficio que es dar luz. Sin embargo, no hay igualdad entre ellos. Del mismo modo, el esposo, no sólo se parece a la cabeza de un cuerpo natural, sino también a la gloriosa imagen de Cristo, y es para su esposa lo que Cristo es para su Iglesia…

Razón 4: La cuarta razón, tomada del beneficio que la esposa recibe de su marido, subraya aún más la idea que aquí estamos tratando. Aunque Cristo sea propiamente el Salvador del cuerpo, incluso en esto, tiene el esposo un parecido con Cristo y es, en cierto modo, un salvador. Y es que, en virtud de su lugar y cargo, es por una parte su protector, para defenderla del daño y protegerla del peligro y, por otra parte, es el proveedor de todas las cosas precisas y necesarias para ella; a este respecto, ella es tomada de sus padres y amigos y se compromete por completo a él… él la recibe a ella misma y todo lo que ella tiene. De nuevo, él le transmite todo lo que tenga para el bien de ella y para su uso. En relación al marido, David compara a la esposa con una viña (Sal. 128:3), dando a entender que ella es elevada por él a esa talla de honor que tiene, como la vid por el árbol o la estructura cerca de la cual está plantada. Por el honor de él, ella es dignificada; por la riqueza de él, ella es enriquecida. Debajo de Dios, él es todo en todo para ella: En la familia es un rey para gobernarla y ayudarla, un sacerdote para orar con ella y por ella, un profeta para enseñarle e instruirla. Así como la cabeza está colocada en el lugar más alto del cuerpo y contiene el entendimiento para gobernar, dirigir, proteger y, por todos los medios, procurar el bien del cuerpo; y así como Cristo está unido a la Iglesia como esposo y es su Cabeza para salvarla, preservarla y proveerle; para este fin se ha situado al marido en su lugar de superioridad. Su autoridad le fue conferida para que fuera el salvador de su esposa… Así como la Iglesia está sabiamente gobernada, protegida y segura sometiéndose a su Cabeza, Jesucristo; y así como el cuerpo participa de mucho bien y es protegido de mucho mal por estar sujeto a la cabeza, si la esposa está sujeta a su marido, le irá mucho mejor. Todo el provecho y el beneficio de esto serán de ella. Si, por tanto, ella busca su propio bien, ésta es una forma y un medio ordenado por Dios para este fin; que lo busque en esto…

Razón 5: La última razón tomada del ejemplo de la Iglesia, también tiene mucha fuerza para convencer a las esposas respecto a la sumisión. Los ejemplos prevalecen más en el caso de algunas que el precepto. Si hay un ejemplo que tenga fuerza, éste es el mayor. Y es que no es el ejemplo de una solamente, sino de muchas; y no son personas ignorantes y perversas, sino con entendimiento, sabias, santas y justas, incluso todas las santas que existieron, existen o existirán. Y es que la Iglesia contiene todo lo que está debajo de ella, incluso toda esa sociedad de santos escogidos por Dios, en su eterno consejo, redimidos por Cristo por su preciosa sangre y eficazmente llamados por el Evangelio de salvación, quienes tienen el Espíritu de Dios, el cual trabaja de forma interna y poderosa sobre ellos, sin dejar afuera las almas mismas de los hombres justos y perfectos que ahora triunfan en el cielo… Obsérvese cómo se describe esta Iglesia en los versículos 26 y 27. Que se piense, por tanto, con frecuencia en este ejemplo: Nadie se arrepentirá nunca de seguirlo porque marca el único camino correcto a la gloria eterna, donde, quien lo siga, llegará con toda seguridad.

Sin embargo, para mostrar la fuerza de esta razón con mayor claridad, nótense estas dos conclusiones que se derivan de ella:

1. La esposa debe estar tan sujeta a su esposo como la Iglesia a Cristo. De otro modo, ¿por qué debería recalcarse este ejemplo sobre ella? ¿Por qué el marido está en el lugar de Cristo y se asemeja a Él?

2. La sujeción de la esposa a su marido, que responde a la sujeción de la Iglesia a Cristo, es una prueba de que ella pertenece a la Iglesia y que la guía el mismo Espíritu que guía a la Iglesia. Y es que es algo que no se puede realizar por el poder de la naturaleza; es una obra sobrenatural y, por tanto, una prueba del Espíritu.

Por tanto, oh esposas cristianas, así como vuestros maridos se parecen a Cristo por el lugar que ocupan, vosotras también os asemejáis a la Iglesia por su práctica. De las dos cosas, ésta es la más loable porque la primera es una dignidad, mientras que la segunda es una virtud. La verdadera virtud es mucho más gloriosa que cualquier dignidad.

Estas razones bien equilibradas y la fuerza de todas ellas juntas, no pueden sino funcionar en la persona más obcecada. Por tanto, si esta idea de la sumisión parece una píldora que es demasiado amarga como para digerirla bien, deja que sea endulzada por el jarabe de estas razones y podrás tragarla mucho mejor y su efecto será más benigno.

Tomado de Of Domestical Duties (Sobre los deberes domésticos), Reformation Heritage Books, www.heritagebooks.org.

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William Gouge (1575-1653): Ministro puritano que sirvió por cuarenta y seis años en Blackfriars, Londres; nació en Stratford-Bow, en el condado de Middlesex, Inglaterra.

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