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Y ello por tres razones…

  1. Satanás es un enemigo cobarde

Aunque ponga cara de valiente cuando te tienta, realmente tiene un corazón medroso. Igual que el ladrón tiembla al ver una luz u oír un ruido en la casa de su víctima, Satanás se sobresalta cuando encuentra al alma despierta y lista para oponérsele. Cierto demonio dijo: “A Jesús conozco, y sé quién es Pablo” (Hch. 19:14). Esto es: “Los conozco para vergüenza mía, porque ambos me han hecho huir”. Si te pareces a ellos, Satanás también te temerá a ti. Créeme que él tiembla ante tu fe. Utilízala para suplicar ayuda contra él y ejércela vigorosamente a fin de repeler sus avances; entonces lo verás correr.

Supongamos que los soldados defensores de un castillo supieran que el ejército invasor era débil y desorganizado, y que pronto se dispersaría ante cualquier demostración de fuerza desde el castillo. ¿No aumentaría esto grandemente el valor de los defensores? El Espíritu de Dios, que todo sabe acerca del enemigo, envía al cristiano un informe de inteligencia con estas instrucciones: “Resistid al diablo, y huirá de vosotros” (Stg. 4:7). El enemigo no te puede dañar si tú no lo permites. Tu resistencia firme le asesta un duro golpe a su confianza.

En la hora de la tentación y de la resistencia inconmovible de Cristo, leemos que Satanás “se apartó de él por un tiempo” (Lc. 4:13). Cuando Satanás insiste en tentarte, puede darse el caso de que aunque no hayas cedido, tampoco hayas repelido abiertamente sus ataques. Como un pretendiente obstinado, Satanás busca el menor signo de esperanza, y al descubrirlo, sigue insinuándose. La única forma de deshacerte de él es cerrando la puerta con llave, y negándote a prestarle más atención.

  • 2. Satanás es un enemigo invasor

Por tanto, hay que resistirle constantemente. Pablo nos advierte: “No se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo” (Ef. 4:26-7). Un soldado de guardia en las afueras de una ciudad debe vigilar tan fielmente como la guardia personal del rey, o el enemigo traspasará los límites externos, ganando así acceso al corazón de la ciudad.

Si cedes ante la tentación en el perímetro de tu corazón, le das pie al diablo para perturbar tu espíritu interior. Por ejemplo: te enfadas y escupes palabras amargas irreflexivamente. En cuanto este lenguaje profano sale de tu boca, el diablo encuentra abiertas las compuertas y entra. ¡Entonces salen a raudales cosas que no soñaste ni siquiera decir! Él es un adversario astuto y no cede fácilmente nada del terreno ganado. La estrategia más segura, entonces, es no darle pie ni por un centímetro. Si titubeas siquiera al pasar junto a la puerta donde mora el pecado, le das tiempo a Satanás para persuadirte a entrar. Entonces estarás en su territorio.

¿Quién entra a una taberna para disfrutar de la compañía de los borrachos, o frecuenta los lugares de pecado, fingiendo que no piensa participar? ¿Quién prostituye sus ojos con objetos sensuales y permanece casto? ¿Quién presta oídos a una doctrina corrupta de este mundo y sigue firme en la fe? Tal persona está bajo un fuerte engaño. Si no se puede resistir a Satanás en lo menor, ¿cómo se cree poder repeler una tentación más grande? Dices que no eres capaz de evitar el estar rodeado de aguas profundas de tentación, ¿y crees tener la fuerza para mantener la cabeza fuera del agua? Medita entonces sobre este consejo práctico: es mucho más fácil evitar caer por la borda estando en el barco que, una vez en el mar, volver a subir al barco.

  • 3. Satanás es un enemigo acusador

El necio, sabiendo que el diablo es un acusador, le suministra munición para su carga. Algunos dicen que una bruja no te puede hacer daño sin recibir dinero de tu mano. Igualmente, el diablo no te puede dañar si no le dejas agarrarse a alguna de tus debilidades que él pueda aprovechar. Te aconsejo que hagas tuya la resolución de Job: “Mi justicia tengo asida, y no la cederé; no me reprochará mi corazón en todos mis días” (Job 27:6). Si tu corazón y tu conciencia no te acusan, la acusación del enemigo no se podrá mantener.

 Estar firme —en contraposición al desorden— significa que cada soldado mantiene el rango, el orden y el puesto apropiado. Cuando los soldados rompen filas sin explicación, su capitán grita: “¡Firmes!”. La disciplina militar no permite que uno se salga de su puesto sin razón. Cada cristiano debe cuidar de mantenerse ordenadamente en su puesto. El método del diablo es poner en fuga para luego aniquilar.

El orden presupone compañía: uno que anda solo no puede romper filas. Por tanto, el lugar y el rango del cristiano corresponden a su ejército. Como creyente, debes relacionarte con una triple sociedad: la comunidad, la iglesia y la familia. Cada una de estas tiene sus rangos y posiciones. En la comunidad, hay cargos públicos y ciudadanos privados; en la iglesia, pastor y laicos, responsables y miembros; en la familia, padres e hijos, marido y mujer. El bienestar de estas sociedades depende de que cada rueda gire en su puesto y que todos cumplan con su deber para beneficiar a la colectividad.

Hacen falta tres cosas para “ubicarse debidamente”. Primero, uno debe comprender el deber particular de su puesto: “La ciencia del prudente está en entender su camino” (Pr. 14:8).

¿De qué sirve preguntar por el camino a York si te diriges a Londres? Somos muy propensos a indagar acerca del camino y la obra de otro mientras descuidamos el nuestro. Algunos cristianos, por ejemplo, pasan más tiempo diciendo lo que debería hacer el pastor que orando por dirección divina para su propia vida. No pasaremos a salvo por el conflicto conociendo el deber de otro y juzgándolo por negligencia, sino cumpliendo con nuestro propio deber. ¿Y cómo cumplir con nuestro propio deber sin conocerlo? Salomón dio la mayor prueba de que era sabio al pedirle a Dios sabiduría para cumplir con su deber.

Segundo, cuando uno comprende el deber particular de su puesto, ha de ocuparse diligentemente en él. El consejo de Pablo a Timoteo puede aplicarse a todo cristiano: “Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas” (1 Ti. 4:15). Esto es, entrégate totalmente a tu deber en el lugar y la vocación que Dios te da.

El poder de la santidad estriba en esta consagración. La religión que no tiene un impacto práctico en la vida diaria pronto se convierte en una idea abstracta que no sirve para nada. Pero muchos solo cuentan con una profesión vacía para demostrar que son cristianos. Son como el árbol de la canela: la corteza exterior vale más que el resto. El apóstol habla de tales personas en su carta a Tito: “Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra” (Tit. 1:16).

El significado de la expresión “buenas obras” se hace evidente en el siguiente capítulo (Tit. 2:2-8), donde el apóstol presenta los deberes del cristiano. Una “buena cristiana” pero esposa murmuradora, o un “hombre de Dios” pero padre negligente, son contradicciones que no se pueden reconciliar. El que no anda rectamente en su casa no es más que un hipócrita en la iglesia. Si no eres cristiano en tu taller, no lo serás en tu aposento, aunque ores allí. Si tu fe se marchita en algún punto, no puede florecer en otro. Algunos que profesan ser cristianos fallan en su deber para con sus hermanos, pero mantienen una apariencia externa de adoración a Dios. Otros se tambalean en la adoración mientras parecen estar firmes en el servicio a los demás. Ambas inconsecuencias son destructivas para el alma. El soldado que está en orden se esmera en todo el deber que le concierne respecto a Dios y el hombre.

Tercero, estar en orden significa atenernos a los límites de nuestro puesto y llamamiento. A los israelitas se les ordenó acampar “cada uno junto a su bandera” (Nm. 2:2). Esto significa que debían formar como lo hacen los soldados. Dios no permite rezagados en el ejército de sus santos. “Como Dios llamó a cada uno, así haga” (1 Co. 7:17). Tienes que andar el camino que tu llamamiento prescribe para ti. El apóstol manda: procurad “ocuparos en vuestros negocios” (1 Ts. 4.11). Igual que el soldado raso no se inmiscuye en los asuntos del general, la congregación no desempeña el cargo del pastor. No olvides que lo que es justicia en manos de un juez, en manos de un ciudadano es asesinato. Pablo dice que nos ocupemos con diligencia de todo lo que entra en el ámbito de nuestra vocación particular, pues si vamos más allá estaremos labrando el campo de otro.

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Extracto del libro:  “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall

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